Felipe de Jesús Calderón Hijonosa, Alias “El Oscuro”

ya no te odio,

sólo deseo que te traten

como el auriga que fuiste

y que tus hijos obtengan

todo aquello que tú trajiste.

Por David Marklimo

La primera vez que leí algo de Olga Wormat fue en una pequeña habitación de Entre Ríos, en Argentina. Era invierno y llovía copiosamente. El libro en cuestión era un trabajo periodístico sobre el ex-presidente argentino Carlos Saúl Menem, quien perdió a su hijo en extrañas circunstancias. Era un retrato de la era menemista, donde se dio un vuelco a la política argentina, instaurando el 1 a 1 con el dólar y lo que llamaron las relaciones carnales con los Estados Unidos. Fue una época definida como un saqueo brutal, en donde el tráfico de influencias era la norma del día.

Poco tiempo después, Olga Wormat publicó un retrato de Martha Sahagún, la esposa de Vicente Fox. Con ello, empezó un proceso jurídico que terminó en la Suprema Corte de la Nación porque Sahagún alegaba que se había violado su derecho a la intimidad. Dicha experiencia fue su primer contacto con la clase política mexicana y, en particular, con el panismo. Ahora, ha ido más allá y se ha atrevido a investigar la vida de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, que fue presidente en unas condiciones raras, por decir lo menos. De hecho, Wormat parte de una escena para explicar a Calderón: su entrada, por la puerta de atrás, al Congreso de la Unión el día en que tomó protesta como máximo servidor público de la Nación. No se escapa al lector que las investigaciones para este libro produjeron una persecución a la autora digna de los regímenes no democráticos.

La obra pinta un retrato pésimo de Calderón y su biografía. Wornat describe a un Felipe explosivo, con colaboradores temerosos de sus arranques, pero al mismo tiempo ingenuo, que tiende a la depresión, a la codependencia emocional y al abuso del alcohol. El Oscuro, lo define Wornat. Los pasajes de su relación con Alejandro y Rosy Orozco, donde lo comparan con David enfrentándose a Goliat, lo asemejan a una caricatura de la Warner Bros. Aparece cómo un discurso (que enarbola la lucha contra la trata de personas) no es más que una excusa para hacerse con recursos públicos. El que nadie investigue nada habla del país fabuloso que fue y es México.

Su relación con Margarita Zavala, algo que en términos estrictos no debería importarle a nadie, tiene su espacio y nos permite entender la coyuntura reciente (de la elección de 2018, pasando por su candidatura independiente, a la creación ahora de México Libre). La personalidad de Margarita Zavala, lejos de esa que ha costado algunos millones, es fría, pragmática, calculadora, rencorosa y transparente (no puede ocultar el gesto hosco y áspero cuando las cosas no son como quiere, dice con certeza Wormat). Conoce bien las debilidades de su esposo y sabe explotarlas. Es una relación que excede, entonces, el ámbito privado, y se vuelve política, como la triste y famosa Lady MacBeath. El mundo aristócrata, en el que creció, embonó bien en el neopanismo, dando personajes como Hildebrando Zavala o Juan Ignacio, que sostienen en público A y, en privado, realizan B.

Wornat sigue también la pista del malogrado Juan Camilo Mouriño, su familia y sus negocios en Campeche y Galicia. De nueva cuenta, la ambición por los recursos va más allá del compromiso político. Una de las partes de mayor actualidad del libro está en la construcción de la estrategia de Seguridad, la llamada Guerra contra el narcotráfico. Aparece aquí la figura del general Mario Arturo Acosta Chaparro, enviado como emisario con los señores de la droga. Mucho del mito sobre el pacto entre Calderón y el Chapo Guzmán está en esa figura. Por supuesto también destaca Genaro García Luna, poderoso Secretario de Seguridad. ¿Cómo es posible que un gánster terminase en ese puesto? El calderonismo es descrito aquí ya no sólo como un grupo político coludido con narcotraficantes, sino también como un grupo cuyo primer círculo estaba conformado por secuestradores. El juicio, que se celebra en Nueva York, pone en perspectiva lo que Calderón sostuvo durante su mandato es, cuando menos, cuestionable. Evidentemente, a medida que se acerque la fecha en arranque el juicio, las preocupaciones de Felipe irán en aumento.

Ahora bien, queda una pregunta: ¿qué hacer ahora con Calderón y los suyos?

Sinceramente, creo que hay dos posibilidades. La primera tiene que ver con el antiguo Egipto. Ese afán de someter a Amenofis IV -Akenatón, para más señas- a la irrelevancia. Calderón fue formado como opositor, está acostumbrado a la pelea, a los barrios bajos, pues. Declararlo irrelevante es el golpe más fulminante para una persona que sabe que ocupó el cargo más importante del país. Ignorémosle. Flaco favor le hacemos a la vida democrática nacional estar todo el día hablando de él y sus fechorías. Cambiemos la estrategia. Sometámosle al más puro silencio y mostrémosle cuán pequeña es ya su influencia. De lo contrario estaremos siempre fomentando el rencor. La otra opción nos llevaría a Roma, donde todos los caminos terminan. Es quizá más sencilla, y políticamente más redituable, que la anterior. Para los romanos, tal cual Augusto hizo con Ovidio, cuando una persona traicionaba la confianza en él depositada, el castigo era el exilio. No cualquier exilio, por supuesto. Uno atroz, impuesto en condiciones leoninas y sin posibilidades de retorno. No ver nunca más Roma era reconocer al traidor, alejarlo para siempre del territorio donde se decide todo. En el caso Calderón, ese sitio tiene nombre. Está en Holanda y se llama La Haya. Es, nada más y nada menos, la sede de la Corte Penal Internacional. No se me ocurre un mejor sitio mejor para que El Oscuro vea la luz.

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