Por Jesús Michel Narváez
Radiar Kipling tuvo la imaginación, quizá tomada de una historia ocurrida en 1988, pero en 1975 John Houston encontró el cuento y lo hizo película: The Man Who Would Be King, cuya traducción con la que se presentó en América fue El Hombre que Sería Rey.
Una historia que se desarrolla en el reino de Kafiristán. Hasta allí llegan dos suboficiales del Imperio Británico interpretados por Sean Connery y Michael Caine que sorprenden a los sacerdotes y no obstante los enfrentan. En una de las batallas, a Connery le disparan una flecha que va directo al corazón. Su pecho estaba cruzado por un ancho y grueso cinturón de piel en el que se detiene la saeta sin que el militar sangre.
Todos los guerreros dejaron de tirar sus flechas. Sorprendidos, rindieron pleitesía y aceptaron que Connery se convirtiera en el rey de Kafiristán.
Todo marchaba de manera ordenada. El Rey pedía algo y todo se le concedía.
Hasta que un día intenta conquistar a la bella del reino. Ésta acepta los coqueteos y lo besa. ¿Qué buscaba? Morderlo y hacerlo sangrar con lo cual demostraría que no era ningún inmortal. No era Dios y tampoco merecía ser Rey.
La magia terminó. Y ambos, finalmente, fueron aprehendidos y muertos. Durante el tiempo que duró el engaño, la felicidad los acompañó.
Hoy, en 2020 y lejos de aquel 1888, el mundo está en alerta. Un coronavirus quiere ni conquistar un reino sino destruir muchos.
Y la forma de frenarlo no es con flechas ni mordidas. Es con higiene. Es evitando los abrazos. Los besos. Alejarse de quien estornude o escupa. Ignorar las recomendaciones es poner en riesgo la vida.
Pero el presidente López Obrador hace caso omiso y se deja apapachar, besuquear, abrazar.
Ya es Rey, ahora quiere ser Dios. Porque al Supremo nada lo derriba ni nada lo enferma. Él mandó el virus. Él es inmune.
López Obrador se arriesga para demostrar que no hay nada que temer. Que el coronavirus es una amenaza de los conservadores neoliberales y que por ello fracasarán en la 4t. Del cine a la realidad. Del cuento de aventuras a la hospitalización por el contagio.
Sea pues: ¡Viva el Rey!
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