La Imagen Reflejada en el Agua de la Monja que Padeció el mal de Amores

Reportaje

Por Susana Vega López

«Aquí estuvo el más grande y antiguo convento de monjas que hubo en La Nueva España: el de La Concepción, fundado en 1540, señala una placa informativa que se encuentra fuera del Templo de la Inmaculada Concepción en la calle Belisario Domínguez, entre Lázaro Cárdenas y calle 57, en pleno centro de la Ciudad de México.

Con sus puertas -y a lo alto sus ventanas- de madera visiblemente apolillada, este templo se ha ido sumiendo poco a poco con el paso del tiempo y contrasta con la modernidad de la ciudad pues la calle donde se ubica es de doble sentido porque circula el metrobús de doble piso, con sus paraderos muy estilizados.

Dicen los historiadores que fue un convento muy grande, con muchos árboles, patios, huertas y habitaciones donde vivían las monjas adineradas. Una de ellas, Úrsula del Espíritu Santo, fue enclaustrada para alejarla de un amante pobre. Enfermó del “mal de amores” que la orilló a colgarse de un árbol de durazno.

Dicen que por mucho tiempo su imagen se veía reflejada en el agua de la fuente que ahora se encuentra frente a la iglesia y que luce como una plazuela desolada. Otros afirman que aún se ve una silueta de mujer deambulando por las noches.

Es notoria la limpieza de las calles por la ausencia de transeúntes que ha dejado el encierro al que nos hemos visto obligados por la pandemia del COVID 19. Ahora se pueden apreciar los inmuebles en todo su esplendor, con uno que otro indigente, pero eso sí, sin vendedores ambulantes.

Los comercios -en su mayoría casas donde imprimen invitaciones para fiestas y recuerdos, tienen abajo sus cortinas con un letrero improvisado que señala que se abrirá hasta nuevo aviso pero que pueden atender vía telefónica.

Más adelante, y después de unas casas, está la Librería Politécnica y en la esquina  con la calle Allende hay una iglesia con un letrero que dice “En esta parroquia se venera al Santísimo Señor de Los Trabajos, acércate y pon en sus manos tu necesidad”. Se informa que las misas se dan el primer domingo de cada mes a la una de la tarde y los días 14 de cada mes a las siete de la noche. Además, se invita a la gente a pasar a orar, manteniendo la distancia. También se da la misa por internet.

Esta iglesia -al igual que muchas construcciones antiguas- se encuentra muy sumida por lo que se tuvieron que construir diez escalones que bajan para poder ingresar, es la Parroquia de San Lorenzo, diácono y mártir erigida en el siglo XVII que formó parte del Convento de San Lorenzo. Un inmueble declarado Monumento Histórico en 1931 de estilo barroco que resulta un atractivo para los turistas. En su interior se encuentra un bajo relieve realizado por Mathías Goeritz titulado La Mano de Dios en la Primera Cd Sn Lorenzo 1869-1928.

Está construida con tezontle y cantera de estilo barroco combinado con neoclásico. Los vitrales fueron realizados en la Fábrica de Vidrios Carretones -que se localiza en la calle de Carretones cerca de La Merced-, misma fábrica que hizo los vitrales de la Catedral Metropolitana.

En el número 44 de Belisario Domínguez hay otro letrero: «En 1775 estuvo aquí el antiguo beaterío de niñas dedicado a velar por las descendientes de españoles pobres.

Más adelante se encuentra una placa en la que se lee: «C. de la cerca de Santo Domingo 1869-1928», en la calle que hace esquina con República de Chile, edificio también de tezontle por ser un material de bajo costo. Enfrente está otra placa que señala: “Esta casona perteneció a los Marqueses de San Miguel de Aguayo, de los siglos XVII y XVIII esta capital que me engrandece con sus palacios, que me enamora con sus encantos, que me enloquece con sus beldades, y que me interesa con su misma indolencia y abandono”, cita de Guillermo Prieto, del álbum mexicano de1849. Y aquí la parada del metrobús República de Chile.

“Y el cielo desploma sus cenizas la facilidad de la muerte. Es la ciudad de México que anuncia su verano”, de Jaime Labastida, de sus apuntes “Ciudad bajo la lluvia” escritos en 1975, se escribe.

Y siguiendo por Belisario Domínguez se llega a la Plaza de Santo Domingo, pero al cruzar la calle cambia de nombre a República de Venezuela, también plagada de comercios con puertas cerradas, pero con trabajadores ofreciendo la mercancía a discreción. Algunos más atrevidos abren a la mitad puertas y cortinas. Es hasta cómico ver cómo -al sonido de un chiflido- los comerciantes suben y bajan, abren y cierran sus locales porque se adivina la presencia de los rondines de policías encargados de supervisar que se mantengan cerrados los negocios, una labor que les urge reactivar para mantener su trabajo e ingresos económicos.

 

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