Por Gerardo Gil Ballesteros
Uno de los aspectos más importantes para la realización de un festival de cine, radica en la promoción que puedan tener filmes –sobre todo nacionales de próximo estreno-, los contactos para distribución que puedan hacer productoras e incluso realizadores y de alguna forma la oportunidad que tiene un público específico, digamos de nicho, de ver una cinematografía alejada del hollywoodazo típico.
En el caso del Festival de Morelia, que se llevó a cabo del 27 de octubre al 1 de noviembre, la ventana que da al cine nacional es muy importante, ya que en dicho evento los largometrajes que ahí se presentan tiene la primera prueba de fuego al enfrentarse con el público.
Es el caso de dos películas mexicanas, que estuvieron en la Sección de Largometraje Nacional en Competencia: El otro Tom (Laura Santullo, Rodrigo Plá, 2021) y El Camino de Sol (Claudia Saint Luce, 2021). En ambos casos la prueba ante el espectador fue positiva, aunque no las exenta del análisis.
En el primer caso, El otro Tom, Santullo y Plá, cuentan la historia de Elena (Julia Chávez), una joven madre que vive en Estados Unidos con su hijo Tom (Israel Rodríguez, quizá lo mejor del filme), de nueve años, quien tiene problemas de conducta: se pela en clase, no se está quieto en ningún lugar, hace berrinches y de paso añora la presencia de su padre.
Elena decide llevar a Tom con el médico, quien le receta pastillas ya que padece déficit de atención e hiperactividad. El pequeño cambia su actitud y se aletarga. La madre tendrá que hacer un examen interno para saber si lo que necesita su hijo son medicamentos o algo más profundo en su vida: El otro Tom, resulta entonces más sensible y necesitado de amor que lo que parece en un principio.
Plá y Santullo, son directores que no tienen a nivel narrativo reproche; la película fluye de forma correcta y la hipótesis del abuso farmacéutico y la falta de amor o atención en el seno familiar queda establecido, sin embargo, en esta ocasión los cineastas pecan de contención y formalismo narrativo: son personajes sin desperdicio que logran fácilmente la empatía con el espectador; incluso la misma Elena, quien no es discreta con aspectos de su vida que pueden lastimar a Tom, pero una firme corrección cinematográfica sacrifica el espíritu y la naturalidad del largometraje. A pesar de la excesiva contención, El otro Tom, funciona, aunque no se luce. Los cineastas, por cierto, se llevaron el premio a Mejor Dirección en Morelia.
En el caso de El Camino de Sol, nos enfrentamos a que Sain Luce es una cineasta de impecable capacidad narrativa, pero que en esta ocasión, producto de un guion que plantea situaciones no muy bien establecidas, el secuestro de perros para juntar el dinero de un rescate, y la excesiva dureza con la que son retratados los miembros de la comunidad Dog Lover, por ejemplo, no termina de lograr la empatía que en un principio se propone. Hay algo tragicómico en el personaje de Sol, vaya.
¿De qué trata? Una joven madre, sí esto ya es un arquetipo del cine, Sol (Ana José Aldrete), sufre el secuestro de su hijo en la CDMX, mientras el niño acaricia un perro; la indolencia de las autoridades y la indiferencia de su entorno ante lo desgarrador de lo que vive, la hacen realizar el secuestro de perros, para recaudar dinero.
Sain Luce tiene la mano muy dura ante sus personajes periféricos, los dueños de perros, y una complacencia casi humorística con Sol. Se siente un absurdo en el actuar de su protagonista, aunque lo anterior se salva gracias también a la capacidad narrativa de la directora.
En todo caso, los dos anteriores largometrajes están muy por encima de la producción comercial habitual y son ejemplos de cine con convicción social. Para mostrar estos trabajos, es que entre otras cosas se hacen los Festivales de cine.