Anulando el Optimismo

La Carretera,
Corman McCarthy.
Literatura Mondadori,
Caracas, 2008.

Por David Marklimo

En estos días de encierro el paisaje nos resulta desolador. En la tierra no hay nadie. Todo parece ruinas. Restos de una civilización que se esfumó. Cuerpos escondidos. Vehículos abandonados. Edificios fantasmales. Hay otros seres humanos que andan con el mismo objetivo: mantenerse vivos en medio de esa destrucción que no se sabe quién la provocó. No es el mundo contemporáneo, pero casi. Es la novela de Cormac McCarthy, celebrado autor norteamericano, La Carretera, se anotó con el Premio Pulitzer de Novela. No sabemos exactamente qué pasó: el narrador, no lo dice. Pudo haber sido una explosión nuclear. Un virus. Una guerra de exterminio. Un gran incendio global. Un cometa estrellándose contra la Tierra. Sólo se sabe —lo advierte el lector— que la esperanza anda lejos.

Los protagonistas son un hombre y su hijo, que viven rodeados de sombras, de ceniza, de árboles quemados, de tierra seca, calcinada, de pueblos abandonados, casas con las puertas abiertas. Calles. Silencio absoluto. La brisa. La lluvia. La nieve. Los ríos y contaminados. Los puentes caídos. Todo el paisaje parece petrificado por el tiempo. Pueblos o cementerios, da igual, llenos miedo. Narrada en tercera persona, el lector asume el protagonismo de la historia. Se involucra y vive la soledad, el dolor, la angustia, la constante de parecer un cadáver que deambula por una carretera. Más allá, si todo lo descrito es terrorífico, más debe ser para el padre estar acompañado de su hijo. ¿Cómo podemos cuidar a alguien en un entorno tan caótico? Es más, ¿para qué cuidar a alguien cuando la esperanza no es tangible? Un gran dilema y uno de los conflictos centrales del texto.

La novela es la metáfora de la soledad, de la desolación. La tierra en su más terrible ingratitud. La naturaleza es una parte esencial de La Carretera. Naturaleza, camino y personajes se funden en uno solo concepto, uno no podría subsistir sin el otro. El bosque constante, actúa como personaje supremo que se devora a ese padre y a ese niño, que los abruma. Es una naturaleza punzante de frío y nieve que alberga a salvajes y a gente que no se detiene, que solo quiere avanzar, por un camino que no se sabe bien a bien a donde lleva.

McCarthy nos presenta una escritura despojada de adjetivos, pero con una riqueza capaz de evocar en un par de palabras un país entero, incluso un planeta. Con apenas un par de detalles por parte del escritor, se sabe que el holocausto ha ocurrido en todo el planeta.

Presenta silencios, ahora un ruido infernal, lleno de tragedia. Se ha dicho que la carretera simula el río de los muertos, con sus dos personajes errantes, rodeados de barbarie. En muchos sentidos, los personajes son Odiseo en el Egeo, clamando por la injusticia de no poder volver a su casa, con su cama tibia y sus agrestes pasajes. Y en esa odisea hay escenas increíbles, de auténtico pavor, como cuando se encuentran una despensa.

En el fondo, como vemos estos días, lo traumático del asunto es que no siempre el ir recto, con una dirección fija, nos conduce a un sitio mejor. ¿Para pensarse, no?

 

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