Latinoamérica Siglo XXI: Convulsión de un Continente, sus Crisis y su Futuro

Artículo Invitado

Por Luis Martínez Anzures

Las transformaciones en América Latina durante la última década de lo que va de este siglo, tienen varias dimensiones, que en muchos casos se contraponen. Transformaciones anti/elitistas, perspectivas inclusivas, pero también mantenimiento e incluso profundización de la dependencia de los recursos naturales.

En este contexto, es importante destacar que, el Estado comenzó a ganar nuevamente sustancia institucional y poder de regulación, pero a su vez, el sistema impositivo casi no fue tocado y se mantuvieron numerosas formas de precariedad laboral y social. Por lo que podría interpretarse como una inconclusa y limitada transformación. Estas ambivalencias operaron en el terreno de la democracia, de igual manera.

El nuevo siglo comenzó en América Latina, con un giro hacia el espectro ideológico de la izquierda, que fijó nuevos rumbos en el tratamiento de la cuestión social, la participación política o los derechos de las minorías,  que a su vez,  obtuvo reconocimiento internacional. Estas dinámicas fueron favorecidas por Estados que se fortalecían y un sólido crecimiento económico en un contexto de alzas en los precios de las materias primas. Mientras la crisis financiera desatada a partir de 2007 hacía sentir a Estados Unidos y Europa las consecuencias sociales del descontrol de los mercados, en América Latina se reducía la pobreza casi a la mitad. Estos éxitos, además, se complementaron con nuevos ideales que tenían como meta una mayor participación política y un desarrollo sostenible. Así fue como en 2010 The Economist, eligió para estos años la denominación de década latinoamericana.

PERO NADA DURA PARA SIEMPRE

Al comienzo de la segunda década del presente siglo, esta política ha desembocado en una crisis que pareciera no ser tan profunda, pero si duramente criticada. Junto con la baja de los precios de las materias primas, la economía se debilito, los gobiernos perdieron el apoyo de la población e intentaron, ante todo, salvarse a sí mismos, al tiempo que la pobreza volvió a incrementarse. Era una economía sostenida con alfileres y no en una estructura social y económica de alto espectro. Al menos no tan profunda como para resistir los últimos embates de los poderes fácticos detrás de sus respectivos gobiernos.

Todo este fenómeno tiene como trasfondo histórico a las reformas (económicas) neoliberales introducidas a partir de la década de 1980, las cuales habían prometido a la región de América Latina, prosperidad y participación para todos. Pero en lugar de incentivar el crecimiento económico y la construcción de instituciones estatales más sólidas, solo beneficiaron a unas pocas personas –como el mexicano Carlos Slim, que se convirtió en uno de los más ricos del mundo– y simultáneamente arrojaron a gran parte de la población a la miseria. Es decir, se logró establecer una terrible desigualdad económica y social entre ricos y pobres.

Al inicio del siglo, más de 40% de la población latinoamericana era pobre. El neoliberalismo condujo, además, a un aumento de la participación política, que contribuyó a dos tendencias: por un lado, se fortalecieron en toda la región movimientos sociales y la cuestión social volvió a la agenda política. Por otro lado –y relacionado con lo anterior–, muchos grupos indígenas se constituyeron, tras siglos de marginación, en un movimiento político con cada vez mayor influencia (Bolivia es un buen ejemplo de esto). Con ellos, ganaron importancia nuevos modelos de desarrollo como, por ejemplo, el concepto de buen vivir o una relación distinta con la naturaleza. Estos movimientos e iniciativas de base, además, fueron un importante nexo para el ascenso al poder de los gobiernos social-liberales democráticos (Chile), socialdemócratas (Brasil) o autodefinidos como socialistas (Venezuela), que comenzaron una primera fase de gobiernos progresistas.

Al principio, muchos de los nuevos gobiernos tuvieron que imponerse frente a las tradicionales elites conservadoras de sus respectivos países. Este cambio por supuesto, no se hizo sin conflictos: resulta emblemático el intento de la oposición venezolana de dar un golpe con ayuda de las Fuerzas Armadas en 2002 contra el presidente Hugo Chávez, elegido con 60% de los votos de sus compatriotas en aquel entonces.

También es cierto, que las medidas de los nuevos gobiernos de la región de Latinoamérica, no fueron siempre elaboradas de manera democrática y que derribaron alguna que otra institución de la democracia representativa. No obstante, las advertencias de que de este modo se abría un nuevo flanco al autoritarismo no tenían en cuenta, que esas políticas eran frecuentemente necesarias para una profundización de la democracia. Por ejemplo, el retorno en América Latina a la democracia, a partir de fines de la década de 1970 se basó mayormente en transiciones pactadas, en las que las viejas elites se habían reservado numerosos poderes de veto y derechos exclusivos que obstaculizaban una participación real de todos.

Una evidencia de lo anterior es que, hasta el día de hoy, 10% de los ingresos del Estado chileno por la extracción de cobre se depositan en una cuenta de las Fuerzas Armadas que no está sujeta a ningún control (parlamentario). Una medida impositiva, que no abona a la democracia, ni a la rendición de cuentas. Una medida que fortalece la desigualdad social entre gobernantes y gobernados.

Si volvemos la vista a la última década del presente siglo, en esta primera fase se cumplieron más esperanzas que temores. A pesar de los malos augurios, provenientes de elites tradicionales o doctrinas económicas fundamentalistas, las reglas centrales de los gobiernos democráticos fueron respetadas, en esencia. Así lo marca el regreso de la izquierda al poder en países con alternancia partidista como Argentina, la salida de prisión de Lula Da Silva en Brasil y movimientos de descontento popular en: Chile, Ecuador y Colombia.

En este contexto, las protestas de masas más recientes, han ocurrido en Bolivia, dirigidas por los cocaleros de Chapare, los “fabriles” de Cochabamba, los mineros de los Andes y los pobres urbanos de La Paz; en Perú, los maestros de la escuela pública han lanzado una huelga general, apoyada por agricultores y campesinos contra los salarios miserables y los bajos precios de los productos agrícolas que son consecuencia de la importación de grano y cereales subvencionados estadounidenses.

Muchas son las profundas desigualdades sociales, políticas, raciales y económicas que debe enfrentar el continente para salir adelante del enorme abandono al que ha sido exiliado durante siglos y que según se aprecia, muchos gobiernos se niegan a seguir solventando. El eje electoral y las representaciones de los movimientos políticos en varios países como Chile, Nicaragua, Brasil y Ecuador habrán de ser el componente en la gobernabilidad y el progreso de esta región hacia el futuro que está por venir.

México, por supuesto, tendrá un papel preponderante en la construcción de nuevas relaciones de integración regional ante este contexto de convulsos cambios, que si logran ser bien aprovechaos por muchos países, podrían establecer una boyante situación de paz y prosperidad en el continente. Ojalá pudiera darse.

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