Yo que nunca supe
de los hombres,
Jacqueline Harpman.
Alianza Literaturas,
Madrid. 192 páginas.
Soy el fruto estéril de una raza de la que no sé nada, ni tan siquiera si ha desaparecido. Podría ser que, en algún lugar, la humanidad resplandeciera bajo las estrellas sin saber que una hija de su misma sangre acaba su vida en silencio. No se puede hacer nada…
Por David Marklimo
No hay un futuro más negro que el de no saber qué sucede ni cuándo cambiará eso mismo que sucede. La monotonía de los días, que se repiten como discos rayados, resulta el más aterrador de los escenarios. De algo así nos habla ésta aterradora novela de Jacqueline Harpman, Yo que nunca supe de los hombres, publicada por primera vez en Bruselas en 1995 que ahora ha sido traducida al español. En las páginas que vamos surcando, se nos dice –o se nos da a entender– que es el futuro, pero realmente lo sabemos.
Se nos muestra una habitación oscura, con una jaula, donde cuarenta mujeres son vigiladas por hombres uniformados que jamás dicen algo. Encerradas durante años en esta jaula, sin noción del tiempo, del clima o de las horas, sin saber cada cuando comen o duermen, siempre vigiladas de forma estricta por esos hombres, armados con un látigo que usan cada vez que no se comportan como ellos creen deben. De ese grupo de mujeres, emerge nuestra protagonista, curiosamente la más joven, la única que no recuerda cómo era el mundo antes de la catástrofe que las encerró. De manera directa, aunque parca, narra este relato inquietante y se pregunta sobre lo que nos hace humanos.
Mientras, va descubriendo las emociones esenciales: la nostalgia, el amor, la amistad y la muerte. La autora sabe transmitirnos perfectamente la sensación de soledad de la protagonista, el desacompañamiento y el aislamiento a los que es sometida por el resto de mujeres por un motivo en apariencia banal, pero terriblemente poderoso: el no querer explicar a las otras mujeres que es lo que piensa. Los años pasan en esa cárcel subterránea hasta que un día los guardias desaparecen y las mujeres consiguen salir al exterior. Entonces comenzará una búsqueda de sentido por una tierra baldía, en un mundo sin pasado ni futuro. Sólo un presente que se repite siempre de forma monótona y cruel.
La novela conmueve, impacta y estremece, por lo contado y por lo que apunta, pues hay ecos evidentes y paralelismos inquietantes con el nazismo. No es un ambiente desconocido para la autora, pues parte de su familia fue asesinada en Auschwitz. Quizá en el fondo lo cruel de la experiencia es no poder ubicarse, no saber qué está pasando, cuál fue la situación que nos condujo a esa jaula, por qué no es posible salir, qué ha sido lo que ha ocasionado el que estemos ahí. ¿En esas condiciones qué queda, a qué apelamos? Suena superfluo decirlo, pero esta breve novela nos cuenta la importancia de la dignidad humana, la necesidad siempre de entropía, la dificultad de permanecer humanos frente al sufrimiento. Es un relato conmovedor, fantástico y terrible. Sin caer en la monotonía a la que hubiera podido entregarse y abandonarse como muchas de las protagonistas hacen con sus esperanzas y pensamientos, Harpman mantiene la tensión narrativa y el interés con una prosa fluida y de alto ritmo narrativo y nos ofrece un relato que gira en torno al optimismo de quien nada conoce ni sabe, de alguien (pensemos en Mandela, por ejemplo, Pepe Mujica también; en el caso del Holocausto, en el célebre Viktor Frankl) en quien las ganas por descubrir y entender vencen la resistencia de la atrocidad y al miedo.
Harper parece decirnos que el futuro se escribe sin conocimientos previos, sin apriorismos, sin expectativas, con extraordinaria y furiosa libertad. La vida, al fin y al cabo, se trata de convertir todos esos elementos en un ejercicio de superación, de atrevimiento, de cuestionamiento. Estamos ante una reflexión sobre la humanidad, la capacidad de sobrevivir, el estado del planeta que habitamos, la lucha compartida, la maldad, la esperanza y la oscuridad. Temas, covid de por medio, importantes para el día a día.
