Yael Tamir.
El porqué del
nacionalismo.
Editorial Berlín Libros.
Valencia. España 2021.
237 páginas.
Por David Marklimo
Al analizar el discurso político actual observamos la preponderancia de la cuestión nacional; es decir lenguaje de carácter nacionalista que azuza los movimientos sociales de apariencia moderna, y que produce divergencias autoritarias en la democracia liberal.
Esta realidad refuerza la opinión de que se trata de una ideología reaccionaria y, en esencia, antidemocrática. En El porqué del nacionalismo, la politóloga israelí Yael Tamir presenta un apasionado argumento en contra de este razonamiento, en el que busca poner el acento sobre las virtudes participativas e igualitarias del nacionalismo, considerándolo como una fuerza con capacidad aglutinante y emancipadora. En su opinión, lejos de encontrarnos frente a una «fuerza maligna», debemos cambiar el énfasis de lo global a lo nacional como una manera de redistribuir las responsabilidades y compartir los beneficios de un modo más democrático y justo.
Afirma Tamir que, en unos tiempos caracterizados por la globalización, el nacionalismo mitigará las dinámicas perniciosas del primero. No sólo eso: según la politóloga, el nacionalismo, llamémosle beneficioso, es contagioso, de modo que además de mejorar las cosas de puertas para adentro, ejercerá su influencia positiva allende sus fronteras y percibirá a otras patrias como preciados aportes a una civilización común. Visto de esta forma, el nacionalismo puede ser una herramienta democrática y modernizadora.
Por tanto, los partidos progresistas, socialistas, liberales y democráticos no tendrían que renunciar al enfoque nacional, cediéndoselo así a sus homólogos más extremistas. Es una cuestión, nuevamente, de que el discurso político ha cedido a las ideologías. Hablar sobre el nacionalismo, desde el punto de vista de Tamir, trae una serie beneficios importantes a la calidad democrática. En primer lugar, hay que reconocer que la formación de los Estados nación promovió conquistas democráticas importantísimas. Por ejemplo, es el Estado quien tiene la mayor fuente de servicios duraderos e intergeneracionales.
En ese sentido, hay un llamado a proteger lo que entendemos por el Estado del bienestar y todo lo que es público. Ahora bien, convertir a la nación en una Patria es algo más complejo. La Patria es un lugar al que nos vinculamos no en virtud de motivos instrumentales, sino debido al afecto y la fortuna, donde los individuos se sienten involucrados en una entidad continua que aviva sus dependencias y responsabilidades mutuas. Para ello, Tamir propone tres acciones
- Hay que celebrar el nacionalismo, cuyas virtudes participativas e igualitarias son deseables, en tanto que fuerza con capacidad aglutinante y emancipadora.
- Al defender lo público, hay que abordar con naturalidad varias problemáticas contemporáneas: las consecuencias de la privatización de lo público, el “largo periplo global” de las élites, la indignación de las masas provocada por su desamparo y la creciente desigualdad, las ínfulas separatistas de ciertas regiones como Escocia, Quebec, Catalunya …
- Una Patria es un lugar común, por ello debe primar la igualdad, incluso cuando ésta pueda socavar en parte lo que algunos entienden por libertad. En ese sentido, hay que restar justicia a actitudes como la defensa del librecambismo o la libertad de tránsito, para sumársela a metas como la lucha contra la pobreza y la superación de las brechas sociales y económicas.
Evidentemente, hay grandes críticas a esta defensa del nacionalismo moderado. Sus grandes crímenes, en la primera mitad del siglo XX y aún después en Yugoslavia, por ejemplo, están ahí. La democracia liberal pone delante de la nación al individuo. Entonces, ¿acaso refugiarse en el tribalismo (sea éste excluyente o no, beneficioso o no) no ha sido lo que siempre se ha hecho en tiempos difíciles? ¿De verdad promoverlo da resultados positivos?