Por Emilio Trinidad Zaldívar
Demasiado tarde decidió Claudia Ruiz Massieu pedir licencia como senadora de la república para hacerse cargo de tiempo completo de la presidencia del CEN del PRI, cuando por corrupción, desprestigio, abuso y engaño a la población, tienen bien ganado el rechazo generalizado de una población asqueada de todos ellos; de sus dirigentes, de sus presidentes, de sus representantes populares, que saquearon por décadas este país sin castigo alguno.
Hoy, la sobrina de Carlos Salinas de Gortari pretende ir en apoyo a sus candidatos a gobernadores de Baja California y Puebla, cuando todas las encuestas, hasta las propias, los colocan en tercer y hasta en cuarto lugar, y con la posibilidad de perder el registro.
Parecen no entender que el PRI se murió con Enrique Peña Nieto. Lo mató. Lo asesinó. Lo llevó a la ruina política. Al olvido, al peor momento de su historia desde su creación.
Ni el prestigio, la madurez, aplomo y sensatez de José Narro Robles, o el arrojo, ímpetu y juventud del gobernador de Campeche, Alejandro Moreno Cárdenas -entre los más aventajados para la elección interna de ese instituto político-, podrán levantar a un muerto.
Los otros aspirantes a encabezar el tricolor en la época de su muy probable desaparición, se encuentran el también señalado por corrupto, Ulises Ruiz, el tampoco con fama de limpio, José Ramón Martell y la muy rescatable, talentosa, experimentada y entrona Ivonne Ortega.
Aquellos tiempos de personajes priistas de la política de ideas, cultos, y con décadas de trabajo para democratizar a ese partido y no alejarlo de las razones de su creación, como lo fueron Carlos Madrazo, Jesús Reyes Heroles y Porfirio Muñoz Ledo, entre muchos más -como bien lo apuntó Jesús Michel Narváez-, quedaron en el olvido, porque convirtieron al PRI en un club social y lucrativo negocio para unos cuantos privilegiados, y olvidaron que era un espacio para debatir, para hacer política en favor de los más necesitados y para el progreso y crecimiento de México.
Ya no tienen hacia dónde hacerse. El PRI es sinónimo de corrupción, de hartazgo, de repudio, de traición, de saqueo. No habrá suficientes ciudadanos que aún crean en su farsa, para darles nuevamente votos que los lleven al poder, del que se sirvieron para fabricar sexenio tras sexenio, comaladas de millonarios.
Deberán temprano que tarde cambiar de nombre, de rostro, de oficinas, de representantes. Habrá de nacer un nuevo partido que sí defienda las causas que se leen en sus estatutos y principios básicos, pero que dejaron en el cajón del olvido porque les fue más fácil robar a manos llenas con la complicidad de muchos, para pasear su impunidad sin señalamiento o castigo alguno.
El PRI ya murió. Su nombre da náuseas. Entiéndanlo.
Twitter: @emtrizal61