Por Silvestre Villegas Revueltas
Así como a inicios de mayo del 2020 los doctores Faucci en los Estados Unidos y López Gatell en México no se imaginaron que un año después de la pandemia que entonces se estaba esparciendo por el mundo y todavía sigue siendo materia de profundos estudios, resultaría en la muerte de 500 mil estadounidenses y 200 mil mexicanos, lo que a todas luces constituye una catástrofe humana como el día de hoy en que se escriben estas líneas, la India ha superado los 310 mil contagios en un solo día y los brasileños están sobrepasados por los miles y miles de muertos que se acumulan en cada jornada. La enfermedad del Covid y los estragos sociales que en la vida cotidiana ha provocado, al final de cuentas resultaron en un proceso educativo que afectó al formal sistema de educación en el mundo y particularmente en la República mexicana. Vamos a explicarnos.
Cuando hace un año se cerraron los salones de clase, los cubículos de investigación y los planteles escolares, por igual de educación elemental hasta el postgrado universitario, todos ellos se vaciaron de alumnos, personal docente, personal administrativo y de intendencia que regresaron a sus domicilios particulares. Primero se verificó un shock de inacción, pero rápidamente unos y otros tuvieron que reinventarse; unos compraron equipos de cómputo, otros tuvieron que modernizarlos, todos lidiamos con que las “impolutas” compañías que ofrecen internet: la proporcionaban de tercera calidad, puesto que se “caía” el sistema, desaparecía la imagen, el sonido se cortaba y el pretexto era que nuestros antiguos contratos eran de menos velocidad.¡¡A contratar internet más rápida y obviamente más caro. Para tales empresas, la pandemia ha sido un negociazo!! La enfermedad ahondó las desigualdades sociales, primero entre usuarios ricos y pobres, luego entre usuarios urbanos y rurales.
Por otro lado, los problemas para los directivos de todo el sistema educativo mexicano, público y privado, fueron de distinta índole pues los dueños de las escuelas privadas se frotaron las manos viendo que de momento ya no estaban gastando en el mantenimiento diario de los planteles: agua, luz, jabones, reparaciones de todo tipo, materiales de cómputo y un largo etcétera cotidiano que ha incluido el despido de importante número de personal administrativo, de mantenimiento y profesores. A mediados del año 2020, en el mundo y en México, se proclamó a todo pulmón que las clases presenciales eran cosa del pasado y la modernidad, resultado de la pandemia, era la educación a distancia. Pero pasaron los meses, se concluyó el primero, el segundo y está por terminar el tercer semestre y aquellos pregoneros de una educación sin salones de clase, sin interacción física entre alumnos y maestros, se toparon con la innegable realidad de que el hombre es un animal social, que la educación es un actividad definida por la sociabilidad de sus elementos, de que la educación tipo “zoom” funciona para algunas cosas pero oculta muchas deficiencias como el ausentismo de muchos alumnos debido a problemas familiares, a la falta de recursos económicos, a simple y llanamente la flojera de algunos y al hartazgo de muchos jefes de familia que poco convivían y/o participaban del proceso educativo de sus hijos. Quizá el único beneficio tangible para docentes, pupilos y madres/padres de familia que llevan casi año y medio de educación en casa, es el ahorro de muchísimas horas que antes de marzo del 2020 se perdían miserablemente en el diario tráfico citadino definido por la entrada y la salida de las escuelas, igual en las primarias que en las universidades.
Debido a lo anterior y en el caso concreto de los Estados Unidos Mexicanos donde la realidad educativa, por igual privada que pública, son salones de clase y laboratorios llenos de alumnos, se determinó que el personal que labora en los planteles de educación debería ser vacunado antes que el resto de la población menor a 59 años. Pero algunos con poco criterio han opinado ¿por qué ellos antes que otros? Porque los que hemos trabajado en el sector educativo sabemos que anualmente, igual en escuelas para alumnos cuyas familias son de altos ingresos como lo que no lo tienen, es en los planteles educativos donde proliferan las enfermedades y los contagios: desde una simple gripa, pasando por varicela, paperas, sarampión hasta los piojos, liendres y demás “lindezas”. Por ejemplo, en Inglaterra donde hice mi doctorado, la encefalitis era una enfermedad muy temida durante el invierno, sobre todo porque los alumnos de licenciatura muchos de ellos viven en el campus universitario y no son muy pulcros en su aseo diario.
Finalmente debe reconocerse que igual en la vacunación del personal médico, de los adultos mayores, en la que será aplicada al sector educativo y luego a los más jóvenes de la población mexicana, resulta la vacuna y toda la logística para hacer posible la vacunación en un gasto de miles de millones de pesos o su equivalente en dólares/euros. Sin irnos a lugares tan distantes como Buthán o Malawi, países tan cercanos a nuestras fronteras como Haití que todavía no tiene vacunas o son muy pocas en Nicaragua, El Salvador, Honduras y nuestra vecina Guatemala, la pandemia ha sido catastrófica para la economía y la vacunación es hoy en día una estrategia cuyo valor se rige por las leyes del mercado. La vacunación es materia de enfrentamiento entre la Comunidad Europa y el Reino Unido, la vacunación es una herramienta para el desarrollo de política exterior como sucede con las vacunas rusas y chinas, pero también como arma de presión ejercida por los Estados Unidos respecto a México, y la oportunidad para el crimen organizado para robárselas o bien para producir vacunas piratas con el riesgo que ello implica. Hay piratas porque hay demanda y escases de producto.