*Tiempos Cuando México era “Tierra de Valientes”
*Ya no hay Combates Contra el Enemigo, Sino Acuerdos
*Tampoco Respeto Para las Autoridades y el Gobierno
*No hay Guerra, Pero Tampoco Algo que Indique Solución
Por Nidia Marín
Miles de mexicanos están aun sin digerir lo que sucedió sobre todo en Culiacán. Las penas ajenas y propias hoy los envuelven, mientras la disfrazada befa de Donald Trump, los deja sin palabras.
Y es que hubo un tiempo en el cual México era considerada tierra de valientes. Hubo unos años en los cuales pensar en la República Mexicana era rememorar batallas antiguas y nuevas, combates contra el enemigo como ha sido contra los delincuentes.
Pero ya no.
Despedazadas en poco tiempo, las tesis sin fundamento, las palabras huecas, los dichos sin conocimiento, hoy desde el poder sólo les queda el orgullo sobre las consecuencias de los hechos del nefasto octubre de 2019.
Apurados hay quienes andan tratando de salvar el prestigio de la 4T, el qué dirán, el pellejo del presidente, de su inútil jefe de seguridad y de todo lo que hoy huele sabe y es un enorme fracaso. Sea mediante amenazas o disculpas buscan una benevolencia que se ha ido agotando en 10 meses de gobierno.
Y sí, hubo un tiempo en el cual México era país de valientes. Muchos de sus generales (léase dirigentes y presidentes) también.
Pero ya no. Hoy no hay combates, sino “acuerdos”. No existe censura, sino bondad contra el delincuente. Pero tampoco hay estado de derecho, ni respeto para nada y para nadie, mucho menos para el gobierno y las autoridades. No hay guerra, pero tampoco algo que indica que habrá solución.
Lo sucedido en Culiacán, Sinaloa, quedará en la historia junto a otras terribles y lamentables derrotas, en las cuales las armas no se cubrieron de gloria sino de vergüenza.
Abundan los ejemplos.
Hay derrotas que, como dicen, despiden un fuerte tufo a traición, como fue la de febrero de 1847 allá en Angostura, Coahuila, cuando desmoralizados los generales estadounidenses pensaban que iban a perder la batalla, pero no contaban con la astucia de nuestro gran prócer (léase villano), Santa Anna. Frente al campo de batalla, Santa Anna tomó una decisión que hasta hoy provoca controversias: ordenó la retirada. Parecía tener la victoria y Saltillo al alcance de la mano. Sin embargo, abandonó sus posiciones y marchó con sus tropas, hambrientas, sedientas y andrajosas, rumbo a San Luis Potosí. ¿Por qué desandar el terrible y desolado camino del desierto, cuando la capital de Coahuila podía ofrecerle no sólo la gloria del triunfo, sino también agua y comida para sus hombres? Todavía se discute lo que para algunos historiadores despide un sospechoso tufo a traición o, al menos, queda como una aberrante medida.
Una derrota más es la batalla de Puente de Calderón, en Guadalajara, la cual perdieron los independentistas contra Félix María Calleja. Todo pintaba de maravilla, iban ganando, pero una granada cayó sobre un carro insurgente de municiones y lo hizo estallar. Calleja aprovechó el golpe de suerte y se fue con todo contra los insurgentes.
Es parte de la guerra. Sólo que a veces en una derrota no sólo se pierde el prestigio, como sucedió en abril 21 de 1836, cuando Santa Anna es sorprendido, derrotado y aprehendido por los texanos al mando de Sam Houston en San Jacinto. Así acabó la Guerra contra Texas y se perdió el territorio y la soberanía de una gran parte de México, explica en Memoria Política de México, Doralicia Carmona.
“El día anterior, Santa Anna se encuentra en la zona pantanosa del Río San Jacinto. No tiene ubicados a los rebeldes y prefiere otorgar descanso a sus tropas, el problema es que no pone centinelas.
“A las 16.30 horas, atacan por sorpresa 1900 texanos del general Houston: la caballería rodea los flancos mexicanos en tanto que la línea de batalla texana avanza con rapidez y sigilo a través de la llanura abierta. Cuando los descubren ya están a menos de 200 metros del campamento mexicano. La artillería de Houston abre fuego sobre las desprevenidas tropas mexicanas y su infantería asalta los parapetos de los mexicanos, que derrotados, huyen por las tierras pantanosas del río. La victoria de los texanos es completa y el enfrentamiento sólo dura unos 18 minutos. Los mexicanos que sobreviven se rinden. Santa Anna logra salir del sitio de la batalla, trata de de pasar desapercibido disfrazado de soldado raso, pero después es reconocido. Será rehén crucial de los texanos para negociar su independencia de México”, expone.
Más cercano en el tiempo, en el siglo pasado, Después del fracaso en Aguascalientes, Villa sólo tenía unos cuantos miles de hombres, desmoralizados, cansados, y derrotados en su División del Norte, que en su apogeo llegó a contar con 50.000. Villa los mantuvo unidos con su fuerte personalidad para un último intento por derrotar a Carranza.
Villa, narran, escogió Agua Prieta, una guarnición en la frontera de Chihuahua y Sonora. La guarnición estaba diseñada para acuartelar a 1.200 hombres. Sin embargo, los carrancistas tenían 3.000. Sin acceso a un ferrocarril, Villa condujo a sus tropas por el desierto de Chihuahua, cargando con todas sus provisiones, artillería y municiones. Cuando Villa llegó a la frontera un mes más tarde, descubrió que José María Maytorena, comandante de las fuerzas locales rebeldes, y aliado suyo, había sido desplazado de su posición, disuelto su ejército y huido a Estados Unidos. Villa no tuvo otra”, dice la historia.
Hoy somos un caso, de nueva cuenta.
A’i vamos pues, dando tumbos y por supuesto sin rumbo. ¡O usted sabe cuál es?
Una recomendación: Señor Presidente, continúe sin problemas su apostolado, pero deje a México en paz. La historia se lo agradecerá.