Behrouz Boochani.
Sin más amigos
Que las montañas.
Traducción
Juan-Francisco
Silvente.
Editorial Rayo
Verde, 2018.
Por David Marklimo
Hay una especie de periodistas que en realidad tienen alma de poetas, con su capacidad limpia de narrar lo atroz. Es el caso del periodista kurdo Behrouz Boochan que relata en su libro Sin más amigos que las montañas, la experiencia de huir de Kurdistán (donde las fuerzas del Estado Islámico irrumpieron en la redacción donde trabajaba en defensa de la cultura y política kurda) para llegar a Australia. Siendo un grito de resistencia y un extraordinario testimonio de un refugiado, también es un canto a la vida y a las palabras. En un pasaje puede leerse cómo su férrea conclusión: “he llegado a comprender bien la situación: las únicas personas que pueden soportar y sobrevivir a todo el sufrimiento que inflige la prisión son los que ejercen la creatividad”. La voz de Boochani representa las vivencias de tantos refugiados y migrantes apátridas encarcelados en todo el mundo.
Con un estilo poético, limpio, nítido y terriblemente humano, el autor kurdo describe con belleza, pero con miedo y congoja, ese traslado inicial desde Kendari (donde estuvo tres meses oculto de las autoridades que buscaban refugiados para deportarlos a su país) hasta la costa tailandesa donde se encontraba la embarcación que debía llevarles a Australia. Esa primera parte del libro es desgarrador, pues nos sitúa en esa barca de camino a Australia, una embarcación en pésimas condiciones que sufre una avería al poco de empezar. Pero dar marcha atrás no es una opción; no es una renuncia, es la vuelta a un infierno al que no se puede volver. Y Boochani nos ubica mentalmente en esa embarcación, en ese sufrimiento que combate con espíritu de supervivencia en una lucha en el que el estado de ánimo está en juego, y con él, la vida; una vida que cada vez parece más tenue, más débil, y aunque abandonarse es morir, el propio autor ve cercana la muerte llegando a afirmar que “nuestro destino es la muerte y no tengo ninguna otra opción que aceptarla y abrazarla”.
Uno pensaría: vaya periplo, pero vale la pena porque Australia es un país libre, donde uno puede hacer su vida tranquilo. Sorpresa: al llegar a Australia, es enviado a una prisión en Manus (Papúa, Nueva Guinea). Se narra aquí el traslado hacia el avión, esposado, con las miradas furtivas de periodistas sensacionalistas ávidos por mostrar la peor de las situaciones, el rostro más perjudicado, más castigado. La incomprensión, la estupefacción, el asombro y la incerteza de un futuro que parecía confortable, placentero que se torna ahora oscuro y desafiante. Descubrimos, entonces, que Behrouz Boochani escribió a través de WhatsApp sobre las condiciones en que vivía en la cárcel de Manus. La génesis del libro hiela los ánimos. Uno acompaña a Boochani, comprende sus dudas y cuestionarse el sentido del viaje. La prisión, ese sentido de que todos los refugiados son hermanos, es sólo apariencia, pues “el prisionero no tiene la capacidad de compadecerse del preso que tiene cerca y añadir el dolor de ese hombre al suyo propio. Esta es la realidad de la prisión”. El más feroz individualismo es aquel en el que el dolor de los demás nos es indiferente.
Esa parte central del libro es durísima, esa aura trascendente para narrar su pasado, en medio de las montañas, en medio de guerras, en medio de la nada, excepto de la vida. El estilo de extrema belleza vuelve a brillar y podemos recrearnos en el olor a polvo de las bombas, en el peso inclemente de un pasado que nos ha definido. No hay duda de que este es un libro de denuncia, pero también es un ejercicio donde el periodismo puede acercarse a la poesía, donde el deseo de libertad se entremezcla de manera orgánica con la denuncia. Esa actitud, se transmite: vivimos en un sistema opresor… los sueños, a veces, son inalcanzables. Terrible.