Fernanda del Monte,
Trazos de la Ciudad.
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(Hemos llegado a ) la extraña reverberación de los rayos solares en la masa montañosa de la altiplanicie central, donde el aire se purifica.
Alexander von Humbolt
Por David Marklimo
En estricto sentido, esto no es una reseña de un libro, porque no existe el libro. O quizá exista pronto, a saber. Quizá la obra, originalmente, estuviese pensada como tal y fuese una novela corta, da igual. Siento mucho que el lector se pierda esa sensación de abrir un nuevo libro y adentrarse a su mundo interior. Lo bueno es que, gracias a las tecnologías digitales, se puede acceder a la obra y sacar sus propias conclusiones sobre lo que se plantea, pues lo que tenemos aquí entre manos es un perfomance digital en toda regla. Quizá para los puristas, no sea más que un ejercicio de narración sonora, una especie de audiolibro. No importa, es literatura … y de la buena.
La dramaturga Fernanda del Monte nos presenta su visión de la Ciudad de México, tranzando lienzos a varios de sus sitios emblemáticos: nos asomamos con ella al mercado de La Merced (donde está la construcción más vieja de la ciudad), a las calles clasemedieras de La Del Valle, al Ajusco verde, a la imperial Reforma y al grandioso Centro Histórico. Cada sitio en el que posa su mirada es un capítulo. De barrio en barrio nos cuentan algunos momentos de la vida de una joven que, al dejar a su familia, intenta construirse una nueva forma de habitar la ciudad… en el recorrido encuentra que la soledad, la educación, la sociedad le han impuesto tantas limitantes que es casi imposible encontrar el camino de salida. Al terminar la narración -esa voz poderosa y terrible- cabe preguntarse, entonces, qué es la Ciudad de México. La ciudad es el mayor escenario de transformación del espacio en el que se desenvuelve el ser humano. Es el lugar en el que la persona puede “ser o estar”. La ciudad, como territorio, satisface las necesidades sociales, fisiológicas, de autoestima y autorrealización establecidas como intrínsecas en el desarrollo individual. Nadie es una isla, pues. Pero con todo ello, hay que decir que vivimos en un sitio hostil y sofocante, lleno de peligros, estratosférico, tenebroso, pero sobre todo, solitario. Es la paradoja: una de las ciudades más grandes del mundo, donde a todas horas puedes encontrar gente, te lleva a sentir la interminable soledad; esa constante falta de entropia y esa lacerante falta de comunicación con quienes nos rodean. Pensemos en una imagen: una mujer en medio de la noche, cruzando una calle oscura en la Zona Rosa. ¿Le dará miedo? Casi que apostamos que sí.
Fernanda, deliberadamente o no, describe la ciudad como un espacio organizado, simbólico y poético, que le permite al caminante desarrollar vínculos con su entorno inmediato. Estos, por supuesto, van más allá de la necesidad, descripción o utilización de la estructura física de la Ciudad (no es tanto que tengamos Metro, es lo que significa el metro, pues … algo que quizá no se ha entendido en las altas esferas del Palacio del Ayuntamiento). Se apela a los lazos, significado y valor que los habitantes manifiestan en relación con su entorno. Esto, quizá por el formato digital, nos lleva a generar la elaboración de imágenes mentales que facilitan el reconocimiento y estudio de la ciudad. Reconocemos el diagnóstico de la realidad física y social de Tizapan, por ejemplo, así como sus posibles necesidades de transformación.
Hay también una última e interesante reflexión: la percepción de la Ciudad. Desde un punto de vista social, es importante hacer notar que este perfomance nos presenta una declaración rabiosa sobre la Ciudad de México. Abrimos el lente: el barrio es donde se determina la unidad básica mediante el cual reconocemos, analizamos y vivimos fracciones de la ciudad; es decir, esos espacios son los que nos permiten estudiar, trabajar, divertirse y tener «un lugar», reconocernos y decir “de aquí soy, esta es mi casa y allí está mi hogar”.
