Sin Respeto a la Policía Capitalina

Por Alberto F. Mena Mallén

Los ciudadanos no se disciplinarán si no se aplican en su oportunidad las leyes correspondientes, incluso cuando se agrede verbal o físicamente a un policía o militar. Los Derechos Humanos tanto de las personas como de quienes representan la autoridad policial o militar no deben ser obstáculo para la aplicación de las leyes y normas que permitan una sana convivencia entre mexicanos y autoridades. Pero al parecer en México, incluyendo la capital del país sucede lo contrario.

Cuando aún no aparecían los famosos derechos humanos, las prácticas consideradas arbitrarias y abusivas por parte de la policía capitalina, – y en muchas corporaciones del país-, generaron y provocaron una actuación de la población que raya hasta en conductas delictivas por parte de los mismos ciudadanos, ya que se perdió el respeto que se le debe de tener a las corporaciones policiacas o militares.

Y dichas conductas no son sancionadas por la propia autoridad, ante el temor del que dirán, -ahora las redes sociales-, por incapacidad. omisión o por la postura del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha señalado que no quiere que le digan represor si utiliza la fuerza pública para dispersar cualquier acto ilegal o antisocial de la ciudadanía, ya sea por inconformidades o por defender posturas ilícitas a cualquier precio, sin importar las afectaciones a terceros. Según él, la ciudadanía debe entender que no puede comportarse de esta manera, pero hasta ahí llega la decisión presidencial.

La autoridad es la autoridad y si no aparece como tal, entonces qué está haciendo en el puesto que se le otorga para ejercerla. Cuando a nuestros abuelos o padres, sobre todo las madres no se les hacían caso, usaban su autoridad de cualquier manera, con el uso de la famosa chancla hasta de cualquier artefacto a la mano para que se les hiciera caso. O utilizaban el fuerte pellizco en cualquier parte del cuerpo, o el jalar los pelos de las patillas en los hombres, que la verdad “si duele”.

Por supuesto que cada autoridad, indistintamente, si lo es por poder, por cargo, por dignidad o por saber, deberá ser respetada y sus decisiones acatadas. Otro aspecto interesante a destacar respecto del concepto de autoridad, es la existencia de la obediencia, porque sin ésta, es decir, sin la aceptación de nuestra autoridad de parte del otro, será prácticamente imposible ejercerla, salvo a través de la fuerza, pero ya sabemos que esto es lo menos recomendable para uno y el otro.

En la época de los sesentas y setentas, los policías -particularmente los de tránsito-, tenían el respeto de la ciudadanía, tan fue así que cada año, sobre todo en navidad, la misma población les entregaba diversos regalos en pago a su servicio hacia la sociedad y a la misma población.

Esto se fue perdiendo, incluso, el mismo gobierno no proyectó lo que iba a pasar con la contratación de personas no aptas o que no cubrían el perfil para ser servidores públicos en materia de seguridad pública. Cualquier migrante que llegaba a la Ciudad de México, buscaba chamba en la policía, y de forma segura, obtenía el trabajo.

Con el tiempo, ante las mismas necesidades, los cuerpos policiacos fueron capacitándose en diversas materias, y hasta la fecha no ha sido suficiente dicha capacitación, porque no se ha invertido lo suficiente para realizar esta tarea importantísima en estos tiempos, ya que se ve cómo se agrede al policía y éste por muchas razones no actúa en contra de los agresores. La ciudadanía al ver este tipo de actuaciones, menos hace por respetarlos, sobre todo a quienes les importan un comino las leyes.

Existe un Régimen Disciplinario para el policía de la Ciudad de México, que integra las reglas para el establecimiento de la carrera policial, y en su Visión se establece que “Nuestro compromiso es recuperar la confianza de la Ciudadanía en la Policía, combatiendo frontalmente los actos de corrupción atendiendo a una CERO TOLERANCIA, apoyándonos en la tecnología, aprovechando las redes sociales, difundiendo el alcance de esta Dirección, -la de asuntos internos-, realizando acciones preventivas, garantizando la legalidad, objetividad, eficiencia, profesionalismo, honradez y respeto a derechos humanos, con atención transparente y eficaz a la ciudadanía”. Y solo se queda en palabras.

Las relaciones entre policías y población se establecen en un “continuo” que va desde actos de protección legítima hasta formas extremas de abuso. Existen modalidades de mal comportamiento policial, como la negación o la prestación incorrecta de un servicio que no corresponde a formas de abuso, pasando por formas de corrupción que representan un mutuo acuerdo entre las partes, hasta prácticas abusivas como las extorsiones, el uso excesivo o brutal de la fuerza y la tortura.

En los casos más graves, es sencillo determinarlos como casos de abuso, tal como los ya referidos y que han sido documentados ante las comisiones de Derechos Humanos.

Sin embargo, hay un abanico amplio de situaciones en las cuales las prácticas policiales se ejercen en medio de una complejidad de las circunstancias; por ejemplo, casos de uso de la fuerza en los que es difícil distinguir las prácticas legítimas de las ilegítimas, es decir, cuándo hay un uso razonable de la fuerza o uno ilegal.

El abuso no tiene que implicar el uso real de la fuerza, también se considera la amenaza, por lo que esta acción comprende conductas verbales, físicas y gestuales que intimidan psicológicamente. Algunos trabajos recientes para el Distrito Federal han analizado las prácticas del abuso y maltrato de las policías en conjunción con el trabajo de las instituciones de procuración de justicia.

El ejercicio de la violencia física ilegítima es un problema persistente de la mayoría de las fuerzas coercitivas de los estados, en particular las policiales, y la misma encuentra un contexto favorable para su sedimentación y fortaleza si es parte de una cultura policial y de prácticas políticas propias de regímenes autoritarios.

El caso es que la autoridad no está haciendo su trabajo y si dicen que lo hacen, nosotros les decimos que no lo hacen bien.

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