Por David Marklimo
Las revueltas recientes en América Latina han traído de nueva cuenta la palabra imperialismo. La acción imperial, los intereses oscuros. Todo aquel que habla sobre el imperialismo, podríamos decir, sufre de imperofobia. Al menos así se interpreta leyendo pasajes del libro de Elvira Roca, Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. El libro analiza el por qué todos los males del mundo, en determinada época, se les achacan a las potencias dominantes, los Imperios, pues. ¿Qué significa exactamente imperiofobia? Viene a ser un prejuicio racista (como cuando Vicoria Beckham, sí, la Posh Spice, sostuvo que España olía a ajo) contra los pueblos imperiales. Es decir, hay como una causa injustificada y después vienen una serie de causas inventadas para asentar la romanofobia, la rusofobia, la americanofobia o la hispanofobia. Para Roca, no solo existe una imperiofobia (en la que España no es la única diana), sino que en el caso hispano o americano esta adquiere unos tintes virulentos y deviene en “leyenda negra”. Los malos malísimos de la película son la Santa Inquisición, los conquistadores españoles, los norteamericanos explotadores. Así, entonces, Imperiofobia refiere al hecho de hacer historia basada en la propaganda.
El problema es que esto genera mitos, hechos más allá de la razón, que parecen imposibles de refutar. Es decir, cómo los ciudadanos de esos imperios terminan asumiéndolas al punto de que el relato de la historia se sustenta en ideas basadas más en sentimientos nacidos de la propaganda que en hechos reales. Se genera, entonces, la pérdida de referencias que provocan en los ciudadanos una indefensión cultural profunda. El ejemplo perfecto, de mucha actualidad, dado que este año se cumplen 500 años de la caída de México – Tenochtitlán, es la conquista y colonización de América. Se suele pintar a los conquistadores hispánicos como sanguinarios, sedientos de oro, responsables de masacrar a las comunidades indígenas. En esa imagen se olvida lo importante: en 1542, veintiún años después de Cortés y Alvarado, Carlos V publicó las famosas Leyes de Indias, donde se reconocían los derechos de los indígenas y se prohibía su explotación. Cuesta, por ejemplo, observar un cuerpo jurídico semejante en el Imperio Británico.
El orgullo, la hybris, la envidia no son ajenos a la dinámica imperial. Roca, parece decirnos, que lo malo son los tópicos y la escasa curiosidad que suscitan entre la ciudadanía. Por ejemplo, un lector avivado podrá notar que, en las discusiones sobre el Brexit, la sentencia que obligó al Gobierno británico a llevar al Parlamento la decisión de salida invocaba el parecer de Sir Edward Coke (1552-1634), por no citar la invocación a la Magna Carta (1215) u otras singularidades histórico-constitucionales pertinentes a ese debate. Pero nadie ha preguntado el por qué se citaron a tan dispares personajes ni que tendrían que ver con la decisión de abandonar la Unión Europea. Para Roca, es el reflejo de creerse la propaganda.
Fenómenos como la religiosidad, conceptos como el de nación, legitimidad, legalidad, abundan en la obra. Todos ellos rebosan de una actualidad impresionante y pueden chirriar cuando se los homologa, independientemente del momento en que se emplean. Pero no hay duda de que todo el asunto de este libro se reduce a eso: el mandar y lo que le pasa al que manda con su reputación. La obra pretende, en suma, construir un discurso sobre las características comunes a cada uno de los Imperios conocidos a lo largo de un período de más de quinientos años. No estaría mal que, ciertos personajes d ella política nacional, revisaran sus postulados.
María Elvira Roca Barea. Imperiofobia y Leyenda Negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. Madrid, Siruela, 2016 – 479 pp