*La Cestería Elaborada con Pino Michoacano
Por Susana Vega López
Cuando uno camina por lugares donde hay pinos se encuentra a su paso con ramas que han tirado estas plantas de manera natural. Así, a simple vista, son sólo ramas, sin más ni más, que al pisarlas da la sensación de acolchonado, quizá resbaladizo; pero lo interesante es que juegan un papel muy importante tanto en la naturaleza –retienen el agua- como en la sociedad.
Los apicultores recogen estas ramas para usarlas en sus ahumadores en donde las encienden para provocar humo porque se sabe que esa acción tranquiliza a las abejas cuando se revisan los cajones de los apiarios o se recolecta la miel. Los apicultores, además de protegerse la cara con un sombrero con red que baja hasta el cuello y unos guantes para evitar ser picados por los enjambres, se ahúman a sí mismos y a quienes invitan a ver cómo hacen su trabajo esos benéficos insectos.
Pero en esta ocasión no vamos a referirnos a la producción de miel ni al trabajo de los apicultores, ni al papel que juegan en la naturaleza, sino a cómo los pobladores de Donaciano Ojeda, del municipio de Zitácuaro, Michoacán, aprovechan ese recurso natural forestal para elaborar artesanía. Ellos hacen cestería, una tradición prehispánica que hoy por hoy es una fuente de ingresos para las familias de esa comunidad que apenas rebasa los mil habitantes.
Sí, las ramas del ocoxal, que es un pino que tira estas hojas –acículas- en abundancia, son recogidas por estos pobladores porque es la materia prima para elaborar artesanías o simplemente como recolectores para venderlas a quien las necesite. Es una forma de subsistir en la región que se localiza a 12 kilómetros de la heroica ciudad de Zitácuaro.
Es dura la faena que realizan las pocas familias que habitan esa tenencia de Zitácuaro donde se vive con dificultad, en condiciones apremiantes, apenas hay para comer porque sobreviven de lo que la tierra les da, de lo que el bosque les proporciona, de actividades primarias de la producción agrícola y forestal.
Por generaciones se ha mantenido esta actividad. Los adultos enseñan a los niños a hacer los diferentes tejidos que se emplean para cada artículo porque sus manos hábiles, expertas, pueden lograr verdaderas obras de arte que muchas veces no es apreciada por la gente que los quiere comprar a bajos precios estos objetos cargados de creatividad, tenacidad, que requieren varias horas para su elaboración.
Zitácuaro, nombre que proviene del otomí–chichimeca Tzita (abuelo, ancestro o mayor); Cue (altar, santuario) y; Ro (locativo), que da el significado de “lugar de santuario de los mayores”, está situada a la entrada de la región oriente y dentro del valle de Quencio. Limita con los municipios de Jungapeo y Tuxpan.
Una población de esta ciudad es la de Donaciano Ojeda y sus artesanos se han visto en la necesidad de trasladarse a la Ciudad de México para comercializar sus productos como el caso de Jovita, una maestra artesana que se instala todos los días en la Plaza Rinconada de Jesús, frente al museo de la Ciudad de México, cerca del metro Pino Suárez.
Esta mujer es una persona sencilla, amable y entusiasta, a pesar de que vende en situaciones incómodas por la amenaza de los policías que persiguen a los vendedores ambulantes -y ella no está exenta de ser detenida-, además de que instala su puesto en el suelo, sujeta a la intemperie, a las inclemencias del tiempo.
En entrevista con Misión Política, Jovita, alegre, ofrece su mercancía, misma que está elaborando sentada en el suelo de esta calle que, afortunadamente, es muy transitada por los peatones que van al zócalo por distintos motivos. De la comunidad de donde viene todos trabajan la cestería, dice.
Primero escoge las ramas por tamaños, las junta, las aprieta, y con aguja e hilo en la otra mano va cosiendo con habilidad y cálculo matemático –a un centímetro aproximadamente- las acículas que poco a poco van tomando la forma pensada, imaginada. En ocasiones las trenza o deja huecos para obtener aros que darán como resultado la figura deseada y que culmina en cestos con y sin tapa que se utilizan como paneros, tortilleros, dulceros, floreros, alhajeros, lapiceros y más.
“Aquí hago esto, pero allá en Donaciano Ojeda se teje en varias formas para hacer aretes, collares, gargantillas, porta vasos”, platica Jovita, una mujer joven que desde hace 15 años se dedica a este oficio que aprendió de su mamá y su suegra quienes, a su vez, fueron enseñadas por sus ascendientes.
“Estamos aquí porque no hay trabajo. Nos venimos a sobrevivir”, comenta, mientras recibe la comida que fue a comprar su esposo.
Tiene en su bolsa coloridos hilos con los que va adornando la cestería. “aunque muchos prefieren al natural, les llama la atención, pues. “A mí me gustan los colores”, señala y explica que debe fijarse de qué tamaño va a ser la base.
“Hay de 15, 20, 25 o 30 centímetros, es lo que más se vende”.
Aunque el marido le ayuda a elaborar estas cestas, “el trabajo lo hacemos las mujeres” afirma y recuerda que también elaboran canastas especiales para distintos usos como las que llevan los Niños Dios.
En verdad que en estos tiempos de pandemia se puede salir al centro de la ciudad y encontrar verdaderas joyas artesanales que van de los 60 a los 400 pesos.