Por Jesús Michel Narváez
Con mar picado, el pescador lanzó el anzuelo. El pez buscó la carnada. Coqueteó por varias semanas. Iba y venía. Fijaba sus ojos en la comida que le ofrecía. Sabía, porque contra lo que se dice de otros animales vivos, los del mar -en términos generales- son inteligentes. Y éste, de acueducto rosa y con cuando menos cinco siglos de existencia, resistió la tentación y nunca pico… hubo momentos en que flaqueó y finalmente nadó dejando al que lo quería someter, esperando… y esperando.
Nada mejor para describir una decisión trascendental y que le garantiza la vida digna y cono reconocimiento: Arturo Zaldívar Lelo de Larrea se dejó querer, hizo que muchos concibieran la esperanza, divagó durante semanas y finalmente acudió a un desayuno y le dijo al pescador: sigo en libertad y vivo en independencia.
Tardó en entender que si picaba el anzuelo, su paladar se desgarraría y terminaría en una sartén con aceite caliente y al término de la cocción sería devorado y quien masticaba disfrutaba haber sacado del acueducto a un pez gordo.
Razonar no es de débiles ambiciosos. Es de pensantes que valoran lo hecho en la vida y la importancia de estar nadando con libertad, independencia y lealtad, no al pescador, no a los otros peces que conforman el cardumen y necesitan del guía que los lleve a la zona de confort.
Saber que la Constitución es el mar en donde respetándola ella hace lo propio, debería ser materia obligatoria para todos aquellos que están en el cardumen del poder y que, sin ser de la misma especie, tienen las mismas obligaciones y responsabilidades.
Buscar cómo decirle al pescador que su equipo de biólogos no supo estudiar el comportamiento que dicta la ley, no de la naturaleza sino la escrita por los hombres, no debe a ver sido fácil.
Menos cuando el pescador, desobedeciendo las prohibiciones y ante el fracaso con el anzuelo, lanzó la red en busca de capturar no solo al líder sino a los que se formaron en el pasado y, ya adultos, renegaron del presente.
Seguramente para el presidente de México no es pescador experto. Es simple tirador del anzuelo que no sabe tomar la caña.
Aplico el refrán del pez grande se come al chico, aunque en este caso el chico nadó con velocidad impresionante y dejó al cazador en espera…en espera.
Se veía venir la decisión. Había presiones impresionantes. Todos los que querían jugar ajedrez con figuras de pescados, no supieron que el Rey estaba protegido por su integridad.
Al final de la jornada, el sol se escondió, el pescador se quemó -literalmente- por no saber que se debe cubrir de los rayos del astro rey que, combinados con la sal del agua, penetra por los poros, quemaduras en la piel. Y ocasiones son de gravedad.
Y después de un desayuno -seguramente con tlayudas y chocolate caliente además de tamales de chipilín- el pez salió airoso no sin, por supuesto, provocar la irritación no mostrada en ese momento, de quien observó como la pieza escapaba de sus anzuelos y redes.
Arturo Zaldívar Lelo de la Larrea, hizo fracasar el segundo intento por borrar de la Carta Magna las limitantes de la pesca. El público pescador, no entendió y quizá aún no entiende, que hay reglas para sacar del agua a un pez y convertirlo en pescado. A lo mejor no quería degustarlo sino colocarlo, después de disecarlo, en su sala de trofeos.
Ejemplo a seguir el del pez vestido de toga y birrete. Primero la lealtad con su mundo natural, después la ambición de comer la fruta prohibida.
Segunda intentona y van dos fracasos.
Porque el pez no murió por la boca ni por la promesa de vivir más años… en una pecera, en la que sería exhibido como la gran captura en el mar de la justicia, que en algún lugar debe estar haciendo chocar sus olas contra la tierra.
E-mail: jesusmichel11@hotmail.com, Twitter: @misionpolitica, Facebook: Jesús Michel y en Misión, Periodismo sin Regaños martes y jueves de 16 a 17 horas por ABC-Radio en el 760 de AM.