¿La CELAC y la Construcción de un Nuevo Panamericanismo?

Por Itzel Toledo García

El 23 de febrero de 2010 se ideó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), esto ocurrió en el marco de la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe en Playa del Carmen, México. Más de un año después, la CELAC se constituyó definitivamente en la Cumbre de Caracas, Venezuela el 3 de diciembre de 2011.

El objetivo de este organismo intergubernamental ha sido promover el diálogo y la integración política, económica, social y cultural de los Estados que se sitúan en América Latina y el Caribe. Sin embargo, la CELAC ha logrado generar poco diálogo en los últimos años. Incluso en enero de 2020 Brasil abandonó este organismo por considerar que daba lugar de acción a países no democráticos como Venezuela, Cuba y Nicaragua. Además, este no es el único organismo intergubernamental que apela a la cooperación dentro de la región, existen otros como el Mercosur (1991) y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (2004) que también lo hacen.

El 18 de septiembre de este año tuvo lugar la VI Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la CELAC en la Ciudad de México bajo la Presidencia Pro Témpore de México. Para la política exterior mexicana ha sido relevante reforzar las actividades de la CELAC como organismo intergubernamental para fortalecerse como potencia regional, pero a pesar del esfuerzo del presidente Andrés Manuel López Obrador esta reunión no ha llegado a ser un espacio para que los países latinoamericanos y caribeños plantearan una nueva forma de cooperación entre sí y ante Estados Unidos. Ya en julio el presidente mexicano cuestionó fuertemente a la Organización de los Estados Americanos (OEA), de la que forman parte todos los Estados del continente y en la que los representantes de América Latina y el Caribe dialogan constantemente con los de Estados Unidos. De hecho, la OEA es el organismo internacional más antiguo en el continente americano, se fundó como tal en 1948 pero sus antecedentes se encuentran en la Primera Conferencia Internacional Panamericana en Washington D.C. en 1890. El objetivo del panamericanismo ha sido lograr la cooperación política, económica, cultural y técnica entre todos los Estados del continente americano.

Desde la perspectiva de López Obrador, la OEA debería ser sustituida por un organismo en el que Estados Unidos no tenga un poder hegemónico. En julio señaló que “es ya inaceptable la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia”. En cambio, el presidente mexicano llamó a que se apliquen de manera continental los principios de no intervención, autodeterminación de los pueblos y la resolución de conflictos de manera pacífica. En la inauguración de la Cumbre VI, López Obrador insistió en que Estados Unidos debe reformular sus lazos con América Latina, dejando de lado “la política de bloqueos y malos tratos por la opción de respetarnos, caminar juntos y asociarnos por el bien de América sin vulnerar nuestras soberanías”.

La política exterior mexicana no es la única que se muestra crítica ante la OEA, también lo hace la política exterior boliviana después del golpe de Estado ocurrido en 2019. Recordemos que en las elecciones presidenciales de octubre de aquel año, en las que Evo Morales buscaba un cuarto mandato, la OEA detectó irregularidades y se desató un golpe de Estado en el que Jeanine Áñez se proclamó presidenta interina. Por lo mismo, el gobierno constitucional de Luis Arce tiene la intención de solicitar en la siguiente Asamblea General, que tendrá lugar en la Ciudad de Guatemala en noviembre 2021, que el diplomático y político uruguayo Luis Almargo deje de fungir como Secretario General de la OEA. Almargo, quien tiene ese cargo desde mayo de 2015, ha rechazado esas acusaciones y las tilda de infamia, señalando que la OEA no reconoció como legítimo al gobierno de Áñez. Asimismo, la política exterior venezolana ha mostrado su crítica a la OEA por años y ha llamado a llevar a la práctica la unidad bolivariana.

La Cumbre de la CELAC en la Ciudad de México no resultó ser el espacio para discutir un plan para reformar o reemplazar a la OEA y establecer un nuevo panamericanismo. Esto se debe a que hay demasiadas fricciones políticas entre los altos mandatarios de América Latina y el Caribe para organizar una propuesta ante Estados Unidos y Canadá, los dos miembros de la OEA que no forman parte de la CELAC. En la capital mexicana, los representantes de Paraguay, Uruguay y Colombia cuestionaron la legitimidad democrática del gobierno del venezolano Nicolás Maduro, también la del cubano Miguel-Díaz-Canel. Además, el canciller nicaragüense acusó al gobierno argentino por ser un “instrumento del imperialismo norteamericano” al reprobar su conducta en materia de derechos humanos.

No obstante, se avanzó en la agenda para la integración latinoamericana en materia de desastres y la autosuficiencia sanitaria. Además, los países latinoamericanos y caribeños mostraron acuerdo en la necesidad de lograr la justicia social a nivel regional, así como sobre la urgencia de solicitar al Fondo Monetario Internacional (FMI) flexibilizar la deuda y financiamiento ante la pandemia de COVID-19 que tanto ha afectado a esta parte del mundo. Asimismo, en la Cumbre VI se hicieron llamados a cumplir con el Acuerdo de París y realizar proyectos conjuntos para mitigar el cambio climático. También se comprometieron los gobiernos a promover proyectos para combatir al crimen organizado y lograr la seguridad alimentaria. Aunado a ello, se incluyeron declaraciones para poner fin al bloque económico contra Cuba.

Claramente, la Cumbre VI de la CELAC muestra los retos compartidos y la disposición de cooperar por parte de países latinoamericanos y caribeños en materia económica, climática y sanitaria. Sin embargo, se mantienen importantes retos políticos que imposibilitan una integración política regional, lo cual dificulta una posición unificada para llamar a un nuevo panamericanismo en el que Estados Unidos deje de ser el poder hegemónico, algo que la política exterior mexicana desea ocurra pronto.

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