Por Jesús Michel Narváez
Hace un par de días el vocero presidencial informó que los delitos de alto impacto se han reducido y que, como lo expresa su jefe, en la lucha contra la violencia “vamos requetebién”.
La realidad es distinta y varias fiscalías y procuradurías estatales hacen llegar los números que registran en cuanto a denuncias al Secretariado Ejecutivo de Seguridad del Sistema Nacional de Seguridad Pública y los números muestran alza en feminicidios, homicidios dolosos y secuestro.
Antes de partir hacia la búsqueda de convertirse en el virrey de Sonora –si el voto lo favorece y no salen a luz sus historias de terror escritas en el pasado- Alfonso Durazo, durante 20 meses secretario de Seguridad Pública y Protección Ciudadana se solazó con los “avances logrados” y por el “quiebre” de la violencia. Cuatro semanas atrás hablaba de cómo ningún cártel tiene control territorial mientras en el CJNG Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho, soltaba la carcajada a pesar de su deteriorado estado de salud.
La manipulación sobre la información oficial respecto de la violencia, la inseguridad y la criminalidad en el país, se está haciendo crónica. Cada día desde Palacio Nacional se muestra el “maravilloso” paraíso construido por el nuevo gobierno –que en seis días cumple dos años formales y 30 meses de haber empezado a operar al ceder la plaza Enrique Peña Nieto- y se deja de lado la realidad que conoce el ciudadano de cada entidad, de cada municipio, de cada colonia.
Presumir cifras falsas no conduce a recobrar –si es que alguna vez la tuvo- la confianza perdida en el ejercicio del poder. Al contrario, produce irritación y orilla al ciudadano a preguntarse: ¿creen que somos tarados?
La manipulación, también en las encuestas produce reacciones encontradas. La interpretación de las mismas en las que aparece el Presidente de la República con más de 50 por ciento de popularidad entre los entrevistados, no implica que tenga el 50 por ciento de aprobación por sus acciones de gobierno.
Y después de lo ocurrido en el país que inventó las encuestas con Gallup, hay que revisar cómo se realizan en México y si se apegan a la verdad o son a modo para que el cliente quede satisfecho.
Como milagro que se concede, le pediría al vocero presidencial salir de su hábitat de confort –desde el que revisa cotidianamente la “lista negra” sobre periodistas y medios, porque existe- y personalmente preguntara si la percepción de las mayorías coincide con sus números respecto de la inseguridad, la criminalidad y la violencia.
Claro, es mucho pedir para quien sin chistar y con ciega lealtad le sirve al amo virreinal, tal y como lo exige al amo al que sirve.
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