Biden y América Latina

Por Itzel Toledo García

El 20 de enero de 2021 Joe Biden se convirtió en el 46º presidente de Estados Unidos. La llegada a la Casa Blanca de Biden y la vicepresidenta Kamala Harris ha sido vista por líderes mundiales y la prensa de corte liberal con un fuerte sentimiento de esperanza de una vuelta a un mundo donde la hegemonía estadounidense sería restituida para luchar por valores como la democracia y la libertad a nivel global. Dicha hegemonía fue debilitada durante el cuatrienio de Donald Trump quien, por ejemplo, se retiró del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y de la Alianza del Pacífico y criticó la alta inversión económica por parte de Estados Unidos en organismos internacionales, privilegiando políticas proteccionistas nacionalistas en vez de la cooperación multilateral.

También se consideró que la llegada de Biden podría llevar a un acercamiento con América Latina, región en la cual Trump no mostró mucho interés salvo para debilitar, a través de bloqueos económicos y críticas políticas, a gobiernos de corte socialista como el de Nicolás Maduro en Venezuela o el de Miguel Díaz-Canel en Cuba. En la región Trump continuó una larga tradición de promover actividades de inteligencia secreta para asegurar el triunfo de gobiernos de derecha como ha quedado claro con los documentos filtrados sobre el arresto del expresidente brasileño Lula da Silva, lo cual fortaleció la candidatura presidencial de extrema derecha del actual presidente brasileño Jair Bolsonaro en 2018. Además, Trump invirtió esfuerzos para disminuir la migración de centroamericanos hacia su país, por ejemplo, promovió la militarización de la frontera sur mexicana por donde transitan miles de migrantes hacia Estados Unidos.

Sin embargo, en los cinco meses que Biden ha estado a cargo de la presidencia no se ha visto un giro importante para lograr un acercamiento en las relaciones de Estados Unidos con América Latina. De hecho, el gobierno estadounidense sigue considerando a Juan Guaidó como el presidente de Venezuela, a la vez que mantiene sanciones contra este país para presionar al régimen de Maduro. Tampoco se ha intentado retomar la normalización de relaciones con Cuba, algo que el expresidente Barack Obama impulsó al final de su administración. Con México y Guatemala, Biden ha impulsado la cooperación para disuadir la migración de personas que huyen de la violencia y la pobreza hacia Estados Unidos. Como quedó claro hace unas semanas con la visita de Harris a estos países, para la administración estadounidense es necesario seguir promoviendo la lucha contra la pobreza, la corrupción y la persecución en Centroamérica para que la gente deje de migrar. También se ve como de vital importancia mantener una frontera sur mexicana fuerte que frene el tránsito de migrantes y así cuidar la seguridad nacional estadounidense.

Hasta el momento, Biden no ha mostrado una actitud radicalmente distinta hacia América Latina a la que tuvo Trump. América Latina no es para el gobierno estadounidense en turno un punto de gran interés; no hay una política unificada hacia la región, sino que se lidia de manera particular con algunos países sobre temas como el narcotráfico y la inmigración. La política exterior estadounidense se enfoca en recuperar un lugar prominente en el multilateralismo global, por ejemplo, al volver al Acuerdo de París; y también se continúa la lucha frente al expansionismo económico chino. Falta ver si en los próximos meses (o años) el gobierno de Biden decide acercarse a América Latina para cooperar en temas de importancia global, respetando la autodeterminación de sus pueblos y su soberanía nacional no importando qué tipo de régimen los gobierne.

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