Sobre las Decepciones y la Cuarta Transformación

Por David Marklimo

A veces, los cambios que se producen provocan decepciones irreversibles. Este hecho suele ser, en su mayoría, de índole negativa, dependiendo de la dirección en que se produzca la transformación. Suele hablarse de decepción cuando una o más personas se sienten traicionadas. Es una emoción muy presente en la política, utilizada para explicar el distanciamiento entre la ciudadana y su gobierno.  Está claro que la traición puede provocar gran dolor. ¿Hay mayor dolor en el mundo que aquel que deriva de la traición? Sin duda, es difícil de encontrar. La traición siempre -como si fuese una de esas reglas de la Física- es muy dolorosa.

La decepción, entonces, nos recuerda que las relaciones están en continuo cambio y que tenemos que aceptar la incontrolabilidad de las mismas, así como del comportamiento de quienes nos rodean. Sería ingenuo pensar que la política mexicana es una actividad sin tacha; recientemente hemos encontrado actos de mal uso del poder. El problema, como hemos visto durante el gobierno de Peña Nieto, es cuando estos actos son una práctica tan extendida que dejan de ser la excepción, para convertirse en regla general, de tal manera que la democracia es vista, por los ciudadanos, como una fachada para esconder a quienes, como hienas agazapadas, esperan a que el sistema político les dé la oportunidad de arrojarse sobre el botín del poder y las arcas públicas.

La política mexicana, en ese sentido, no puede ser entonces más que un continuo aprendizaje sobre la decepción. ¿Es la Cuarta Transformación la excepción a la regla? Por supuesto que no.

Decepción es darte cuenta de que esa persona, a la que prestaste dinero e ideas cuando todavía no era nadie, hoy es un emperifollado, que contesta el teléfono o los mensajes por pura y elemental cortesía. O aquel otro al que socorriste cuando su pequeña MiPyMe estaba en problemas y al ayudarlo, lo encumbraste de prestigio. Ni que decir de aquella otra, que se recorrió todo su distrito denunciando los actos de corrupción del PRI y del PAN y hoy trafica con facturas y complicidades familiares desde su fuero. De los nuevos personajes de la vida pública se puede decir que a la cumbre se suele subir acompañado, pero se termina bajando más sólo que la luna.  Quienes creen que ganaron por su trabajo no han entendido nada. Ganó Andrés Manuel y éste, ganó por el rechazo que generaban los otros partidos. Fue así de simple: una elección emocional, ya se ha dicho.

Entonces, la pregunta aquí sería: ¿ha decepcionado AMLO? Andrés Manuel ha conseguido su sueño, eso es innegable, pero lo es también el que no ha conseguido hacer lo que se proponía en su Proyecto Alternativo de Nación. Dirán que es poquísimo tiempo, nueve meses. En parte tendrán razón, pero para que un líder -Cristiano o Messi para usar una símil futbolera- logre rendir, necesita un equipo.

Decepciona, sí, el gabinete, que ha optado por ser un mero observador del Presidente. Con poquísimos matices, no se ha visto el famoso gobierno de los mejores, con los mejores. Tampoco los nuevos gobiernos locales han estado a la altura de las demandas ciudadanas. ¿Qué gobernador o gobernadora tiene hoy una nota aprobatoria? Ni uno. Si bien la imagen pública del Congreso de la Unión ha mejorado, tampoco puede decirse que se ha despejado esa percepción del legislador como calientabancas por excelencia. Por el contrario, sigue ahí más presente y más reforzada que nunca.

Día tras día, el país cae en una espiral más terrorífica. Un solo dato puede servir de guía: a día de hoy, 27 estados de 32 tienen declarada la alerta de género sin ningún avance. Si se tiene en cuenta que, en demografía, las mujeres son la mayoría de la población, podremos dimensionar la tragedia en materia de seguridad y corrupción.

La principal propuesta de AMLO como candidato fue combatir la corrupción, ese -según su diagnóstico- es el mal primigenio del país. Dice Daniel Innerarity, hablando del Reino de España,  que la antropología política enseña que hay un sentimiento tradicional, nunca plenamente superado, de añoranza hacia las viejas formas de organización social en las que reinaba una plácida ignorancia. Con ello en mente, deberíamos ser sinceros y reconocer que buena parte de nuestro malestar con la política de la Cuarta Transformación corresponde a una nostalgia por la comodidad en la que se vivía (aquel sitio donde lo malo si no se sabía, se ignoraba y, donde, por supuesto todos los desacuerdos eran reprimidos).

El nuevo escenario del país invita a saber arreglárselas con el fracaso de no poder sacar adelante completamente lo que se proponía. La política es inseparable del abismo, de nuevo Innerarity: muchas veces hay que dar por bueno lo que no satisface completamente las propias aspiraciones. Por supuesto, eso habla de nuestra incompetencia a la hora de resolver los problemas y tomar las mejores decisiones.

¿Qué podemos introducir en medio de esta decepción? Eso, justamente, es lo que hay que responder en los próximos días.

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