La Legitimidad de los Gobiernos en México

Las Revueltas de Silvestre

Por Silvestre Villegas Revueltas

La semanada pasada y en el diario Milenio, el periodista Víctor Hugo Michel entrevistó al doctor Diego Valadés, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. A la pregunta en torno a que en la actualidad y en medio de una efervescencia política/social qué camino y qué reto tiene el Estado Mexicano que enfrentar, si la calle o las instituciones amén de si los gobiernos pueden tener “carta blanca” para hacer lo que quieran, el jurista universitario respondió lo siguiente: “Vimos la enorme paradoja de que la democracia en México se tradujo en una explosión de la corrupción. En el periodo de la hegemonía [priista yo supongo], ante la convicción de que no había legitimidad de origen, se procuraba que la hubiera en el ejercicio. Se entendía que al menos se tenía que preservar este nivel de legitimidad en el ejercicio del poder para no sumar la falta de legitimidad en el origen con la falta de legitimidad de su ejercicio. Cuando se legitima el origen del poder se da la impresión de que es una carta blanca, un cheque en blanco para quienes ganan y se dedican a medrar sin recato, porque siempre hubo corrupción en el país, pero se trataba de contener y se trataba de que no fuera tan ostensible. Y no es que se haya hecho ostensible porque tuviéramos derecho de acceso a la información: se hizo ostensible porque ya no había recato. Había que ver la forma en cómo se presumían los automóviles, las mansiones, los viajes, el dispendio generalizado y nunca había consecuencias [para los perpetradores infiero yo]. Entonces construimos un pluralismo [??] pero sin consecuencias”, hasta aquí el hijo del diplomático e historiador José C. Valadés.

Lo anterior se inscribe en la interpretación que me parece se refiere por igual a los tiempos de Salinas de Gortari y de la alternancia en el poder del siglo XXI donde los gobiernos de Fox, Peña y López Obrador contaron y cuentan con la legitimidad que produce el triunfo indiscutible de las elecciones presidenciales, situación que en el 2006 y hoy no la tiene Calderón Hinojosa. Y por otro lado la eficiencia en resolver problemas de la cosa pública que se materializaron en años y temas muy precisos durante las administraciones de los ya mencionados Salinas, Calderón y Peña, pero también con Zedillo y, todavía está por verse, la gestión de la autollamada Cuarta Transformación. Al finalizar el párrafo citado, Valadés dice del “dispendio generalizado” pero calla que tales excesos son producto de una corrupción e impunidad que como “modus vivendi y operandi” permitió el accionar de la maquinaria de los gobiernos mexicanos, desde, y para no irnos hasta las calendas griegas, del alemanismo a la actualidad. El humorismo popular mexicano lo retrató como el pequeño priista que todos llevamos dentro… ¿pero, por qué pequeño, diría el che Gardel? El partido político mexicano, fue el único en la arena política internacional que no cambió de nombre y colores, a pesar de la conmoción surgida a partir de la caída del muro de Berlín y las derrotas de los partidos históricos resultantes del mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial.

A pesar del molón párrafo anterior, Diego Valadés pone en su entrevista la atención en uno de los problemas históricos de México.  La historia libertaria de nuestro país comenzó con un golpe que acabó con la administración del virrey Iturrigaray; su sucesor, Pedro Garibay, careció de la legitimidad de origen como autoridad de la Nueva España y a ello se agregó la no menos importante ilegitimidad del gobierno de José Bonaparte impuesto por el Gran Corso para que gobernara España frente a las forzadas renuncias de los ineptos Carlos IV y Fernando, su hijo, que se convertiría en VII, “el Deseado” y que muy mal les pagó a sus súbditos en la península y en tierras americanas.

La legitimidad o su carencia fue uno de los temas medulares del convulso México decimonónico; de la totalidad de los gobiernos y presidentes de aquella centuria, solamente las administraciones de Guadalupe Victoria en 1824, José Joaquín de herrera en 1848, Benito Juárez en 1867, Manuel González en 1880 y Porfirio Díaz en su primera reelección de 1884 contaron con la legitimidad de llegar a la presidencia sin que hubiera mediado el golpe de estado, el interinato, la revuelta o la revolución. Igual sucedería en los tiempos revolucionarios con Madero en 1911 y con Plutarco Elías Calles hasta 1925.  El Maximato fue una época muy irregular, por decir lo menos, y en este sentido de la presidencia de Lázaro Cárdenas al 2020 las sucesiones de los gobiernos nacionales han consolidado una estabilidad política muy pocas veces vista en el mundo de los países en vías de desarrollo: lo último también fue un resultado del sistema priista y no hay que regatearlo.

Vale la pena repetirlo y subrayarlo, en la historia de México ninguna renuncia presidencial, caída del presidente o su sustitución ha resultado en el corto plazo en una solución a los problemas que se querían resolver. Al contrario, el fin precipitado o violento de un régimen presidencial en México siempre ha provocado revueltas y movimientos armados con su cauda de muertos, proporcionalmente más grandes que los resultantes de la actual pandemia del Covid-19. Lo que sí se le puede exigir, maniobrar y presionar es que un determinado gobierno, o el actual de AMLO, mejore/y/o deseche sus proyectos a desarrollar durante el sexenio. Me parece que la grita de tirios y troyanos, alimentada por el propio presidente, no permite apreciar cambios muy importantes que de consolidarse serán de gran ayuda para la población; un ejemplo de ello sería la paulatina formalización, mejores condiciones laborales y aumentos de salario contenidos en las recientes reformas laborales. La crisis económica en México, derivada de la pandemia, ha provocado cientos de miles de despidos, igual que en el resto del mundo, por ello todavía no se implementa una relación de trabajo resultante de los últimos cambios en la legislación. Pero lo último puede revertirse y si a mediano plazo se materializa en el país un crecimiento económico, y así el actual presidente López Obrador podrá contar, además de la electoral, con la legitimidad que es producto de buenas acciones de gobierno. Por el bien de todos que así sea.

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