La Tristeza Indómita de Irán

*Muerte en Persia. Annemarie Schwarzenbach. Minúscula. Barcelona, 2003. 182 páginas

Por David Marklimo

En medio de una crisis con Irán, es bueno transmitir miradas que están fuera del discurso político recurrente, ese que nos habla de un país malvado que quiere la destrucción de Israel y de los Estados Unidos (al que ven como al Gran Satán). Por ello, es indispensable recurrir a los pasajes de Muerte en Persia de la suiza Annemarie Schwarzenbach, quien estuvo varias veces en el país haciendo trabajos de arqueología en la década de 1930.

Usted podría pensar que un libro escrito hace cerca de 80 años no tiene nada de actualidad, pero no es así. Aquí aparecen las ruinas de Persépolis, los fragmentos dispersos de civilizaciones olvidadas, el cabalgar de los nómadas, las tormentas de arena, Mazanderán. Es un libro de viajes, sí, pero no cualquier viaje. Todo viajero debe enfrentarse al dolor y sólo el viaje adquiere sentido bajo esa perspectiva. Como si Irán entero existiera únicamente para sumir a la escritora o a cualquiera en la fructífera y desoladora contemplación interior. Irán es un territorio de tristeza indómita, donde es posible materializar la desazón, enmarcar la angustia, los miedos y las obsesiones. Recorremos una tierra vacía, seca y elemental en la que la autora proyectó su sufrimiento. Un país que le ofrecía a la vez un territorio para explorarse. Estamos, pues, ante un libro que es a la vez una crónica de viajes, diario impersonal, autobiografía y novela de ficción y aventuras. Y lo que nos cuentan sus páginas son retazos: una desgraciada relación amorosa con una muchacha de Teherán -la hija del embajador turco-, un matrimonio de conveniencia con un diplomático francés a fin de disimular los “escandalosos” romances con otras mujeres, las excavaciones, las febriles y llorosas excursiones al “valle afortunado”, buscando la pureza y el olvido en las aguas gélidas de los torrentes; las pipas de hachís y el vodka de las veladas con los colegas arqueólogos…

Pero el agudo ojo verá que el gran fondo del libro es la ausencia de esperanza: observamos a una mujer que ha llegado al límite de sus fuerzas, que no sabe por qué vivir, pero tampoco sabe cómo morir. Hay un pasaje que revelador: la descripción del encuentro con un ángel al pie de una montaña llamada Demavand. El ángel es una figura que surge de la memoria ancestral persa. Tanto en el mazdeísmo como en el maniqueísmo, el ángel era una presencia recurrente y se lo tenía como una presencia tutelar (las fravartis o las daenas, que ayudan al alma contra los demonios que la asaltan). La imagen de la bella viajera solitaria, atormentada por un amor que no ha podido ser, forcejeando con su ángel desnudo, que tiene sus mismas facciones, resulta una sobrecogedora metáfora de la vida y la pasión y la tragedia del pueblo iraní. El pasaje es turbador en extremo, pues muestra la falta de amparo, la negación del abrazo, la ausencia de simpatía por el género humano. A propósito, Rilke escribió: los ángeles, no saben nunca si están entre los vivos o los muertos. Arrastrados por la corriente eterna que se lleva las edades por los dos imperios, vuelan envueltos en su rumor.

La propia autora advierte que este libro que brindaría pocas alegrías al lector. No le proporciona ni siquiera el consuelo: “arrancados de nuestra esfera, de nuestros consuelos habituales –un rostro que respira, un corazón que palpita, parajes plácidos y cambiantes-, no tenemos más remedio que entregarnos a los grandes vientos de las alturas que hacen trizas nuestras últimas esperanzas … ¿Hacia dónde orientarse entonces?”. Tales sentencias dejan una huella profunda, de esa que te inflige un desasosiego fecundo y te quiebra el centro, allí donde crecen y cuidamos los espejismos. También te deja una gran pregunta, que ahora por los diferendos políticos entre los ayatolas y Trump, vuelve a resonar: ¿será así la muerte?

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