Por Jesús Michel Narváez
Entender que durante las elecciones –de cualquier tipo: federal, estatal o municipal- siempre hay ganadores y derrotados porque así lo deciden los ciudadanos, es honrar a la democracia.
Pretender ganar siempre para imponer un modelo de gobierno y desconocer lo que el votante quiere, es traicionar a la democracia.
Eso quiere el presidente López.
No hay otra manera de entender la crítica –sin fundamento- lanzada a la alianza Sí por México. Advertir que quieren ganar para “modificar el presupuesto y dejar de apoyar a los pobres” no es sino una nueva maniobra electorera que surge cuando las corvas tiemblan.
El presidente advirtió a Sí por México: “Toco madera, pero también que le vayan pensando, porque si lograran ese retroceso, yo no voy a ser cómplice de corrupción, las partidas de moches se acabaron y acudiría a la instancia legal que corresponda, pero no voy a ser cómplice en la entrega de sobornos; se acabó el maiceo”.
Y no lo dijo un día cualquiera. Lo expresó horas antes de que llegara la Nochebuena seguida por la Navidad.
Sin pruebas que sustenten sus dichos, López expresó: “Quieren que enviemos nosotros, como nos corresponde, nuestra iniciativa de Ley de Presupuesto y como supuestamente con el plan que tienen no vamos a tener mayoría en la Cámara de Diputados, entonces van a modificar el proyecto, van a eliminar los programas sociales, y van a querer que regresemos a las partidas de moches, a condicionarnos. A decir: Sí te aprobamos, pero vamos a llegar a un acuerdo, cuánto nos vas a dar a nosotros”.
Si el dueño de Morena –y que siente serlo también del país y de la voluntad de 96 millones de mexicanos con credencial de elector- está convencido de que su gobierno es el “mejor que ha tenido México” –ya no se sabe si después del de Juárez o si ya lo relegó al segundo puesto- ¿a qué el temor?
Un victorioso político deja que las “desmoralizadas oposiciones” se entretengan con sus proyectos, porque al final del día no fructificarán.
Pero aquel gobernante que ante las elecciones libres, como deben ser las de México, teme perder el poder del Legislativo, que es en donde cocina su obra, teme perder y que se cancelen –como él lo hizo- sus “programas sociales” no es un personaje en el que se le pueda depositar la confianza plena.
A los tímidos hay que dejarlos ser lo que son: nada.
Un presidente que desde ahora descalifica la posible derrota –anunciada como la crónica de García Márquez- muestra que la debilidad es una de sus rémoras.
Si dice ser demócrata y confía en el “pueblo bueno” no se entiende su desesperación por descalificar a priori los resultados electorales.
Presidente: serénese y espere el veredicto de los ciudadanos. Son los que mandan. ¿O solamente es discurso politiquero?
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