Las Elecciones Para el Parlamento Europeo

Las Revueltas de Silvestre

Por Silvestre Villegas Revueltas

Cada cinco años la ciudadanía europea tiene alrededor de tres días para votar a sus representantes ante el Parlamento Europeo (750 diputados), institución que tiene ubicada sus sedes en Estrasburgo, Bruselas y la parte administrativa en Luxemburgo. Aunque el número de votantes no es muy alto durante la jornada electoral, la representatividad de los partidos europeos votados es mucho más diversa que la tenida en los países de origen. Por ejemplo. Un partido ultra de diestra o siniestra puede no alcanzar asiento en el parlamento respectivo de su país, en cambio la elección europea sí lo posibilita de estar en el hemiciclo europeo y en las sesiones parlamentarias; es más, plantear sus radicales posturas sobre unas y otras temáticas.

En la actualidad, el mosaico europeo se divide fundamentalmente entre aquellos que bajo sesudos razonamientos siguen apoyando el proyecto de una Europa unificada en sus principales aspectos cotidianos, y otro número de ciudadanos y gobiernos nacionales que después de haber vivido las políticas de la Unión Europea se han convertido en críticos puntuales o vociferadores cotidianos de lo que a su juicio han sido políticas negativas de la UE, las cuales han terminado por dañar algún determinado aspecto o actividad de un país en particular. De la multiplicidad de temas y conflictos particulares vamos a resaltar dos de aquellos que consideramos traspasan posturas partidistas. El primero se traduce en la problemática económica que a mediano plazo han sobrellevado los países de la mancomunidad europea. Para nadie es un secreto que después de la Segunda Guerra Mundial, con mucho trabajo, eficiente administración, niveles de honestidad hoy imposibles y un muy loable compromiso ciudadano se reconstruyó Europa. En diversos países el estado social benefactor brindó todas las reformas para que sus ciudadanos fueran razonablemente felices, pero, a partir de la administración de Margaret Thatcher y el llamado neoliberalismo instalado en las capitales europeas, la economía europea se fue polarizando entre un reducido número de muy ricos y paulatinamente la pauperización de los estratos medios y una creciente pobreza de una clase trabajadora que perdió todas sus prestaciones construidas en los años sesenta y setenta. El panorama europeo de los últimos treinta años es de riqueza y modernidad en los servicios que convive con precarios contratos laborales, empeoramiento de la salud pública, dificultades para conseguir y proseguir con una vida digna. Por ejemplo, los españoles a pesar de tener  el día de hoy con el antieuropeo partido VOX, sí son entusiastas de la UE y han señalado de años atrás, que con los dineros de la Unión se construyeron ferrocarriles, universidades y una bonanza sin paragón con el pasado todavía no comunitario; en cambio franceses, polacos o ingleses han subrayado que las políticas de la UE obligaron a los campesinos de Bretaña a limitar sus producción de lácteos y venderlos a precios poco satisfactorios para el entorno francés. Los polacos se quejaron en el mismo sentido de las cuotas sobre cárnicos y los ingleses años atrás protestaron que sus productos debían ser medidos, pesados y presentados para su venta en unidades del sistema métrico decimal y no bajo el sistema inglés de onzas, pulgadas y galones del cual se sienten muy orgullosos. Y mejor ni hablamos de la reglamentación “desde Bruselas” que vigila los grados de inversión nacionales, los niveles de endeudamiento de los gobiernos nacionales, el funcionamiento de los bancos y bolsas de valores nacionales, pero que no previeron o miraron para otro lado, cuando Grecia estaba incumpliendo toda la normatividad y al final de cuentas se declaró en suspensión de pagos y llegó de hecho a la bancarrota del estado.

El otro gran asunto que divide al electorado europeo es la cuestión de la migración hacia los países más ricos de la Unión. Durante siglos España, Italia, Inglaterra y Alemania entre otros fueron grandes expulsores de gente a los territorios ultramarinos, situación que se revirtió en los años de 1970; paulatinamente los países europeos empezaron a recibir pequeñas luego grandes cantidades de migrantes de Turquía, de la mancomunidad británica, de Argelia, Sudamérica y el día de hoy un etcétera de dimensiones mundiales. Al principio la civilidad, la tolerancia, la curiosidad de “los viejos europeos” arropó a los recién llegados, pero el gran problema fue que en los últimos treinta años tales migrantes no pudieron disfrutar de la bonanza europea en los diversos países, el número de migrantes aumentó geométricamente y “los viejos europeos” comenzaron a recelar luego protestar y últimamente a votar por aquellos partidos que hicieron suya la agenda de ver al migrante como indeseable y sobre todo peligroso. Esto último se ha visto reforzado por los atentados terroristas en Europa cometidos, no por migrantes sino por ciudadanos europeos de raíces culturales diversas y que han subrayado que todo el sistema europeo no les ha permitido integrarse. En sentido opuesto “los viejos europeos” han repetido como años atrás lo señaló el estadounidense Huntington (respecto a los mexicanos): que por su número, diversidad y costumbres -específicamente los musulmanes europeos- resultan ser inasimilables. Todo lo anterior quiere decir que economía y migración estarán en las mentes de los votantes europeos, más otros temas como la defensa comunitaria, el reforzamiento de las fronteras históricas, el factor de Rusia como entidad de peso en la geoestrategia europea y el ingrediente de los nacionalismos locales que, durante los últimos mil años de historia europea han sido la norma, y no tanto el proyecto comunitario de una identidad común, que con altibajos tiene una antigüedad a partir de 1993.

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