No son Aspiracionistas…

Punto de Vista

Por Jesús Michel Narváez

A partir de la creación del “nuevo ejército”, diseñado por el general Joaquín Amaro entre 1925 hasta 1931, cuando ocupó el cargo de secretario de Guerra y Marina, no se logró que los militares surgidos de la Revolución Mexicana dejaran de lado la política y se concentraran en sus responsabilidades castrenses.

Desde Venustiano Carranza hasta Manuel Ávila Camacho, los presidentes de México fueron emanados de las fuerzas armadas. Sin embargo, las condiciones de la Nación requerían de otra visión y en 1946 Miguel Alemán Valdés arrancó la era de los civiles. Las tentaciones de generales en activo o retiro por regresar al poder político no se agotaron, pero sus intentos de alcanzarlo de nueva cuenta para “fortalecer la revolución” -en la que la mayoría de generales había participado- no se concretó.

Los presidentes civiles, por mandato constitucional, se convirtieron en los Comandantes Supremos de las Fuerzas Armadas. Y con excepción de Alfonso Corona del Rosal, quien ocupó el cargo de regente del Distrito Federal de 1966 a 1979 y buscó ser el candidato presidencial de manera abierta y sin esconder sus intenciones, los relevos presidenciales han seguido por la ruta del civilismo.

En la actualidad, como nunca las fuerzas armadas han recibido un trato excesivamente preferencial por parte del comandante supremo. Recursos al por mayor. Responsabilidades alejadas de sus deberes militares. Incremento notable en el número de activos. El general Luis Crescencio Sandoval y el almirante Rafael Ojeda están más cercanos al Presidente de la República que cualquiera otro miembro del gabinete. Son pilares para proteger el proyecto de Andrés Manuel López denominado “cuarta transformación”.

Con motivo de los 111 años de iniciado el movimiento armado que devino en una lucha por el poder durante 18 años -1918-1928-, el general secretario tuvo a su cargo el discurso oficial.

Llaman la atención dos párrafos. “Tenemos claro que la subordinación al poder civil es norma, responsabilidad y convicción, debido a que la profesión militar jamás contempla aspiraciones políticas, su esencia es otra y se puede apreciar en las acciones que realiza las tropas a lo largo y ancho de la república mexicana. La lealtad a la patria es conciencia deber y vocación.

“Estamos trabajando por México en esta elevada encomienda. El interés nacional está ahí y siempre estará por encima de cualquier otro o de conjeturas que pudieran hacerse (…) Señor presidente: el próximo 1° de diciembre se cumplirán tres años de que inició su gestión al frente del Poder Ejecutivo, en estos tres años usted ha depositado su confianza en las Fuerzas Armadas y en la Guardia Nacional para la seguridad, el progreso de México y el bienestar del pueblo, para nosotros es un timbre de orgullo poder contribuir a la transformación que se está viviendo, las bases están sentadas y se avanza con paso firme en el proyecto de nación que usted ha impulsado desde el inicio de su gobierno (…) reiteramos al pueblo de México nuestro respaldo y total compromiso con las mejores causas”.

Se entiende la lealtad. Se comprende la subordinación. .

Sin embargo, hacer pública la decisión de contribuir “(…) a la transformación que se está viviendo, las bases están sentadas y se avanza con paso firme en el proyecto de nación que usted ha impulsado desde el inicio de su gobierno (…) reiteramos al pueblo de México nuestro respaldo y total compromiso con las mejores causas”, es marginar al 60 por ciento de la población.

No hay que ser genio matemático para saber cuántos son los pobres y cuántos los que tienen para sobrevivir. El proyecto personal del presidente López es excluyente, casi autocrático, sin respeto por la división de poderes, alejado de los principios democráticos y enfocado a tener a las fuerzas armadas comiendo de su mano para que lo respalden en todo, incluso, en las imbecilidades.

Y eso lo sabe el señor López. Sabe que cuenta con una fuerza castrense, en los altos mandos por supuesto no en toda la tropa, que defenderán su proyecto.

Nadie quiere un golpe de Estado. Quizá la revocación de mandato haya sido una buena idea al final de la jornada. El general secretario tiene, ciertamente, la obligación de obedecer las órdenes superiores, pero de no ignorar las consecuencias.

¿Si los ciudadanos votan por revocar el mandado ¿seguirá el apoyo incondicional?

Ser cuidadosos con el lenguaje no es el fuerte de los militares no solamente de los mexicanos, porque todos tienen, aunque lo niegue, aspiraciones.

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