Por Jesús Michel Narváez
Al inicio de este gobierno surgió la oferta: vengan, las puertas y los brazos están abiertos.
Era el presidente López el que daba la bienvenida a todos aquellos migrantes que huían de sus países, principalmente de Honduras y El Salvador y en menor escala de Guatemala. Había también brasileños, africanos y asiáticos. A todos se les prometió dejarlos pasar para que siguieran su camino hacia lo que todavía considerar el “sueño americano”.
Todo se fue por la borda cuando Donald Trump ordenó, no solicitó al gobierno de México, que frenara el ingreso de migrantes. Y obediente, Andrés Manuel López instruyó a dos de sus secretarios: Alfonso Durazo Moreno, de Seguridad Pública Ciudadana y jefe de la Guardia Nacional y a Marcelo Ebrard, titular de Exteriores, para cumplir.
La Guardia Nacional se transformó en el “muro humano” que impedía cruzar la frontera sur. Ingreso legal. El ilegal continuaba como hasta ahora.
El endurecimiento de la política estadounidense en materia de migración comprometió las promesas presidenciales de recibir a quien quisiera cruzar el territorio nacional rumbo al norte. Comenzó el rechazo. La detención arbitraria. El mal trato.
Conforme pasó el tiempo, la acción para frenar a los migrantes, fue haciéndose más rígida.
Trump se fue por la puerta trasera de la Casa Blanca y la pésima relación de México con Estados Unidos con motivo del relevo presidencial, se manifestó abiertamente.
Ciertamente el número de migrantes se redujo. Supuestamente Estados Unidos apoyaría a los países expulsores con recursos. México le entregó 30 millones de dólares a El Salvador para iniciar el programa Sembrando Vida. No se conoce si con Honduras hizo lo mismo.
Lo que sí se sabe y hay pruebas contundentes, es la violencia ejercida por los agentes del Instituto Nacional de Migración y de quienes conforman Guardia Nacional.
En las últimas dos semanas, las gráficas publicadas por los rotativos nacionales, muestran la ferocidad con la que son agredidos cientos de haitianos.
Personas que huyen de la isla -la mitad, porque la otra es Dominicana- por las persecuciones políticas del recién asesinado presidente Jovenel Moïse (7 de julio) y sus adversarios o por la carencia de alimentos, empleo, seguridad y medicamentos.
Las autoridades mexicanas muestran su “capacidad” de violencia y persiguen, incluso a través de la selva, a mujeres embarazas que llevan a sus hijos de la mano y corriendo, hasta alcanzarlas y agredirlas. Las detienen y las llevan a la frontera.
Muchos de los hombres han logrado evadirlas. Y enfrentan ahora el riesgo de encontrarse con criminales que los detendrán, explotarán y hasta matarán.
¿Dónde quedó la política de brazos abiertos y empleos?
Hasta el momento ni el presidente López ni el titular de Exteriores, Marcelo Ebrard han dado una explicación por el maltrato que se le otorga a los migrantes.
Las palabras, las promesas, se las llevó el viento acompañado del tiempo.
El 95 por ciento de quienes dejan sus países tienen hambre de justicia y sed de alimento. Eso ya no se observa a través de los ojos de la migra mexicana ni de los militares disfrazados de civiles.
¿Y los derechos humanos que tanto se pregona en Palacio Nacional se respetan como nunca?
Adiós a los abrazos y malvenidos los balazos, las agresiones y los golpes.
Es la “nueva normalidad” en México en materia de migración.
Y luego exigen desde Palacio el trato “humano” para los migrantes mexicanos.
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