*Sorpresa: el Cambio de Color en el Cabello de su Esposa
*Aunque le Hablaba al oído, el Presidente Estaba Absorto
*Con la Vista Recorría los Edificios del Cuadrángulo Histórico
*Quizá Pensaba: Todo Esto es Mío…la Lucha Valió la Pena
Por Alberto Almazán
En su monólogo matutino del martes, el presidente López pidió “atentamente” a las televisoras y radiodifusoras del país, transmitir la ceremonia del Grito, para conmemorar el CCXI aniversario del inicio de la Independencia “porque habrá sorpresas”.
La ceremonia, sin la presencia de los miles de personas que habitualmente se dan cita para, primero, disfrutar de la verbena y después escuchar al mandatario en turno hablar desde el Balcón Central de Palacio Nacional, no tuvo nada que sorprendiera.
Excepto que su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller se tiñó el cabello y dejó de ser rubia. Un solo número musical con la cantante Lila Downs, quien interpretó la canción “Latinoamérica”. Un video de 5 minutos en el que se intentó narrar la historia de Tenochtitlán, mediante la presentación de murales de Diego Rivera y adaptaciones digitales para que la “Pirámide” del Templo Mayor -construida con tablaroca- mostrara su “grandeza” y cómo fue derruida por el conquistador Cortés. Dibujos que expusieron al Águila que se posó sobre el nopal volando de frente y colocándose del lado izquierdo -el Escudo Nacional la coloca del lado derecho y picando la serpiente- sin que existiera explicación.
Se insertaron llamas en las torres de la Catedral que hicieron recordar los infiernos de Dante. Pareció un trabajo visual para niños.
Después vendrían los fuegos artificiales. La austeridad republicana se hizo presente.
Mientras se escuchaba música mexicana y la señora Gutiérrez sentía el gusanillo por bailar, aunque solamente llevó el ritmo y movió los hombros, el presidente miró a lontananza.
El cielo lo atrapó. Ya no había nada más que nubes de humo y a lo lejano las estrellas.
Su esposa le hablaba al oído. Él no escuchaba.
Estaba encerrado en sus pensamientos.
Cuando bajó la mirada y la fijó en la Plaza de la Constitución, pareció expresar con la mirada, con los ojos entrecerrados, “todo es mío”.
Recorrió los edificios del cuadrante. La catedral le mereció poca atención. Dedicó más tiempo a observar la que fuera casa de Moctezuma, en la esquina con 5 de mayo y que hoy ocupa del Monte de Piedad. Pasó la mirada por los Arcos de Mercaderes. Giró a la izquierda y observó el viejo Palacio del Ayuntamiento. La siguiente edificación, moderna del siglo XX, no llamó su atención.
Embelesado volvió a mirar al cielo.
¿Qué pensaba?… ¿con quién hablaba?…
Solo él lo sabe.
Su rostro, adusto, sin sonrisa, sin mover un músculo.
Los ojos no brillaban. No transmitían sentimiento alguno.
Había cumplido el protocolo: Saludar a la bandera y recibirla de manos de un cadete del Colegio Militar. Se dirigió al Balcón Central y confirmó que la plaza de la Constitución estaba vacía. Tomó valor e inició la arenga.
Unos “Viva” que nada tienen que ver con la Independencia. Recordó a Guerrero por primera ocasión en sus tres primeros gritos como presidente de México.
Cual si estuviera en un mitin en donde miles de personas le aplauden, lanzó: ¡Viva la honestidad!,
Olvidó decir: muera la corrupción.
Con la mano derecha tomó el cordel tricolor atado al badajo de la Campana de Dolores. Al lábaro patrio lo asió con la izquierda. Demasiadas campanadas. Y enseguida tremoló la bandera. No mostró cansancio.
Después el tiempo de reflexión.
Quizá para sus adentros se decía: todo es mío.