El asunto de los remakes dentro del cine mexicano es interesante y vaya que tiene aristas. Matices. Por principio no es nada nuevo; la llamada Época de oro incluso puede servir de ejemplo.
Suelen ser blockbusters y de hecho para quienes lo realizan es el fin. En cartelera, por ejemplo, acabamos de ver Perfectos desconocidos (Manolo Caro, 2018) un director que tiene a un público de nicho –aspirantes de algún modo a una clase media condechi y a vivir el sueño de la comedia romántica norteamericana-. Sus filmes no son de un gusto refinado, pero la pretensión es culturizar lo cosmético.
En el caso de Perfectos desconocidos, la idea original parte de un filme italiano dirigido por Paolo Genovese, que fue un éxito de taquilla en 2016. A este largometraje le sigue la versión española, dirigida por el hábil Álex de la Iglesia. Caro, hace lo suyo, parte de un buen guion, muy sólido en sus pilares narrativos, lo cual no le impide hacer su numerito. Antes el escenario del cine mexicano era el rancho, ahora es la colonia Roma o Condesa.
La historia sobre un grupo de amigos que rebasan la cuarentena, y deciden en una cena ver los celulares ajenos, bien podría llamarse, el discreto encanto de ser condechi . Con todo y lo anterior, este filme es el más sólido hasta el momento de la filmografía del director también de No sé si cortarme las venas o dejármelas largas.
Y hasta eso, las actuaciones de parte del elenco, le dan cierto decoro: Bruno Bichir, Cecilia Suárez y Miguel Rodarte, contribuyen para que el asunto tenga legitimidad. Del título, por cierto, vienen más adaptaciones de otros países.
Ya se anuncia la segunda parte de la obra máxima del churro actual mexicano No manches Frida (Nacho G. Velilla, 2016). El asunto tiene su origen en una comedia alemana: Fack ju Gohte (Bora Dagtekin,2013) aunque en el fondo es una High School Movie. Género estadounidense por excelencia.
El elenco de esta secuela –uno de los blockbusters mexicanos de este año que inicia- es protagonizado por Omar Chaparro y Martha Higareda, quien ya es un género de cine mexicano, por sí misma.
¿Otro ejemplo? Pues nada que, en el mes del amor y la amistad, está por llegar el remake de La boda de mi mejor amigo. El asunto en apariencia es extraño, ya que el filme original es de 1997 y consolidó durante algún tiempo la carrera de Julia Roberts como la reina de chick flick (comedia romántica en la que la mujer es quien sigue la trayectoria narrativa).
La Roberts, le robó de manera momentánea el trono a Meg Ryan. Ahora, dirigida por Celso García, un cineasta quien hace un par de años entregó la más que digna La delgada línea amarilla, llega esta adaptación, que de manera desafortunada no es una tropicalización de la idea original, ¿se busca al público del cine norteamericano para que se sientan atraídos hacia los filmes nacionales? Todo indica que primero Netflix y el consumo de blockbusters forman gustos –o deforman en algunos casos- para consolidarnos en pantalla. La versión mexicana es protagonizada por Ana Serradilla.
En realidad, este asunto de aspirar al cine de hechura hollywoodense no es nada nuevo. Hace algunos años, las mismas distribuidoras y estudios de cine, tenían la intención de producir sobre todo géneros populares gringos, y maquillarlos de cine nacional.
¿Qué tan viejo es esto? Bueno Escuela de Vagabundos (Rogelio A. González, 1954), filme protagonizado por Pedro Infante y Miroslava, es ni más ni menos que una adaptación literal de la screwball (comedia romántica de enredos, que se ambienta en personajes de clase media o alta) Merrily we live (Norman Z. McLeod, 1938).
El filme en su versión mexicana (literal con relación a su fuente original) responde a una necesidad del cine mexicano, de no perder a un público, el de clase media en la década de los cincuenta, que se alejaba de las comedias rancheras, ya que producto del contexto de país –el desarrollo estabilizador y una población cada vez más identificada con la vida en las ciudades, además de la penetración indiscutible de la televisión, no veía en la hacienda o el rancho, su universo y espejo de la ficción-. La solución parcial fueron las comedias de tufo gringo. Y Pedro, del campo y el caballo, llegó a la capital.
Por cierto, esta película a su vez, tuvo una adaptación de 1969, titulada El criado malcriado. Bastante mediana hay que agregar, dirigida por Francisco del Villar, y que consolida el mito de Mauricio Garcés como galán paródico.
Si en los cincuenta, la intención era mantener un público para alargar la Época de oro, los actuales remakes, aspiran a conquistar al sector de consumo de Hollywood, tan es así, que no se nota una tropicalización. Y por supuesto, no se puede dejar de lado, la cultura de consumo de muchos de los realizadores. Que se refleja en el cine que hacen.
El fenómeno da para mucho basta recordar que incluso géneros cinematográficos se han adaptado a la idiosincrasia nacional: el chilly western por mencionar un caso. El filme más curioso es El extraño hijo del sheriff (Fernando Durán, 1982), que mezcla el horror con el western. El título no tiene desperdicio.
Ver, también es cultura. Si lo sabrán los cineastas amantes del Hollywood y autores o aspirantes del cine gringo.
Mi madre una vez dijo, el cine, es una caja de referencias, nunca sabes cuándo te va a salir una.