*Un Ejido sin Habitantes en el Estado de Durango
*A Cuentagotas o en Chubasco Dejan las Tierras
*Abandonadas por el Gobierno ya no son Productivas
*Mientras, en EU hay Escasez de Mano de Obra
Por Rafael Navarro Barrón
El frío arrecia y los paisanos, originarios de un rancho ejidal de Durango que casi desaparece del mapa por la falta de habitantes, soportan la lluvia, el desprecio de los automovilistas y transeúntes que pasan por el puente internacional Córdova-Américas, en Ciudad Juárez.
El emblemático puente, conocido coloquialmente como “puente libre”, ha sido testigo mudo de una gran cantidad de migrantes de todo el mundo que intentan cruzar a los Estados Unidos.
Ahora le tocó a los campesinos de un ejido olvidado de Durango que esperan impacientes que el Servicio de Inmigración y Naturalización de los Estados Unidos les llame para entrevistarlos y darles la oportunidad de un permiso para vivir y trabajar en el vecino país.
Son las 5 de la tarde. Sábado 21 de septiembre. Los duranguenses recibieron la primera comida que entregó la Cruz Roja. Tienen tres días en el puente, sin dinero, sin comida, sin atención médica.
“Estaba buena la cabrona, me la comí toda”, señala Manuel Encino, uno de los ejidatarios que se juega el futuro con la ilusión del sueño americano. Llegó con su esposa y su pequeña hija. Ambas se fueron temprano a la casa de una conocida del pueblo que vive en Ciudad Juárez.
“Se fueron a bañar y a dormir, por primera vez en una semana, en una cama”, dice Manuel. “Yo así me aguanto, hediondo, para no perder el número”.
Las autoridades americanas trabajan lentas, pero día y noche, inclusive los domingos. Manuel tiene el número 74 y su compadre, Samuel, el 76. Hasta ese día, las autoridades estadounidenses, han recibido a 14 solicitantes.
Samuel está preocupado. Su niña, de tres años, “trae moquitos y ha tenido temperatura”. No le dijo nada a los rescatistas de la Cruz Roja porque tiene temor que se la quiten para llevarla a un hospital y, en estos momentos, sería como posponer un sueño importante en su vida.
Samuel refiere que el ejido se ha quedado sin habitantes. Solo los viejos custodian las tierras que ya no producen; los campos que dejaron de ser apoyados por los gobiernos.
“Estamos dispuestos a dormir aquí, a aguantar el frio, el agua y el hambre”, señala Manuel que está por cumplir los 38 años de edad y tiene la piel quemada por el sol de Durango.
Se han apostado en el exterior de la oficina de Turismo del gobierno del Estado. El edificio luce como todas las oficinas de la administración estatal: sucia, como en el abandono, con gran parte de las luces externas destruidas.
Los paisanos de Durango mantienen el lugar como un muladar. Una pareja descansa en el suelo, están enredados en una bolsa de dormir. La mujer está deprimida pues teme que no los dejen pasar a los Estados Unidos.
El más poderoso país del norte, la tierra de Donald Trump, sufre de escases de mano de obra. No hay quien recoja las cosechas del campo, quien haga el trabajo pesado.
Diría Vicente Fox, “hay trabajos que ni los negros quieren hacer…”, pero los mexicanos están listos para ir a atender el trabajo pesado.
La construcción podría colapsar si no hay mano de obra mexicana, centro americana y sudamericana. Muchas obras están paradas por falta de albañiles. Lo mismo sucede en caminos, freeways y carreteras que están construyendo los gobiernos.
En ciudades de Texas y Nuevo México, las tiendas carecen de personal para acomodar los productos en los anaqueles; no hay cajeras, ni forma de que tiendas como Walmart, trabajen las 24 horas, como en muchos otros lugares de Estados Unidos.
Sucede lo mismo en los restaurantes; hay lavaplatos, ni meseros. Las tiendas de autoservicio que operan en las gasolineras operan con un solo empleado por las noches.
Por eso los Estados Unidos están abriendo las puertas a los mexicanos que se ven obligados a responder a largos cuestionarios y en ocasiones a penosas preguntas de su presente y de su pasado.
Que si son narcos, que si conocen a narcotraficantes, que si son terroristas, que si tienen enfermedades venéreas, que si han matado a alguien, que si han estado vinculados con la política, que si son de Morena o de partidos radicales de izquierda.
Todo lo que se les ocurre a los oficiales de migración es cuestionado a los mexicanos pobres que huyen de la miseria y que, su último destino, es Ciudad Juárez, una ciudad sin dinero, sin apoyos oficiales para los migrantes.
Una ciudad devastada por el olvido del gobierno federal que solo tiene parques para atender a los que vienen de paso, porque todo está saturado.
Y no hay forma de resolver el problema, de resolver nada. Los grupos evangélicos cristianos de ayuda a los migrantes ya no tienen recursos para darles de comer. El DIF estatal y el municipal agotaron sus reservas.
Mientras tanto, en la plaza de las Banderas, en el Chamizal, las familias de Durango esperan que alguien les llame y les indique que el gobierno de Estados Unidos les abrirá la puerta al sueño americano.