Hobbes y Rousseau. Entre la autocracia
y la democracia, José Fernández Santilán,
Fondo de Cultura Económica, 1988.
En algún lugar de un libro hay una
frase esperándonos para
darle un sentido a la existencia.
Cervantes
Por David Marklimo
Hace pocos meses, en la prensa española, se suscitó un debate muy interesante: ¿por qué leer a los clásicos? ¿Qué pueden aportar a la vida moderna las aventuras de un griego en el Egeo o una discusión sobre los tipos de gobiernos en la época de la revolución inglesa? ¿Qué nos puede decir, ya en el siglo XXI, la sociedad de ginebrina del siglo XVIII? ¿Podemos aprender algo de Los Diálogos de Platón que no sepamos ya? Un clásico es un libro que se presta a incesantes revisiones e interpretaciones; un libro, en palabras de Italo Calvino, que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Un clásico nunca se mantiene quieto, nunca reposa en su vieja gloria, sino que se renueva continuamente conforme a las exigencias de cada época. Es un libro con una espléndida fuerza de voluntad.
A eso, sumémosle que el tiempo de un libro no es exactamente en el que se escribe, sino aquel en el que se lee. Ahora que está en desarrollo la Cuarta Transformación (IVT) y hay un debate -un poco histérico, hay que decirlo- sobre el devenir de la democracia: ¿qué nos dice la relectura de un clásico como el del Dr. José Fernández Santillán, Hobbes y Rousseau. Entre la autocracia y la democracia? Se nos ocurren tres cosas importantes.
Primero que nada, llama la atención la claridad y profundidad de los conceptos en una época en que solemos confundirlos. No es un tema menor como veremos. El presidente de la República se asume como liberal, heredero de Juárez y como demócrata de tiempo completo, incapaz de cometer los abusos del pasado.
Pero aquí vemos la férrea voluntad de nuestro clásico, alertándonos de que ambos conceptos son un poco distintos en su fondo. Para el liberalismo, la exigencia fundamental es la delimitar el poder; para la democracia, la exigencia es la distribución el poder. No es lo mismo, pero escuchando cualquier mañanera se puede caer en el error.
El libro también alerta sobre algo que hoy es posible, pero está lejos del foco de la discusión pública. Los opuestos se tocan y tienen mucho en común. Nos explicamos: prácticamente en todas las escuelas se enseña que el pensamiento de Thomas Hobbes está a años luz de Juan Jacobo Rousseau. Pero los hechos no señalan eso: el enfoque del profesor Santillán, derivado de su obsesión por la filosofía política, marca que existe una estrecha visión común, que Hobbes es el primero en advertir la relación entre la sociedad y la naturaleza. Es más, Rousseau será el primero en estar de acuerdo con esta apreciación, y admitiría sin que se le cayera la peluca que nadie mejor que Hobbes para observar las diferencias entre el bien y el mal. Esto trae a la luz algo interesante: ¿qué tan lejos está la democracia nacional de la autocracia?
Ligándolo al punto anterior, la pregunta seria: ¿la poca claridad en el discurso político presidencial puede generar que la democracia nacional derive en autocracia?
Se puede señalar, tal cual lo hace el maestro Bobbio en el prólogo, que este análisis identifica los “temas recurrentes” de los Estados. Y viene aquí un apunte básico, esencial para plantear el éxito o fracaso de la IVT mexicana: es indispensable que el gobierno tenga una vida propia y real y que actúe armoniosamente; el gobierno debe poseer un “yo particular” con fuerza y voluntad propia, es decir, es necesario que, por una parte, tenga una independencia para realizar las funciones para las cuales ha sido creado; es indispensable, por la otra, que dependa absolutamente de los mandatos del cuerpo soberano y lleve a efecto solamente sus tareas específicas. Estas tareas son: la aplicación de las leyes, la conservación del cuerpo político, la comunicación y el equilibrio entre soberano y Estado.
Como un apunte final, para redondear el sentido clásico de este libro, no se puede pasar por alto que al profesor Fernández Santillán le apasiona el remo. Esta particularidad de su personalidad, recupera lo que alguna vez señalaron los griegos y, más tarde, fue esculpido en las grandes universidades europeas: la perfección no sólo es recitar a Homero y comprender la Paideia, sino también es producto de la expresión física. Hay que leer, claro, pero también hay que entrenarse, cinco o seis días a la semana, lo que haga falta para despejar la mente. Es en esos momentos cuando se logra dialogar con los gigantes de la Ciencia Política. Mientras sumerge los remos en el agua, mientras el bote avanza, surge el pilar esencial en el que ha de apoyarse todo buen ciudadano. Criterio propio, le llaman. Y es el primer paso para alcanzar la libertad en una época donde parece al alcance de la mano, pero es tan escurridiza como un pez.