Porfirio sí Tenía Algo que Perder: la Reelección

*Acusa a Mario Delgado de Excluirlo de los Plurinominales

*Es el Adiós de una Leyenda en la Política Durante dos Siglos

*Pasó del 20 al 21 con el Respaldo de su Talento Ideológico

Por Gerardo Lavalle

Durante los últimos 31 meses -de septiembre de 2018 a abril de 2021-, Porfirio Muñoz Ledo ha vivido lo mismo la gloria que el infierno.

Glorioso su paso por la presidencia de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. La foto del primero de septiembre pasará a la historia y estará en los libros. Colocó la Banda Presidencial al hombre que realizó tres campañas hasta llegar a la Silla Presidencial. Frenó los abusos de sus pares e impuso el talento por encima de la diatriba, aunque no dejó de “echar madres” cuando el caso lo requería.

El Infierno llegó después. Sus pares se negaron a reelegirlo como cabeza de uno de los dos poderes de los diputados. La discusión escaló y finalmente fue derrotado. Como diría Dante, no solo vivió el primer círculo, sino que cerró su vida -por lo menos políticamente- en el noveno. Sí, el definido como el de la traición.

La Divina Comedia, en el noveno y último círculo del Infierno castiga todavía a los culpables de malicia y fraude, pero esta vez contra quienes se fiaron. En este pozo están castigados los gigantes, que están fuera de la estructura ternaria del Infierno de la misma forma que son extraños a la naturaleza humana, más allá de que se parezcan: ellos son al mismo tiempo condenados y custodios del último círculo, que está de esa forma encuadrado por titánicas figuras de rebeldes contra la divinidad, los Titanes justamente que se rebelaron a Júpiter y Lucifer que a pesar de ser el más bello y potente de los ángeles se rebeló contra su creador.

Porfirio se rebeló a Andrés Manuel López. Y su castigo es quedarse fuera del poder político los siguientes tres años.

Muñoz Ledo, uno de los sobrevivientes de la corriente democrática del PRI que salió para vivir la aventura del cambio y que construyó parte del edificio en donde se alberga la mal llamada cuarta transformación, enfrentó al poder del Presidente y cuestionó su manera de gobernar.

Desde su óptica, el Movimiento entró en pausa de manera equivocada. No escuchar, sino simplemente oír; no mirar y observar, sino simplemente ver; no entender sino simplemente imponer, han conducido a Morena y al presidente López a generar la división del país, de sus habitantes.

En el lenguaje presidencial el maniqueísmo es fundamental. Los buenos contra los malos y viceversa. Los ricos contra los pobres. Los ignorantes contra los científicos. Hombres contra mujeres y mujeres contra hombres.

Es el pensamiento de quien de activista social pasó a representar la autocracia en su más puro estilo y camina rumbo a la dictadura apoyado por el Ejército y la Marina además de la Guardia Nacional, a quienes les ha otorgado todo tipo de beneficios que rayan en prebendas.

DEL REFLECTOR AL OPACO FOCO

A sus 87 años y con casi 60 de actividad política, los reflectores iluminaron el rostro y la figura de Porfirio Muñoz Ledo en sus etapas de éxito.

Lo mismo como secretario de Trabajo en el gobierno de Luis Echeverría, quien lo consideraba un “joven talentosísimo”, que como titular de Educación Pública con Miguel de la Madrid Hurtado o dirigente nacional del PRI en sustitución de Jesús Reyes Heroles y a quien le correspondió tomar protesta como candidato a la Presidencia de la República a José López Portillo, los reflectores alumbraban y enceguecían.

Era el ideólogo del PRI. Era el que revisaba las condiciones de los trabajadores en Guerrero Negro, Baja California Sur. Era el diamante pulido y el corte 4C, la simetría, la dimensión interactuaron para el intenso brillo.

Lo disfrutó y en grande.

Supuso que sería candidato presidencial en 1976. Se equivocó. Imaginó serlo en 1982. Volvió a equivocarse. Siempre estuvo en las listas de “precandidatos”. Formaba parte de la “caballada gorda” de la que el PRI -por órdenes presidenciales- tendría que escoger el mejor de los toros, porque la lidia se antojaba difícil.

Como representante de México ante la Organización de las Naciones Unidas, presidió el Consejo de Seguridad y coordinó al entonces reclamante Grupo de los 77. Pasó por la UNESCO y como agregado cultural en la embajada de París.

Después formó parte del ala democrática del PRI que en 1987 y junto con conspicuos militantes tomó las calles y renegó de su pasado. Con Cuauhtémoc Cárdenas como el hombre que sería el candidato presidencial que enfrentó a Carlos Salinas de Gortari, comenzó la construcción de lo que sería más tarde el PRD, partido que presidió, y que finalmente abandonaría para insertarse en Morena hasta alcanzar la Presidencia de la República a través de Andrés Manuel López.

Ya vivía bajo el opaco alumbrado del foco ahorrador. Como diputado, hizo lo que le correspondía.

Vendría la caída. Intentó ser el primer político mexicano en presidir tres partidos antagónicos. Buscó dirigir Morena y desde su campaña se enfrentó con Marcelo Ebrard, al que advirtió que sacaría del partido. El delfín del canciller, Mario Delgado, lo derrotó en una segunda vuelta.

Y el silencio y la soledad lo abrazaron. Poca presencia. Muchos recuerdos. Nuevas amarguras.

Quería retirarse como los toreros de clase: legislando hasta el último respiro de su vida.

Pero Delgado le cerró la puerta. No lo incluyó en la lista de plurinominales. Lo dejó a la vera del camino.

Ahora, Muñoz Ledo enfrenta el noveno círculo del infierno de Dante. Paga las consecuencias de haberse enfrentado a López.

Una carrera de contrastes.

¿Llegó a su fin la Leyenda?

Un párrafo de la carta pública de Muñoz Ledo dice:

“Considero corrupta y hartera la campaña que el presidente del partido de Morena, Mario Delgado Carrillo, ha desatado para impedir a toda costa mi reelección como diputado federal”.

 

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