Por Jesús Michel Narváez
Por tratarse del Presidente de la República –es el Jefe del Estado Mexicano pero dista mucho para alcanzar serlo-, se le tiene que atender con “todo lo que haya”.
El haberse contagiado, déjeme escribirlo con todas sus consecuencias, por necio y desdeñoso de la ciencia, debería tener un costo mayor y no solamente “aislarse”, si es que lo está, en el departamento diseñado para sus gustos y que tiene vista a los jardines de Palacio Nacional.
A su lado, un equipo de epidemiólogos y médicos de reconocido prestigio, como el invisible secretario de Salud, Jorge Alcocer, quien coordina a sus “soldados de primera línea” que enfrentan al letal virus.
Durante dos años y dos meses hemos escuchado al presidente de la República decir que no es como los de antes. Y sin duda tiene razón: los de antes habitaban en una residencia, sí, residencia, conocida como Los Pinos. Amplias zonas de trabajo y ubicación privilegiada en la que el oxígeno nunca falta y la pureza del aire se vuelve un don invaluable.
Desde Benito Juárez, hace 170 años, un presidente de México no vivía en el virreinal Palacio Nacional, “herencia maldita” de la Conquista y en el cual habitó primer Hernán Cortés y tiempo después, Maximiliano de Habsburgo con su Carlota del alma.
Al presidente López se le metió la idea de habitar en el ostentoso –porque lo es-, amplio –está construido en 40 hectáreas- y cuenta con todos los “servicios” incluido el de la atención personalísima de la ayudantía, de donde han salido algunos de sus “cultos, preparados e inteligentes” miembros para ser funcionarios de órganos “autónomos” y otros para aspirar ser legisladores.
¿Qué satisfacción le dará a López vivir en un Palacio cuando su formación le impide tener lujos?
Sin embargo, ahí está.
Y ahora por retar al virus, negarse a usar cubrebocas, guardar la sana distancia y rechazar el gel, está en “aislamiento voluntario”. No debe estar grave si, como se informa oficialmente, está despachando asuntos “importantes”.
Claro, rodeado de un equipo de profesionales de la salud que tienen el “privilegio” de cuidar la vida del Presidente de México, tiene la oportunidad de chambear y si algo pasa de inmediato lo atienden. No tiene que esperar a que haya una cama desocupada. Tampoco hacer fila ni llenar papeles para intentar ingresar a un hospital pública…o privado.
Mientras él recibe toda la atención necesaria –no hay que olvidar que es el Presidente-, en los hospitales de cuando menos 17 entidades –datos proporcionados públicamente por el doctor Alomía- están saturados y a punto de colapsar.
Dos estados, el de México y el de la Ciudad de México, registran la mayor demanda de hospitalizaciones y en ambos se niega porque no hay cupo. En los del IMSS y del ISSSTE, principalmente, la pandemia agota su capacidad y no hay espacio para uno más.
Por ello, ahora mueren en sus casas después de vivir el viacrucis que significa recorrer hospitales y no ser atendidos. Con cinismo o razón, no hay discusión sobre el tema, los responsables de admisión, simplemente los mandan a sus hogares. Pero otros se quedan en los pasillos, en el piso… y ahí han pedido la vida.
Seguramente los médicos no son suficientes porque están “atendiendo al señor Presidente”.
Tiene razón Andrés Manuel López: no es como los de antes… es peor y con ventaja que merecería la descalificación.
Y de las vacunas mejor no hablamos. Como el personaje de Héctor Suárez: No hay, no hay. Y las rusas llegarán más tarde de lo anunciado.
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