“Un acuerdo fiscal que busca instaurar un impuesto del 15 por ciento a transacciones digitales de paraísos fiscales de las Big Tech, es una de las varias medidas financieras acordadas para reanimar al debilitado G7, tratar de generar confiabilidad e irle contra todo a la nación de la dinastía Qin.”
Por Ciria Weyman
La pasada reunión del G7 fue un acuerdo declarado por parte de la administración Biden para tratar de contrarrestar la nueva Ruta de la Seda de la cada vez más perfilada primera potencia China. Llamada así, porque el gigante asiático ha hecho uso de lo que Estados Unidos considera la “diplomacia de la deuda” (financiando trenes, carreteras y puertos en muchos países, cargando cuantiosos préstamos). Por lo que en Cornuailles se pactó el programa Build Back Better for the World (B3W) ambiciosa propuesta alternativa a la exitosa política de inversión exterior asiática.
Con esto, pretenden utilizar 40 mil millones de dólares en fondos privados para ser invertidos en infraestructura de los denominados “mercados emergentes”. Aunque deja muchas dudas respecto al origen real del financiamiento y operación del programa.
Las reacciones fueron diversas; el anfitrión y premier británico Boris Johnson, tomó una actitud más bien dualista; su país, aunque algo crítico de la política china, tiene interés en ampliar los acuerdos comerciales con el dragón asiático y convertirse en el centro financiero del yuan chino; una de las razones del Brexit. Los otros integrantes del grupo; Francia y Canadá, también se aliaron a la postura estadounidense; en tanto Italia, Alemania y Japón se mostraron más reservados. Fue algo así como un déjà vu de la segunda guerra mundial.
En tanto, Putin había reafirmado la alianza ruso-china antes de reunirse con Biden. Además de que China tiene ya toda una planeación estratégica para la construcción de ferrocarriles en África. Lo que aumentará su poderío. Para Biden fue una oportunidad de afianzar las relaciones transatlánticas tan perjudicadas por las pasadas decisiones de Trump, sobre todo en esta etapa de desamericanización mundial y desencanto general de la llamada cumbre del G-7.
Su viaje a Europa dejó claro, mediante la firma de la Nueva Carta Atlántica, que los aliados refuerzan el lazo militar en contra de China y Rusia, y que cualquier descuerdo económico como el que tiene con Alemania por el gasoducto Nord-stream 2, pasa a segundo plano cuando se trata de hacer que Occidente mantenga el predominio mundial.
No será extraño que haya un despliegue de nuevas bombas nucleares y misiles por parte de Estados Unidos en el viejo continente, justificando así la decisión de la cumbre de la OTAN de elevar gastos militares. Pues tan solo este país, tiene el 70 por ciento del gasto militar total respecto al resto de las otras 30 naciones. A la vez también reforzó el papel del Consejo del Atlántico Norte; órgano político de la alianza y sujeto a las decisiones de Washington.
Recordemos que la Carta Atlántica histórica, firmada por el presidente Roosevelt y el ministro británico Churchill contemplaba el orden mundial garantizado por las democracias y renunciando al uso de la fuerza. Ahora, se reafirma el compromiso de defender los valores democráticos contra quienes traten de socavarlos; y la OTAN fortalece su alianza de disuasión nuclear.
Sobre todo, después de la vergonzosa derrota en Siria de las tropas americanas. Con lo cual Putin quedó en condiciones de imponer sus reglas. Lo vemos en el plano militar, ya Biden anunció que regresará a las negociaciones sobre la reducción de su armamento y reconoció que se debe abrogar la doctrina Rumsfeld-Cebrowski. Y en lo económico Europa dejará de utilizar petróleo producido en occidente y funcionará con gas ruso. Y aunque el G7 aún pesa, le será difícil contener a China.