Por Raúl Mondragón von Bertrab
“Sólo el desarrollo armónico y congruente de un grupo humano constituye un progreso cierto.”
–Jaime Torres Bodet
“No hay ni puede haber nada más importante para el diplomático mexicano que su país, que México; hay que poner a México por encima de todas las cosas. Si hemos dedicado nuestra vida a la promoción y defensa de los intereses de nuestro país, lo primordial para un diplomático mexicano es el país, es ¡México!”
-Manuel Tello (Muñoz Mata, Laura. (2007).
Manuel Tello: Por sobre todas las cosas
México, SRE, pág. 169)
Hace unos días, en el alba de este prometedor año del tigre de agua, una querida amiga y colega abogada, me hizo llegar un artículo de un connotado historiador en el que, me decía ella, dejaban mal parado a Carlos Fuentes. Con motivo del centenario de Luis Echeverría, se recordaba a dos intelectuales críticos del festejado: Gabriel Zaid y Daniel Cosío Villegas. A la valiente congruencia de ambas plumas se contraponía la defensa de lo indefendible que le valió a Fuentes la embajada en París.
Hace menos días y con motivo de los ya innumerables -e innombrables- casos de nombramientos del gobierno mexicano en el exterior, platicaba con un amigo y diplomático de carrera, quien coincidía en la diferencia con el pasado, cuando la calidad del personaje, si bien impuesto, era incuestionable (e.g., Fuentes, Paz en la India, Castellanos en Israel), “lo mejor de México”. El nivel diplomático mexicano, otrora referencia, descendió de golpe en los últimos años y en los últimos meses cayó en picada.
Si bien fue el propio Partido Revolucionario Institucional (PRI), el mismo que acuñó la “Doctrina Estrada”, culmen del principio de no intervención, el que comenzó a usar y a abusar del recurso diplomático como premio y como castigo; y si bien los presidentes Calderón y Peña desdeñaron la tradición diplomática mexicana, la de la protesta contra la anexión de Austria por Isidro Fabela como representante de México ante la Sociedad de Naciones en Ginebra, la del Premio Nobel de la Paz por promover el desarme de Alfonso García Robles, la del refugio para judíos, republicanos españoles, polacos y miembros de la resistencia francesa que Gilberto Bosques construyó con miles de visas mexicanas durante la Segunda Guerra Mundial; esta administración es ya considerada su punto más bajo.
Sí, Echeverría, fue condenado al ostracismo en Australia por López… Portillo; y Salinas de Gortari, quien desterró a Silva-Herzog como embajador en España, se autoexilió durante la presidencia de su sucesor, Zedillo. Pero se trataba de personajes de estatura, que conservaban juego político y redes y líneas directas en diversos niveles del gobierno en turno, herramientas de gran utilidad en la labor diplomática.
La administración actual ha inundado de políticos zafios las embajadas mexicanas en América Latina, precisamente ahora que la región enfrenta riesgos sin paralelo en materia de erosión democrática, cambio climático, escasez híbrida, protesta social y violencia, crisis migratoria, economías ilícitas, polarización política, inversión extranjera en caída, irrelevancia regional, ciberdelitos y el avasallador auge de China. En el mejor de los casos, han relevado a diplomáticos de carrera resucitando laboralmente a jubilados que, como en el caso de Buenos Aires, han tenido a bien lucirse robando libros. En el peor -hasta ahora, porque ahí va para Panamá un coscolino inescrupuloso acusado de acoso sexual-, una especialista en agua -ni siquiera en vino para mejorar la broma- fue enviada a París para poder atender, no asuntos diplomáticos, bilaterales de relevancia, sino familiares, personales.
El PRI también acuñó, en voz de su ideólogo Jesús Reyes Heroles, la célebre frase “en política, la forma es fondo”. Quizá pudo haber añadido que, en diplomacia, en la rama de la política que se ocupa del estudio de las relaciones internacionales, por definición la forma lo es todo. Por eso el sentido reclamo del gremio es la desfachatez que permite el contar con la mayoría en el Senado de la República, pero una cosa es la grosería de puertas adentro y otra la exhibición ante el mundo, como en el caso reciente de la embajada en España. El proceso normal para una designación, me platica mi amigo, es avisar a la embajada de manera confidencial sobre el candidato propuesto. Pedir el beneplácito al país huésped, lo cual puede tomar varias semanas, un par de meses, tras lo cual se suele anunciar el nombramiento y someterse al Senado. Pero cuando ni la propia Cancillería es enterada con antelación y las conferencias presidenciales matutinas son también la forma de comunicación inter-gabinete, solo queda la penosa tarea de pedir “beneplácitos retroactivos”.
Mi amiga aquella me hace llegar un tweet que asegura que Porfirio Muñoz Ledo será embajador en Cuba. El presidente dejó pasar la pelota, como suele hacer. ¿Será bola u otro strike? Por el ocaso de la carrera política de Muñoz Ledo, hombre de inteligencia reconocida, espero que sean solo rumores y que, de no serlo, reconsidere aceptar, pues los tiempos en que ser nombrado embajador o cualquier otro cargo dentro de la tradición diplomática mexicana era un verdadero honor, son lejanos.