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La Tiendita de los Horrores

El Cine Mexicano que aún Está

Por Emilio Hill

¿Qué no hay público para el cine mexicano? ¿Qué todo se reduce al blockbuster que proponga la todopoderosa Videocine o Corazón Films? ¿Qué los únicos éxitos son el marthahigaderazo nuestro de cada día? Son preguntas o afirmaciones relativas que se acomodan a intereses que, en general, son aviesos o mezquinos. Hay un amplio público para la producción fílmica nacional. Un sector que demanda propuestas de peso y demuestra la viabilidad en el esquema de negocios. Un claro ejemplo es Ya no estoy aquí (Fernando Frías, 2019).

Y es que el filme se convirtió en tendencia de redes en días pasados. En medio de un cese dentro del negocio de la exhibición (al momento de redactar estas letras los cines en la mayor parte del país siguen cerrados), se estrenó en Netflix, el largometraje mencionado.

Y llegó precedido de ganar en la más reciente edición del Festival de cine de Morelia dos premios importantes: el de Mejor Largometraje y el que otorga el público. Asunto interesante ya que equilibró los criterios del espectador festivalero y de aquellos que dicen,  -por eso los invitan-, que saben, es decir, los Jurados.

¿De qué va Ya no estoy aquí? Ulises (el impenetrable actor no profesional pero músico de dieciocho años Juan Daniel García Treviño casteado para el papel en su colonia de origen y perdón por el ayalablancazo) es un adolescente que habita en una colonia popular de Monterrey. Escucha y baila de manera obsesiva cumbias colombianas, en especial las de Lizandro Meza y bebe cerveza, se divierte con su pandilla -los Terkos- convive con cierta armonía con los cárteles que ahogan su comunidad, se da el lujo de proteger al niño más joven de su grupo, además de extorsionar a los ñoños de la secundaria. Sobrevive en medio de la melancolía. Pero nunca la complacencia melodramática.

Un malentendido con un cártel, que de paso le había dado protección, hace que deba huir a Nueva York para no poner en riesgo a su familia.  El viaje será un trayecto hacia la madurez, filosófico y de algún modo de reencuentro con su destino. En medio de la música y la amistad, los pilares que sostienen la vida de Ulises, la ruptura será definitiva.

Ya no esto aquí, no solo relata la subcultura colombiana en colonias populares de Monterrey, el filme es un espejo fiel, crudo y muy dulce, de un sector marginado y estigmatizado por las buenas conciencias. Tan amplias en ciertos sectores de bonanza económica. En el largometraje no hay Cindy la Regia (Catalina Aguilar Mastreta, Santiago Limón) que haga las delicias de un público engullidor de palomitas. La película, que en esta ocasión nos ocupa, reta, invita a la reflexión, pero también es concesiva con la parte sentimental. Un buen círculo pues.

La obvia comparación publicada ya mil veces es con Los Olvidados (Buñuel, 1950), en el fondo el símil resulta algo moralista. Pero en todo caso, sí pertenecen sus personajes a los jóvenes de la ficción del cine nacional que habitan la periferia lumpenesca tan ajena a No manches Frida (G. velilla, 2016) y esperpentos omarchaparrescos que la acompañan.

Y en este compromiso cinematográfico se puede citar por ejemplo a Lolo (Athié, 1993) o Hasta morir (Sariñana,1995). Este último director, antes de que se pusiera una cereza de Starbucks en sus capacidades fílmicas. Ojalá Frías mantenga el ritmo.

Ya no estoy aquí, recibió apoyo de Eficine y es un claro ejemplo de la sed de un sector del público nacional para ver propuestas de mayor calado y compromiso.

No todo es No manches Frida, solo hay que buscarle, para ver que las propuestas están ahí.

 

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