Octavia E. Butler,
La parábola del
sembrador.
Ed. Capitán Swing
(Madrid). 352 páginas
Por David Marklimo
Falta poco menos de tres años para el 2024, una fecha que quedó registrada en la literatura con la novela de Octavia E. Butler, La parábola del sembrador. Si bien fue publicada por primera vez en 1983, no se puede decir que Butler hiciese un ejercicio de imaginación hueco. Aunque fue calificado como “mundo distópico”, la evolución del planeta no hizo más que confirmar aquello que imaginó. La edición de la editorial Capitán Swing no hace otra cosa que confirmarlo.
La novela está situada en una pequeña ciudad en la zona de California, dividida por barrios amurallados. Un lugar pobre y peligroso, lleno de delincuentes, personas en situación de calle y drogadictos con partes del cuerpo amputadas, miseria, enfermedades, suciedad. Los habitantes tienen que ir armados para evitar robos y demás actos de violencia. En una de las casas de esos barrios humildes vive la joven quinceañera Lauren, con su padre (un pastor baptista), su madrastra Cory y sus hermanos, todos varones, relativamente protegidos de la anarquía circundante. Lauren nos va narrando su punto de vista, bañado de hiperempatía, que ocasiona que sienta como propias el dolor y el placer de los demás (quedará siempre en la memoria esa pregunta: si todo el mundo pudiera sentir el dolor de los demás, ¿quién torturaría?). Precoz y lúcida, Lauren hace oír su voz para proteger a sus seres queridos de los desastres inminentes que su pequeña comunidad ignora obstinadamente. Llegamos así a un panorama negativo y pesimista, que nos advierte estamos yendo hacia el abismo. No hay confianza en la política, ni en la policía ni incluso en la humanidad. Lo que nos presentan es un mundo donde la subsistencia es el día a día. Veamos.
En 2024, tenemos una crisis hídrica. Nos presentan un mundo donde llueve únicamente cada seis o siete años, donde el agua es uno de los bienes más codiciados y no siempre fáciles de obtener (y menos aún a un precio accesible), donde existen aguadores que venden agua a un precio varias veces más caro que el de la propia gasolina.
La sociedad californiana tiene una profunda desigualdad en su urbanismo, en su ocupación del territorio: los ricos, que viven apartados y rodeados de alta seguridad; la clase media, que vive en apuros y la gente sin hogar, que vive y sufre los atracos, robos y saqueos se producen de manera continua. La única seguridad con la que se cuenta es con al que da la propia arma, así que parece que estamos en un western donde la policía no sirve para controlar la situación y se despreocupa de la seguridad de los ciudadanos. Pero sobre todas las cosas, tenemos un libro enrabietadamente feminista. El empoderamiento femenino, la actitud inconformista, la valentía, inteligencia y la capacidad de liderazgo de Lauren, nos lleva a más de una sorpresa. Es ella quien ejerce de guía, quien nos hace ver la ambición, la desesperanza de los otros e, incluso, la propia miseria. En un mundo lleno de personas rotas, desesperadas y medio muertas, Lauren nos recuerda la importancia de la perseverancia, de la solidaridad, del altruismo, como claves esenciales para hacer renacer nuestro mundo.
El libro es un alegato contra el conformismo, contra la codicia de la sociedad, contra los políticos y el sistema, contra el egoísmo, y una tremenda e irrefutable defensa del empoderamiento femenino, imprescindible para avanzar, para conseguir defender la vida y perseguir un futuro mejor. Pero también es un gran recordatorio de eso que sostienen las célebres Leyes de Murphy: no hay situación, por terrible que sea, que no pueda empeorar. Esta, pues, en nuestras manos, darle un nuevo rumbo al planeta.
La obra recibió el premio MacArthur Genius Grant y está considerada una de las cumbres del feminismo y de la literatura afroamericana.