Cómo una Década de
Crisis Financieras ha
Cambiado al Mundo,
Adam Tooze, Editorial:
Editorial Crítica.
784 páginas.
Por David Marklimo
Todo parece indicar que estamos por vivir una de las peores crisis económicas de siempre. Al enfrentarnos a lo desconocido, vale la pena preguntarse qué es lo que hemos aprendido de situaciones parecidas. El crack del 29, el fin del keynesianismo, la crisis financiera de 2008. En ese sentido, el libro del profesor Adama Tooze, Crash. Cómo una década de crisis financiera ha cambiado el mundo, afirma que esta no será una repetición de las anteriores, sino una “mutación” o una “metástasis” de lo ocurrido hace 10 años.
El punto de partida es, por supuesto, la crisis financiera del 2008, que no hizo más que acelerar las crecientes desigualdades y la pérdida de derechos que ya eran patentes en años anteriores. Y con ello deberemos pensar el mundo post-covid. La primera lección de la crisis del 2008 es que una solución financiera puede ser una mala idea desde el punto de vista social: las medidas de urgencia adoptadas por los bancos centrales en ese entonces, cortaron la hemorragia, pero tuvieron después unos efectos sociales devastadores. Al día de hoy, uno de los primeros focos a observar es la llamada ingeniería financiera. En 2008, el sector bancario estaba descontrolado e impulsó la contratación de créditos por parte de los particulares, lo que creó la burbuja inmobiliaria, la cual afectó tanto a las clases bajas como a las altas. La concesión de hipotecas se disparó, con lo que la burbuja se fue inflando, hasta el punto de que el 45% de los créditos hipotecarios eran para especular con la vivienda. Lo peor de las burbujas es que un día estallan. Y cuando eso sucede no se trata de un choque habitual. Es lo más cercano al shock, porque los flujos de capitales se secan.
Cuando una crisis llega a ese punto, sostiene Tooze, debe verse por el empleo, en especial por el empleo juvenil. ¿La razón? Sin empleo no puede darse el crecimiento, el consumo, no puede haber demanda… en el mundo contemporáneo, nada hay más revolucionario que no trabajar, como sostenía el Doctor Pablo González Casanova. En 2008, ningún gobierno tuvo en cuenta ese factor, y aplicaron políticas de austeridad que, al destruir el empleo, se sincronizaron con la crisis financiera. En general, en términos financieros lo que debe hacerse en una crisis es generar confianza en el sistema financiero. Y aquí, por ejemplo, Tooze nos recuerda que en Estados Unidos se aplicó lo que se había aprendido en la guerra de Vietnam (esto es, a llevar a cabo un gran despliegue de fuerzas sin que nada ni nadie pueda limitar la acción). Esto le permitió actuar como prestamista global de último recurso, lo que salvó al mundo porque el crédito no se limitó a los bancos americanos, sino que también llegó a los otros bancos, los cuales no tenían garantías en dólares suficientes para acceder a las líneas de crédito de la Reserva Federal. Con ello, quedó claro lo que el crack bursátil del 29 había establecido: que el dólar se había convertido en la moneda global hiperdominante y, en consecuencia, la Reserva Federal se ha convertido verdaderamente en el banco central del mundo.
La segunda lección de las crisis tiene que ver con el liderazgo. Si bien las consecuencias de una crisis las suele pagar gran parte de la clase media, nada se puede hacer sin el apoyo de la élite. Bien lo supo el secretario del Tesoro, Robert Rubin, para formar su equipo en la Casa Blanca. Este punto es muy llamativo: sostiene Tooze que, si bien el conservadurismo fracasó como doctrina para resolver la crisis, los acontecimientos acaecidos después de 2012 demuestran que el triunfo del centrismo progresista simbolizado por Barack Obama era también un espejismo. ¿Qué queda? El populismo y los partidos de ultra derecha. Cuidado, parece decirnos Tooze, porque ellos pueden ser los verdaderos triunfadores del mundo post-covid.
No estamos ante un libro más sobre la crisis, sino ante un trabajo magnífico que abarca los orígenes, el desarrollo y las consecuencias del desastre. Ahora mismo, los expertos deberían estar estudiando las nuevas vulnerabilidades de una economía global con muchos participantes nuevos. Pero en lugar de enfrentarnos al reto de una China emergente nos enfrentamos a un problema muy distinto: un Estados Unidos impredecible, dirigido por un presidente que parece inclinado a eliminar la arquitectura básica del sistema construido desde 1945. Entramos, pues, en un territorio inexplorado.
¿Cómo manejar el mundo en este escenario? ¿Cuál será el resultado en términos de bienestar y calidad de vida? ¿Cuáles son las perspectivas de un orden mundial estable y coherente? Son preguntas que, ahora mismo no tienen respuesta, pero que tendremos que resolver de un momento a otro.