Don Ernesto Lemoine y la Historia

SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS

El pasado 9 de diciembre se conmemoró el 30 aniversario del fallecimiento del doctor Ernesto Lemoine Villicaña, maestro generacional en la UNAM, de un número importante de historiadores profesionales que actualmente trabajan investigando diversos acontecimientos históricos, principalmente del siglo XIX mexicano pero también sus derivaciones hacia el XX. Entre sus discípulos los hubo que se adscribieron hacia la historia de tinte positivista, otros hacia la difusión de la historia, algunos abrazaron como método de investigación el materialismo histórico y su interpretación en la importancia de la lucha de clases, y los más donde me incluyo, nos hemos dedicado a investigar y dictar docencia en Historia, a partir de la importancia de la historia política y la historia cultural para intentar explicar el perfil del México de los años 1800, pero también y sobre todo, de las herencias que como rémoras gozan de cabal salud en la segunda década del siglo XXI.

De treinta años para acá los alumnos del maestro Lemoine, como le conocíamos, han trabajado para el gobierno federal en dependencias como Gobernación, Relaciones Exteriores, Educación Pública y Hacienda; la mayoría pertenecemos al sector universitario en instituciones como la Nacional, la Metropolitana, la de Michoacán, Puebla, Nuevo León, Veracruzana, Zacatecas, San Luis Potosí. Algunos de sus críticos laboraron en el Colegio de México y el Colegio de Michoacán, pero me atrevo a señalar que no tuvo discípulos y contactos con las escuelas e instituciones educativas ligadas al clero católico. Lemoine era un liberal y por educación postrevolucionaria, ligado a una visión del mundo secular que entre otras herencias deriva directamente de la Revolución Francesa. Le gustaba viajar,  comer y beber muy bien, muchos eran sus recuerdos de los museos y galerías europeas; su tiempo preferido  en el arte era aquél que iba del Renacimiento hasta el Impresionismo francés. Su biblioteca, un portento de libros, todos ellos encuadernados en piel. Y a diferencia de la especialidad y lo microscópico que hoy investiga la academia, la suya era la del humanista, pues por igual estaban los muy diversos temas y autores de la Historia  y Literatura Universales que aquellos que habían analizado los avatares mexicanos: era polemista y algunas discusiones por motivos profesionales llegaron al grado de romper con algunos de sus colegas. Su época preferida era la Guerra o Revolución de Independencia en México y en aquellos años, principios de los años ochenta, jóvenes bisoños decíamos que cuando el maestro Lemoine comenzaba a explicar la elevación, derrotas y final fusilamiento de José María Morelos, genuinamente comenzaba a levitar como santo o monje budista.

Él me sugirió, que para tema de tesis, por qué no investigaba al poblano Ignacio Comonfort, su presidencia (1855-1857) y por derivación a los miembros de su generación, llamados por ellos mismos liberales moderados. Éstos eran personajes como José María Lafragua, Ezequiel Montes, Manuel Payno, Manuel Siliceo, Manuel Doblado, Jesús González Ortega, José López Uraga, José Fernando Ramírez y otros cuyo denominador común fue romper en determinados  momentos con el presidente Juárez; salvo Uraga y Ramírez que murieron en el exilio y no se les perdonó haber trabajado para el imperio de Maximiliano, todos los demás terminaron por reincorporarse al mainstream de la política mexicana entre 1868 y los años de 1890. 

¿Qué planteaban los liberales moderados mexicanos para que México pudiera alcanzar la modernidad, la prosperidad y felicidad de sus habitantes? Primero, fortalecer la figura presidencial frente a los otros dos Poderes –el legislativo en aquellos años era unicameral, hasta el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada. Someter a los gobernadores estatales al poder del gobierno central, puesto que se habían convertido en veintitantos caciquillos, con facultades fiscales que no les correspondían y comandantes de sus respectivas guardias estatales. Era como si hoy Alfaro en Jalisco, García en Nuevo León o Cuitláhuac en Veracruz tuvieran fuerzas armadas -más allá de las policiacas- con que hacerse valer frente al gobierno federal. Planteaban que el país debería dirigirse a un sistema donde el comercio, el tránsito, las creencias religiosas, la educación a partir de los niveles secundarios, estuvieran libres de muchas trabas que terminaban resultando en obstáculos para que el país fuera más rico, más interconectado, más plural en la educación y afectos que tenía el pueblo mexicano. En fin, algunos temas se fueron materializando durante el porfiriato, en la postrevolución mexicana y en el llamado neoliberalismo posterior a Salinas de Gortari.

Para finalizar, fue muy formativo ser discípulo de don Ernesto y le aprecié que, a pesar de sus filias y fobias históricas, no me dictó ninguna directriz autoritaria, pero ello no me salvaba de su indicación acerca de que debería comprobar con documentos mis afirmaciones de un determinado personaje, ley, situación y tiempo histórico; más aún, sí me prohibió insultar a los personajes de la historia porque subrayaba, si lo hace, ello hablará más mal de usted y revelará su poca capacidad de análisis y comprensión de lo sucedido años atrás. Parece que hoy y en algunos medios, existen académicos muy vitriólicos que no analizan sino gritan panfletariamente.            

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