*Viento en Popa el Deporte Nacional: no Pagar Impuestos
*La Gente, Inconforme con el Manejo que se Hace de sus Recursos
*Otra Solución, Impulsar la Maquila de Billetes, Pero…
Por Jaime Contreras Salcedo
Los agoreros del infortunio, decía con preclaro acento hace algunos años el señor López, José López Portillo, andan diciendo que muchas promesas y propuestas oficiales abanderadas desde tiempos de campaña, simple y sencillamente no se cumplirán porque el país no anda para sambenitos y porque la cobija presupuestal es muy pequeña, a menos que se le cosa un añadido importante medido en pesos y centavos, situación que no esperamos, sinceramente, pueda lograrse en este ejercicio. Ni en los subsecuentes.
Nos comentaba un fiscalista de renombre, de esos que no alcanzaron a renovar contrato de honorarios en el sector público desde el primer ajuste de la Cuarta Transformación, que si la autoridad federal pretende satisfacer, digamos, el 25 por ciento de lo que se ha proyectado, debe poner en marcha a la voz de ya toda una reforma tributaria en donde se obligue a las grandes empresas entrarle con su cuerno a las arcas nacionales, nada cubiertas de gloria, realmente abatir la evasión y la elusión, además de premiar a aquellos contribuyentes que cumplan sus obligaciones tributarias y, estoicos como son, inviertan cientos de millones y millones de pesos para engrandecer los cochinitos de la Federación. Y de pura pasada de los estados y municipios.
Bonito, ¿no?
En donde la puerca parece torcer el rabo es en el caso de la informalidad, fenómeno que acorde con las estadísticas oficiales sigue viento en popa y no ve si ha nacido ya el prócer que la pueda detener. Diríase que un ciego a dos cuadras no ve que muchas de las cifras gubernamentales no cuadran por esa doble contabilidad de infinidad de centros productivos o de servicios que se dedican al deporte nacional de no pagarle al fisco, aduciendo que hacerlo significaría quedarse sin ganancia alguna, cosa bastante mentirosa por donde se le quiera ver.
No pagar impuestos es resultado no tanto de laxitudes oficiales para cobrarlos, sino del desarrollo espectacular de no cumplir, a partir –digamos- de 1985 a la fecha. Ponemos ese año como punto de referencia no para echarles la culpa a Miguel de la Madrid y Jesús Silva Herzog, quienes ya murieron y en aquellos tiempos se dedicaban a Presidente de la República y secretario de Hacienda, respectivamente, sino más bien porque –y muchos de los caros lectores lo recordarán, sin duda- desde entonces inició una estúpida política de permisibilidad (en la capital primero y luego en el resto del país) lo mismo pasarse semáforos en cualquier crucero, además de postergar o, de plano, cancelar el pago de obligaciones impositivas desde las más pequeñas hasta las de gran calado. ¿Nos equivocamos?
Ahí, nacieron, por ejemplo, eso de exentar tributos a una multiplicidad de empresas que tronaron al fragor del terremoto o quedaron muy mermadas. El problema fue que otros comercios y fábricas se pusieron en las listas, aduciendo daños inexistentes o, como también se benefició entonces, que iban de plano a reconstruir lo perdido, sin pagarle al fisco nada por mucho tiempo.
Recordamos que voces, desde entonces, como la del consultor Julio A. Millán, nos hicieron ver lo que el eufemismo conocía simplemente como “economía paralela o subterránea” y su crecimiento exponencial, situación que dañaría sustantivamente los ingresos del sector público. A ello se le deben añadir, ni más ni menos, los resultados de los errores de diciembre de 1994, que no de 95, en donde medio mundo de toda la nación se graduó de doctor en evasión desde los que no tenían siquiera para pagar las cuentas bancarias o del súper, hasta los magnates que, aprovechando las aguas procelosas de la crisis no le daban un centavo a la Subsecretaría de Ingresos, tomando en cuenta que aún no estaba en las estampitas el Servicio de Administración Tributaria.
Y ni hablar de los contribuyentes del campo. Desde entonces nacieron los barzones urbanos y rurales, las asociaciones de deudores de donde, solo de pasada le diremos, surgen liderazgos que ahora se mueven en los pasillos de San Lázaro con toda impunidad, como un tal Gerardo Fernández Noroña y un tal Alfonso Ramírez Cuellar, solo por citar dos casos más o menos conocidos. Lo importante es que las agrupaciones que estos personajes encabezaban, y sus asociados desde luego, no le dieron un centavo a Hacienda ni a los bancos a los que debían. Si usted analiza con cuidado sus respectivos historiales verá que los adeudos de entonces siguen tan campantes hoy día, más fuertes y rozagantes, por si estaban con la preocupación.
En fin, si bien eso de no pagar contribuciones se sabe ocurre en el mundo desde inmemoriales tiempos, y en el caso de México desde antes de la conquista, pregúntenle a los tlaxcaltecas y tlatelolcas, lo cierto es que el fenómeno se ha disparado con singular alegría y acento en las últimas décadas al grito de si el de al lado lo hace con toda impunidad, por qué no habríamos de hacerlo nosotros. Al efecto, los datos del INEGI son irrebatibles: más de 53 por ciento de la población económicamente activa vive (y vive buen, añadimos) en la informalidad, lo que significa algo así como 45 millones de mexicanos con edades superiores a los 14 años y que ya trabajan y procuran un sustento diario.
Más aún, se tienen cálculos profesionales según los cuales esa economía informal significa ingresos superiores a los 510 mil millones de pesos anuales y, es un decir, si esta cifra pagara impuestos conllevaría un alza al fisco del orden nada despreciable de los 160 mil millones de pobres unidades en moneda nacional. Recordamos en este momento una conversación con el entonces secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz Martínez, quien nos decía que todos los impuestos tenían un alto coeficiente de evasión y de elusión, y para ello muchas compañías de gran envergadura contrataban a legiones de contadores simplemente para no pagar impuestos o, como también sabemos, hacer como que se cubrían los tributos y luego, eso sí, a exigir la devolución con facturas falsas, o dobles.
Regresemos a la realidad: si la 4T anda queriendo que le cuadren las cuentas, tiene la obligación de pedirle a los contribuyentes que paguen todos, o de lo contrario no habrá dinero que alcance, salvo que se siga la vieja fórmula de recargarse sobre los que tenemos años y no tan felices días de cubrir esos recursos. Las otras opciones son mucho más riesgosas de lo que se cree: nuevos impuestos, incluyendo puertas y ventanas como en otras épocas. O echar a andar la máquina de la fábrica de billetes en el Banco Central. Piénselo y nos platica.
Estas Lascas Económicas andan preocupadas porque a las autoridades respectivas les tiene sin cuidado eso de levantar polvaredas ajenas, cuando el mar de fondo es mucho más peligroso de lo que les indican los tres dedos de visión que tienen. Y le esperan en este mismo espacio, la semana entrante. Jacs95@hotmail.com.