Evocaciones Sobre el Día de Muertos

Las Revueltas de Silvestre

Por Silvestre Villegas Revueltas

Sobre la inminente celebración, mi primer recuerdo del Día de Muertos o de acuerdo al calendario de la Iglesia Católica que pone al 2 de noviembre como “Fieles Difuntos”, era ir con mi abuela al panteón Francés de la Piedad a ponerle flores a la tumba de Silvestre Revueltas. En aquella época el cementerio estaba muy bien cuidado con sus frondosos árboles y uno podía admirar desde las tumbas muy vistosas de las familias porfirianas hasta las modestas donde los familiares, ayer como hoy adornan con mucho sentimiento. Ello cambió radicalmente cuando en 1976 Revueltas fue trasladado a la Rotonda de los Hombres Ilustres y como espacio oficial del estado mexicano las reglas eran otras, amén de que el panteón civil de Dolores y en ese día se convertía en un lugar multitudinario; ella decidió ir a llevar flores el 4 de octubre –día del Cordonazo de San Francisco- cuando Silvestre falleció. En cambio, en casa de mis padres la celebración de muertos era vista con un poco de sospecha porque existía la tradición liberal y secularizante; creo, les daban permiso a las empleadas domésticas de poner un pequeño altar dedicado a sus difuntos y se ha de ver puesto una foto del abuelo Severo Villegas con doña Carmen, él con su uniforme de militar carrancista. En cambio, lo que sí era una tradición en época de muertos radicaba en disfrutar de una función de teatro con el “Don Juan Tenorio” del español José Zorrilla y luego ir a merendar a la “Flor de Lis” en la Condesa; pocas veces fuimos, pero me gustaba mucho terminar en la churrería El Moro en la avenida Niño Perdido. La abuela Ángela cocinaba dulce de calabaza, me compraban una calaverita de dulce y todo este acompañamiento de comida en relación al Día de Muertos le daba la razón al periodista decimonónico Francisco Zarco, donde en sus relatos costumbristas y citadinos, llamaba la atención acerca de que en aquella fecha los mexicanos se atiborraban de dulce: hoy les dirían que no consuman mucha azúcar porque les va a dar diabetes.

Debemos señalarle a nuestros estimados lectores, quienes cada uno tendrán sus respectivos recuerdos de la conmemoración, que en el México de los años de 1960 y setentas no había toda la parafernalia que hoy caracteriza a las celebraciones que por igual están organizadas por autoridades de la Ciudad de México y demás ciudades donde la fecha es un caleidoscopio de tradiciones indígenas, mestizas, más paganas que cristianas, que por los desfiles de día de muertos que patrocinan todo un conglomerado de compañías privadas, museos, marcas de moda, agencias de pompas fúnebres y ha sido utilizada por las compañías cinematográficas de Hollywood y comercializadas por la plataforma de Netflix.

A mediados de los noventa cuando estaba estudiando en Inglaterra la sociedad de alumnos mexicanos pidió permiso a las autoridades universitarias para instalar un altar de Día de Muertos. La primera complicación radicó en explicarles a los ingleses que nuestra festividad no era como el anglo-estadounidense Halloween, porque en este se privilegia los monstruos, espantos y actos violentos, sino que la celebración mexicana está dedicada a los difuntos de nuestro círculo familiar y amigos. La ofrenda debe tener como elementos esenciales agua, sal, fotos de los deudos, flores y comida que le gustaba al difunto. Asimismo, el altar de muertos debe tener veladoras que guían a los muertos a este mundo donde se les está recordando. En este punto no pudimos convencer a las autoridades de Essex ya que argumentaron lo peligroso que significaba las veladoras -comercializadas por hindús- pero sí pudimos poner un camino con pequeños focos. Aunado a lo anterior la sociedad mexicana ofreció una mesa redonda donde se explicaron las raíces históricas, antropológicas, sociales y religiosas de la celebración de Día de Muertos; fue un éxito y pudimos ofrecer atole y tamales -previa auscultación fitosanitaria- porque uno de mis condiscípulos era nieto de un magnate de las harinas de maíz en nuestro país. En medio de la oscuridad, frío otoñal, cargas académicas y los fish & chips ingleses, los tamales verdes, rojos y de dulce nos parecieron manjar de dioses; el humeante atole de fresa sí calentaba al cuerpo que sabía del aire gélido que nos esperaba al salir del campus universitario.

Hoy y como marco la pandemia del Covid mucha gente se está preguntando cómo serán las celebraciones de difuntos. Si estuviéramos en Francia ya habrían advertido las autoridades que los panteones estarían cerrados y se dispersaría por la fuerza cualquier reunión de gente, porque ello es un atentado para su salud y la de los demás. Es obvio que será una celebración triste por las decenas de miles de muertos producto del SARS COV 2 los cuales constituyen un poco menos de la quinta parte de los fallecidos en México cada año. Se dice que se están organizando festivales y desfiles. Me parece y ya veremos si efectivamente los hacen, que es jugar con fuego y serán corresponsables las autoridades mexicanas, pero también nuestro pueblo que no acaba por entender la seriedad de la enfermedad. Puede uno poner su ofrenda particular, antes del día 2 de noviembre ir a comprar, flores, dulces y tamales, y para los que les gusta el Halloween a la mexicana podrán disfrazarse de nahualas o chaneques. El año pasado la mejor ofrenda en la Ciudad de México fue la que puso el Museo del Anahuacalli al interior de la pirámide dedicada a Diego y Frida.

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