Por Silvestre Villegas Revueltas
Primero la sociedad novohispana, luego la mexicana y por lo tanto heredera de todo un sistema colonial, se acostumbró a que en la vida cotidiana los privilegios resultaban consustanciales a una determinada forma de vida. Los privilegios eran de gobierno y fueron otorgados por mercedes reales o mandatos republicanos; los privilegios eran fiscales y podían beneficiar a una determinada parroquia u orden religiosa y en tiempos del México independiente los privilegios podían y así lo fueron, beneficiar a un determinado grupo de comerciantes establecidos en Veracruz, Puebla o Guadalajara.
Los privilegios se materializaron en la burocracia que pudo heredar y así sucede hoy al interior de ciertos sindicatos, con el puesto de trabajo que tenía el padre, lo legó al hijo y éste metió a su sobrino, cuñado y un largo etcétera. En tiempos de Antonio López de Santa Anna los privilegios podían recaer en quién manejaba los bonos al portador correspondientes a la deuda interna que el país tenía, igualmente un privilegio podía materializarse en el otorgamiento de una concesión para construir un ferrocarril, como la que obtuvo el señor Garay, quien ante la imposibilidad financiera y la inestabilidad política del país, decidió en los años de 1840 vender sus acciones a un consorcio estadounidense, que finalmente y por la fuerza obtuvo del Estado mexicano una reparación económica: recuerde estimado lector, con los gringos no se juega. Un siglo después el México postrevolucionario, el del desarrollo estabilizador, el voraz del tiempo del neoliberalismo y hoy durante la 4T, los variopintos intereses han buscado y buscan obtener una serie de privilegios. Prerrogativas que históricamente han enriquecido a muy pocos, que en muchas ocasiones convirtieron en inviables positivos proyectos de desarrollo, lo mismo en tiempos virreinales que a lo largo de casi 200 años de ser independientes (2021); porque la independencia no se consiguió en 1810 sino en 1821, eso sí, las dos fechas en septiembre como los temblores que últimamente han azotado a la ciudad de México y demás entidades federativas. En síntesis, muchos que no todos los mexicanos, sus autoridades y los intereses más acaudalados del país están acostumbrados a vivir a partir de privilegios y reproducirlos.
En cuanto a los impuestos y la fiscalidad en general, desde los tiempos de Nabucodonosor pasando por el novelado Robin Hood y el descontento social en las colonias inglesas en Norteamérica y en Francia, debe reconocerse que a nadie le ha gustado pagar impuestos, porque se consideraron inequitativos, autoritarios y sobre todo, que no beneficiaban en la vida cotidiana a los contribuyentes. Recuérdense dos frases atribuidas al mojigato Benjamín Franklin: “no taxation without representation” respecto al Parlamento inglés, y ya constituidos los Estados Unidos, “un bien ciudadano debe pagar impuestos, donar libros a la biblioteca pública y plantar un árbol”, obviamente el viejo Ben no conocía la vocación tala árboles de mexicas, novohispanos y mexicanos –especialmente el negociazo de madera muerta- por las autoridades de la alcaldía Benito Juárez en la ciudad de México. Es conveniente repetirlo que durante trescientos años la corona de España vivió de los impuestos recabados en toda Hispanoamérica, y particularmente la plata producida en Perú, el Potosí “boliviano” y en las minas de la Nueva España; hoy y como dirían los argentinos, la plata se la siguen llevando los bancos Santander y BBVA, porque su sistema en México alimenta principalmente las ganancias de ambas empresas españolas.
Ahora el tema de la fiscalidad en México. Desde tiempos de don Guadalupe Victoria hasta ahora la presidencia de López Obrador, uno de los temas centrales de la problemática republicana ha sido y es hoy el muy bajo nivel de recaudación de impuestos federales, ya no digamos los impuestos estatales y menos los municipales. La semana pasada un diario de circulación nacional sacó una nota donde señalaba que solamente la capital del país y los estados de Colima y Coahuila podrían sobrevivir financieramente, si con estrecheces, pero sin los millonarios montos económicos que reciben de la federación. Desde el siglo XIX hasta la actualidad los mexicanos se han preguntado ¿dónde están mis impuestos?, cuando en los 1800 no veían al ejército federal para defenderlos de las incursiones de los “indios bárbaros” en Sonora, Chihuahua y Coahuila. O en la actualidad, cuando la ciudadanía se pregunta la cantidad de impuestos utilizados para construir el fraudulento proyecto del tren elevado México-Toluca donde funcionarios de altísimo nivel tuvieron que ver. Me acuerdo, en el mismo sexenio de Peña Nieto, muy al principio su gobierno quiso meter en cintura a los grandes defraudadores fiscales ligados a importantísimos empresarios. La respuesta fue igual a hoy, abril de 2020: una andanada de declaraciones de las cámaras empresariales, cientos de memes por internet y artículos periodísticos que con dedo flamígero criticaban al presidente.
Lo último nos lleva a las recientes declaraciones del presidente López Obrador en contra de ciertos periódicos, ciertos periodistas, ciertos articulistas y miles de memes y blogs que infectan la red. Allá por 1855 el secretario de Gobernación, José María Lafragua publicó una ley que contrastándola con la censura previa del último gobierno santannista, subrayaba la responsabilidad de editores y periodistas en publicar noticias verídicas, no fomentar la división pero sí criticar abiertamente las acciones de gobierno. Ni en la época de Zarco ni en la de Ciro Gómez Leyva la prensa se ha movido sola, siempre ha respondido a intereses muy particulares de los dueños de los medios como Ignacio Cumplido en el siglo XIX, o los Vázquez Raña y Salinas Pliego en la coyuntura actual. Es cierto también que al presidente López no le gusta que lo critiquen, pero leer la mayoría de los periódicos, el común denominador es un uniforme negro que debería confrontarse con toda una gama de grises: desde el casi negro Oxford hasta el plata. Ya para terminar me acordé de esa frase de Jolopo y respecto a la prensa: no les pago para que me pegues. Además de que ahora los periodistas siempre parecen regañar e increpan al entrevistado, por eso vale la pena la postura de Jesús Michel en su programa de radio: “Periodismo sin Regaños”.