Por Emilio Hill, (Primera Parte)
Detrás de cada gran fortuna hay un crimen. La cita de Balzac, da inicio a una de las novelas más importantes del siglo pasado: El Padrino, escrita por Mario Puzo en 1969. Pocos años después, en 1972, se haría la adaptación cinematográfica dirigida por Francis Ford Coppola, a la cual le seguirían dos secuelas: en 1974 –la cual contenía algunos elementos del texto literario- y en 1990 que se estrenó con menos fortuna que sus predecesoras.
El Padrino, está considerada entre las mejores películas de la historia. Revivió un género que ya para la década de los setenta, se encontraba olvidado: el cine de gánsters. Scarface (Hawks,1932) es otro filme emblemático. Cuentan las crónicas de la época, que en medio de la crisis económica de aquellos años y en medio de la prohibición de alcohol –que duró toda la década de los veinte, hasta 1933-, el público aplaudía cuando aparecían en escena los mafiosos y abucheaba a los policías. El espectáculo como catalizador de una crisis social.
La pregunta entonces es ¿estos filmes exorcizan demonios de la sociedad o crean patrones de comportamiento? El tema ha estado en medio de la polémica en México. El boom de las series sobre narcos llama al debate en medio de un momento complicado como país.
En realidad, no han sido largometrajes los que han puesto el tema en la opinión pública, sino programas de televisión dirigidos a un público más amplio. Escobar, el Patrón del Mal (Caracol Televisión, 2009-2012) abordó con mucho éxito en habla hispana la vida y crímenes, desde el tono de una épica telenovelera la trayectoria criminal de Pablo Escobar Gaviria interpretado por Andrés Parra, quien tuvo que batallar para no quedar encasillado en el papel.
La telenovela, en la que el protagonista era Escobar y los antagonistas, en la lógica dramática eran Luis Carlos Galán (Nicolás Montero) el candidato presidencial asesinado y Rodrigo Lara Bonilla (Ernesto Benjumea) , procurador a quien también el líder del narcotráfico arrebató al vida, le dio nuevas posibilidades al género. Mario Vargas Llosa en su columna Piedra de Toque le dedicó una entrega.
El tono, de cierta línea política en el sub texto, no se ha mantenido. Por ejemplo, Telemundo, junto con Argos Televisión, tiene entre sus principales productos El Señor de los Cielos. La serie toma el nombre del tristemente célebre Amado Carrillo. Épica criminal hueca y romantizada, la propuesta sigue la línea de la televisión más comercial y chata.
Más de siete temporadas que acumulan por lo menos quinientos episodios y el rostro de baby-face de Rafael Amaya confirman el mal gusto del público mexicano, que mientras se pelea con Epigmenio Ibarra –uno de sus productores- en redes sociales, ve con especial arrobo su tele basura.
La telenovela es el eje de la polémica entre El señor de los suelos –Don Marcelo-, quien mientras dice ¡Yes sir! En sus viajes a Estados Unidos, ve en sus ratos libres su telenovela de Telemundo y lanza una crítica televisiva concisa, precisa y maciza, al grado que seguro hizo palidecer a Alvarito Cueva.
Curioso asunto ya que en medio de la negociación del tratado Simpson Rodino, a finales de los ochenta para regularizar la inmigración ilegal, los éxitosos filmes de corte popular que se hacían en México y que tenían un enorme éxito en el público de habla hispana radicado en Estados Unidos, iniciaron su declive: la imagen del llamado mexicano feo –como estereotipo- no era conveniente reafirmarla con el vecino.
Nada nuevo bajo el sol en todo caso. El cine mexicano, por ejemplo, ha tocado el tema del crimen desde sus inicios. Basta citar el clásico El Automóvil Gris (Enrique Rosas, 1919) sobre un célebre grupo de criminales que asoló a la capital en 1915. El filme silente, pero al cual en 1933 se le agregó música y una narración es producida por Mimí Derba y el mismo Rosas, vía Azteca Films. En esa empresa, por cierto, había dinero del general carrancista Pablo González. Pequeño detalle, su nombre salió a relucir entre los involucrados de pertenecer a dicha banda. Cosas que pasan.
También de la época silente El Puño de Hierro (Gabriel García Moreno, 1927) tocaba el tema de la drogadicción y las bandas criminales. Mezcla escenas reales con ficción y se considera el primer filme mexicano en tocar el tema del crimen relacionado con la droga. La Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas –que entrega el Premio Ariel- remasterizó el filme hace algunos años y lo presentó en un evento en la UNAM.
El filme, responde a un contexto moralizador en cuanto al consumo de alcohol que se dio en la presidencia de Plutarco Elías Calles (1924-1928).
Cine y crimen, nada nuevo bajo el sol. Y el contexto social forma un papel fundamental. La próxima semana continuaremos con el tema.