Por Emilio Hill
En una escena de J’Acusse (Polansky, 2019) con título en español El Acusado y el Espía ( basado en la novela del experimentado Robert Harris), el icónico escritor Emile Zola es casi linchado por una muchedumbre iracunda. Su texto Yo Acuso, publicado en 1898, denunciaba al gobierno y ejército francés de acusar de manera injusta al Capitán Alfred Dreyfus de entregar información a Alemania.
Incapaces de aceptar la verdad y salir de su fanatismo, la gente prefiere agredir al mensajero. En realidad, el más reciente largometraje de Roman Polansky, no es sobre Zola, pero el momento es revelador e intenso. La película no es ni siquiera sobre el caso Dreyfus como tal, sino sobre los matices de dos hombres enfrentados a debates morales y éticos.
El primero, un coronel en ascenso que pasa su tiempo libre con Pauline (Emanuelle Seigner), esposa de un amigo, además de ser un confeso antisemita: Picard (un estupendo Jean Dujardin), el otro el taciturno Dreyfus (Louis Garrel), que no tiene la sangre ligera pero es inocente de un delito de traición.
Picard, asume su defensa y esto lo enfrenta a un sistema acostumbrado a encubrirse. Con un ritmo pausado y después intenso, Polansky, con más de ochenta años, demuestra ser un maestro de orquesta firme: la obra se toma su tiempo para llegar al clímax, pero cuando lo hace, el ritmo es frenético.
Por otro lado, no se puede separar el más reciente trabajo del director francés de su historia personal: al ver El Acusado y el Espía, vienen a la menta las acusaciones – comprobadas y ciertas- de un delito sexual cometido hace más de cuatro décadas.
Tan es así, que la directora argentina Lucía Martel, quien era Presidenta del Jurado en la más reciente edición del Festival de Cine de Venecia, donde el filme ganó el Premio del Jurado, se negó a asistir a la gala de presentación de El Acusado y el Espía.
Con todo y lo evidente, Polanski ya salió al paso y ha dicho que la película nada tiene que ver con su vida. Aclaración no pedida – por lo menos de manera expresa- acusación manifiesta.
Pero más allá de polémicas, el largometraje decanta por una intriga militar con devaneos jurídicos y políticos. La sutil y a la vez intensa relación entre Picard y Dreyfus, dan complejidad y matices a los personajes, históricos, y no da pie a falsos heroísmos. Las víctimas no son humildes y los héroes son confesos antisemitas.
El tono y ritmo del largometraje exigen algo más al espectador, pero el resultado es una obra redonda con ambigüedades incluso en el universo de la meta ficción.