*La Huacana, en Michoacán, fue Ahora el Escenario
*Suman Tres Décadas de Vivir Entre los Delincuentes
*Pueblos Agrícolas los Convirtieron en Infiernos
Por Iván Ruiz
Una vez más un grupo de habitantes de una población, impulsados por los integrantes del crimen organizado, retienen a integrantes del Ejército Mexicano, les arrebatan sus armas y se llevan el armamento que habían decomisado, entre estos una Barret Calibre 50, de las denominadas “Mata Policías”. La “carne de cañón” hace lo que le ordenan.
Esto sucedió en La Huacana, Michoacán, que se supone está en manos de los Valencia, a quienes se los disputan otros grupos criminales.
Este es un municipio de la Tierra Caliente, cuya planicie abarca parte de tres entidades: el sureste de Michoacán, noreste de Guerrero y pueblos colindantes del Estado de México. En el caso de Michoacán la conforman 17 municipios; en Guerrero son 9 y en el Estado de México 8.
La Huacana (donde por cierto José María Morelos y Pavón ocupó el curato) se asienta en terrenos cercanos al volcán el Jorullo. Es una tierra de agricultores, básicamente, aunque también tienen superficie maderable en los bosques. Hay, además, árboles de zapote, plátano, parota y tepeguaje, así como amole, cardón, huisache y tepemezquite.
Limita al norte con Nuevo Urecho y Ario de Rosales, al este con Turicato, al sur con Churumuco y Arteaga, al oeste con Múgica y Apatzingán.
Viene a cuento su ubicación, porque sus habitantes son gente buena y trabajadora. ¿Qué les pasó?, hoy preguntarán muchos, que mientras era paso de la marihuana en todo el siglo XX no había problemas mayores, pero cuando llegaron las anfetaminas, con el Cártel del Milenio de los Hermanos Valencia, de la mano de cientos de narcos procedentes de otras entidades, como Colima e inclusive con grupos extranjeros como el Cártel de Medellín, que introducía cocaína por el puerto de Lázaro Cárdenas, iniciaron los graves problemas. Eso ocurrió a mediados de los años noventa del siglo pasado.
Después llegarían Los Zeta, se formaría La Familia Michoacana, seguirían Los Caballeros Templarios y otros grupos más y hoy, quienes fueren o como se llamen azuzan a la población, (que se encuentra entre la espada y la pared) contra las fuerzas armadas.
Esto se ha estado replicando en varias entidades de la República, mientras los soldados tienen prohibiciones y deben de aguantar las humillaciones y la petición, de parte de ciertos pobladores, de que salgan del municipio.
Se ha señalado insistentemente la existencia de municipios “fallidos” donde ya no gobiernan autoridades municipales o estatales y mucho menos el gobierno federal, pero pareciera que nadie toma una decisión al respecto.
Recientemente se publicó que “en muchos de tales municipios las autoridades están cooptadas por los delincuentes, pero no sólo esto, sino que los alcaldes ya pueden reelegirse hasta en dos ocasiones por lo que podrían permanecer hasta nueve años en el poder. ¿Cómo no van a votar por ellos los pobladores si reciben órdenes de los delincuentes y estos colocan en las alcaldías a quien desean?”
Precisamente por eso y por otras problemáticas más, de nada servirá el ingreso de la Guardia Nacional a muchas comunidades del país mientras no se tome la decisión de hacer respetar la ley y las normas, evitar la impunidad y, además, permitir que las fuerzas armadas realicen el trabajo que saben hacer.
De otra manera, ante el actual panorama, no tardarán las deserciones entre integrantes del Ejército Mexicano y la Marina y serán más escasos aquellos jóvenes que pretendan integrarse a estas fuerzas mexicanas (y a la Guardia Nacional) si no tienen garantizado el mínimo respeto a su persona y a sus derechos humanos.
El gobierno federal tiene la obligación de revisar todos estos sucesos y dar una solución, porque lo que hasta hoy están realizando sinceramente no está funcionando, pareciera debilidad y de ello se aprovechan los delincuentes.
La Huacana es sólo un ejemplo más de lo que sigue.