Por Jesús Michel Narváez
Como cada fin de año, la hoja del calendario se desprende y cae con su acostumbrada velocidad. Ni más rápido ni más lento. Simplemente viaja sostenida por el oxígeno.
Todos nos deseamos que el siguiente año, el que presentan los diseñadores a través de un bebé siempre rubito, que haya salud, prosperidad, amor, trabajo y que tengamos muchos años nuevos más.
El 2021 no fue mejor que el 2020 que tampoco superó la maledicencia del 2019. El 2022 es de pronóstico reservado.
Será el año del endurecimiento presidencial. Los 12 meses más álgidos de la actual administración. De nada nos servirá haber sorteado la pandemia sanitaria, sobrevivir a las agresiones, defendernos como gatos bocarriba para impedir nuestra desaparición. No hubo prosperidad para nadie, excepto para el grupo que gobierna. Tampoco se presentó la posibilidad de avanzar en algo. Los ricos, los muy ricos, no sufrieron lo que las clases medidas, que a punto de desaparecer, lo hicieron. De los pobres poco se puede decir más allá que se empobrecieron más y encontraron más personas en su mundo.
Los pronósticos para todas las actividades no son esperanzadores. El riesgo de un rebrote pandémico ya es reconocido. Nada habrá, sin embargo, que haga cambiar las políticas gubernamentales.
La dureza del presidente López se notará más a partir de la revocación de mandato. Sentirá que tiene el poder absoluto sobre todos los ciudadanos, los pobladores, de este país. Y mostrará que las estrellas se alinearon y exhibirá la capacidad para mantener su residencia en Palacio Nacional.
No, 2022 no será mejor que el 2021. La crisis social está a la vuelta de la esquina y, por desgracia para las mayorías, no existe un personaje, un grupo, que llame a la unidad para defender los derechos que tanta sangre costó y que nos están quitando.
El cierre del año no deja duda.
Violencia al alza. Inseguridad a plenitud. Inflación galopante. Resquebrajamiento de las Instituciones. Abuso de poder. Hay un largo etcétera que correrá a lo largo y ancho del país, por sus planicies y montañas, por sus valles y sus bosques. La descomposición nos lleva al pasado, al que suponíamos todos haber superado. La esperanza de creer en lo personal, está cancelada. Únicamente la cúpula del poder tiene todo quitándoselo a los demás.
No hay que ser científico, genio o iluminado para darse cuenta de en qué país vivimos y las precarias condiciones de recurrir a la legalidad para cambiar. La mal llamada cuarta transformación nos conduce no al paraíso anhelado y prometido sino a los senderos que llevan a los círculos infernales de Dante.
Los que estamos en el séptimo piso y aspiramos poder llegar al octavo, sabemos que cada día será más difícil superar los escollos, las trampas, los muros. Quienes apenas inician el tiempo de la productividad se conforman con ser aprendices o tener una beca. La llamada pensión universal no lo es. Y aquellos que la disfrutan amargamente se quejan: llevamos tres meses sin recibirla.
Atenderse médicamente para no acelerar la muerte, es el camino perdido. Hallamos un sistema de salud descompuesto, burocratizado y sin medicamentos. Recurrir al doctor privado implica impulsar su riqueza y aumentar nuestra pobreza.
2022 preludia mayor caos, menores beneficios y oportunidades y desde Palacio Nacional soltarán el sermón de que les va mal a los “adversarios” y bien al “pueblo bueno”.
El maniqueísmo se agudizará y la división se propagará. No se trata de ser catastrofista… se intenta estar en el mundo terrenal, en el real, no en el que se desarrolla en la escasa materia gris, malévola por supuesto, de quien nos gobierna.
Esperar cambios rebasa la lógica. Porque habrá confirmación plena de que los ciudadanos hemos perdido la batalla frente a un ente ensalzado por corifeos pagados y en cuya visión se antepone el YO primero.
Con el escenario de la tragedia consumada, hay que decir, sin embargo, que la esperanza es lo único que se pierde cuando la vida se acaba y desaparece la razón de seguir asido a ella.
¿Qué nos depara este año par?
Los nones son de dones… los pares de pesares. Y con la tercia de patitos en el calendario, nada bueno puede suceder. ¿Será peor que los tres años anteriores?
Quien suponga que no hay nada peor, se equivoca. ¡Claro que hay años peores!
A pesar de todo, desde este espacio a todos mis familiares, mis amigos, mis conocidos y a los que no me han presentado, les deseo que 2022 traiga la luz que rompa la oscuridad y les (nos) permita volver a reír a carcajada batiente, disfrutar de la belleza de estar vivos y recuperar la felicidad perdida.
Llega el 2022. Hay que recibirlo, aunque no augure el cumplimiento de los deseos, de las metas, de los anhelos.
Por hoy, dejó que la hoja del calendario caiga con su acostumbrada lentitud y que en ese tiempo los malos recuerdos pasen a mejor vida.
Es todo.
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