Por Emilio Hill
La tendencia a la baja parece destino manifiesto. El Oscar, el premio más popular que se entrega en el mundo del cine, va a la baja. La cadena ABC reportó que la más reciente transmisión tuvo una audiencia más bien mala. Mínimos históricos dicen los clásicos.
- 6 millones de televidentes no parece ni de lejos una audiencia abultada. 25% menos que el año anterior. Eso sí, las redes sociales reventaron el domingo 9 de febrero. Caso digno de análisis, lo que sucede en el mágico mundo de internet no refleja los números reales.
Motivos, por la de plano baja audiencia, pueden ser muchos: las nuevas generaciones, de plano no ven televisión convencional, el programa resulta demasiado largo para un sector que está acostumbrado a la inmediatez.
O quizá, los tiempos de la corrección política, impiden una personalidad propia al evento.
Una broma que toque los frágiles sentimientos de un sector puede ser la hecatombe en los términos de imagen para la Academia.
Un presentador, será entonces una bomba de tiempo. Ya no son las épocas en los que la entrega del Oscar se recordaba por los ganadores, claro, pero también por un chiste épico o un acontecimiento fuera de lugar de daba sazón a la noche.
No hay humor sin víctima y estos son tiempos en los que todos gozamos de ese lujo sutil que es ser la víctima de alguien o algo.
¿Se imaginan lo que hubiera pasado si un Oscar honorario se hubiera entregado como el que le dieron a Blake Edwards en 2004?
Era la Ceremonia 76 y el director de la Pantera Rosa, recibía el premio de Manos de Jim Carrey. Solo que se presentaba en silla de ruedas la cual chocaba al fallar el freno.
Todo fue por supuesto parte de una broma –un gag- montado con la complicidad del homenajeado. Hoy en día, lo anterior, podría haber causado reclamos de grupos de personas con capacidades diferentes –nótese el cuidado del término en este texto-.
¿El resultado? El chiste es recordado como uno de los mejores momentos del evento en años recientes. Y por lo menos en 2005, un año después, la audiencia no registró tendencia a la baja.
Se puede ir incluso más lejos que el resultado de un mero chiste: era 1998 y el polémico director de Un Tranvía Llamado Deseo (1951 ) Elia Kazan, recibía un Oscar honorario de manos de Robert De Niro y Martin Scorsese.
Kazan era ganador ya de varios premios de la Academia, las reacciones del importante público presente en el evento fueron épicas: una parte del auditorio aplaudió a rabiar, pero otro sector, y no fueron pocos, mostró ante cámaras un rostro adusto. Por decir lo menos.
Y es que el famoso cineasta –el dato es histórico-, fue un importante delator durante la llamada caza de brujas en Hollywood, en la década de los cuarenta y cincuenta.
Personajes como Susan Sarandon o Nick Noltie, permanecieron sentados y mostraron su molestia por el premio. Otros, como Warren Beatty y Kurt Russel aplaudieron con ganas.
Un año después, la transmisión tampoco sufrió demasiado. Tal vez las nuevas plataformas han ahuyentado a las generaciones recientes del programa de televisión, pero también se percibe un evento sin sazón, demasiado controlado.
La corrección tiene su precio y el no molestar con ese acto de subversión que es el humor, o el no ejercer un control total de la producción, para no molestar a los jóvenes tiene su precio. Sector, por cierto, que muestra muy poco interés en la transmisión. Aunque, es el que más va al cine.
Contradicciones de los tiempos.