Por Jesús Michel Narváez
Roberto Téllez Monroy, primer presidente municipal de Morena en gobernar Atlacomulco y fue derrotado cuando buscó la reelección, intentó herir de muerte al poderoso -aunque no exista- Grupo fundado por Isidro Fabela, custodiado por Carlos Hank González, Alfredo del Mazo Vélez y Alfredo del Mazo González, e inauguró la primera estatua de Andrés Manuel López.
A horas de abandonar la alcaldía, el 29 de diciembre apenas pasado el Día de los Inocentes, con bombo, platillo y violín, descubrió la “obra de arte”. Pasaron 48 horas y la madrugada del primer día del año nuevo, fue derribada y decapitada.
La herida dejó de ser mortal. La nueva alcaldesa, Marisol Arias Flores, del PRI, por supuesto, se deslindó de los hechos.
La realidad es que en redes sociales y e algunos rotativos se mostraron fotografías de la estatua lamiendo el suelo. La figura recordó lo acontecido hace una década con Lenin y Stalin. Recientemente en Caracas cayó la Hugo Chávez. Hay decenas de casos lo mismo en Ucrania que en Moscú o Los Ángeles.
La caída de la estatua de Andrés Manuel López podría tomarse como un caso aislado. No hay más en el territorio nacional. No por lo menos en vías públicas.
Sin embargo, muestra que su popularidad no lo salva de la irritación que puede o no ser de priístas -lo es más probable es que sí- o de una población ajena a Atlacomulco solamente “para amargarle el inicio del año nuevo”.
Téllez Monroy desobedeció la instrucción del huésped temporal de Palacio Nacional, quien ha pedido que no coloquen estatuas de su figura ni nombren calles en su honor.
Su decisión obedece a no ser partidario del culto a la personalidad.
¡Qué tal si padeciera el síndrome!
Más allá de lo anecdotario que resulta el hecho, hay que ser cada dura para que, como presidente municipal de un poblado eminentemente priísta, del cual han salido seis gobernadores del Estado de México, se pretenda desaparecer la tradición política que ha encumbrado a políticos del, claro está, PRI.
Hasta ahora se ignora quién financió y quien fue el autor de la “obra” -para hacer rima con el apellido materno del presidente López- y se habla en Atlacomulco que se abrirán “dos investigaciones”. La primera para conocer de dónde salieron los fondos y la segunda, para saber quién o quienes la derribaron y decapitaron.
La primera será difícil de rastrear, aunque los morenistas no son muy duchos para ocular probables desvíos de recursos públicos; la segunda tendrá seguramente la repuesta: Fuenteovejuna.
Evidentemente hay coraje de aquellos que se sintieron ofendidos. Lo muestra un hecho irrefutable: la decapitación.
Quienes justifican este tipo de acciones indican que es necesario para evitar preservar las ideas y los negativos legados de aquellas personas. Se trata de valoraciones sustentadas en la irracionalidad y en ideas que le hacen un flaco favor a la necesidad de conocer la historia de la humanidad, dice un trabajo publicado en El País.
Si de negativos se trata y de ideas se conforma la decapitación, aquí estaría perfectamente bien definido lo que ocurrió con la estatua de marras.
Sin duda, el grito de guerra de la APPO: Ya cayó, Andrés (se referían a Ulises Ruiz) ya Cayó, se aplica a pie juntillas.
La primera no será la última, de eso puede estar seguro el ciudadano Presidente.
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