La (Absurda) Visita de Trump a El Paso, Texas

Frontera Norte Ciudad Juárez

*Llegó a la Hora que el Cuerpo de la Maestra

*Reabre el Mandatario Heridas muy Profundas

*En El Paso: Entre Protestas y Calles Cerradas

*Gritos, Empujones, Maldiciones y Amenazas.

*Marcelo y Javier Corral en Medio de la Tragedia

Por Rafael Navarro Barrón

La profesora Elsa Mendoza Márquez se convirtió en el ícono de la tragedia, en la expresión de la barbarie y del racismo que ha alentado el presidente de los Estados Unidos a través de sus estúpidos discursos; a la hora que Trump arribaba a El Paso, Texas- 2:25 de la tarde-, el cuerpo de la maestra asesinada, junto con otras 21 personas, en los dominios de la tienda Walmart, hacía lo mismo y era recibida con el reconocimiento que se le otorga a una mujer de bien.

Había superado un cáncer mortal a sus 57 años. A pesar de tener 23 años en la docencia seguía prestando sus servicios gozosa de formar parte de una familia de mentores (su esposo es maestro de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez).

Donald Trump y su esposa Melania reabrieron una herida profunda entre los habitantes de El Paso, Texas. Antes de arribar a la ciudad más segura de Estados Unidos- vecina de Ciudad Juárez, México- el presidente de la nación más poderosa del mundo se lanzó contra los extremismos y, en particular, contra los racistas y los asesinos neonazis. Prometió combatir esas aberraciones; nadie le creyó.

En el fondo, los hispanos que viven en los Estados Unidos, se sienten cada vez más expuestos al discurso del presidente norteamericano. La gente estúpida reacciona con la droga racial de Donald Trump, por eso Patrick Crusius, el asesino de El Paso, viajó 10 horas desde Dallas, Texas. Venía armado hasta los dientes para matar a los compradores mexicanos de Walmart.

Su objetivo no era el terror, sino el terrorismo contra los mexicanos. La gente de color café les estorbaba en el mundo que él y Trump tejieron en sus mentes.

En El Paso, Texas, funcionan poco más de 10 “Super Center” de la cadena Walmart, además de otra cantidad similar de inmuebles más pequeños, de la misma cadena, que se dedican a vender exclusivamente alimentos.

El lugar escogido por el tirador, no es el de mayor flujo de mexicanos, es el que escogen los compradores que viven en el sur de Chihuahua y que vienen a El Paso, en ocasiones, sin comprar un chicle en Ciudad Juárez.

La razón de acudir a ese Walmart es más que obvia. El súper center se localiza a un costado del mall más grande de la ciudad paseña. Es el predilecto de las personas que visitan la ciudad fronteriza, provenientes del sur de México.

El ataque se perpetró el sábado 3 de agosto. Al medio día con un calor infernal de 40 grados centígrados, el único tirador, Patrick Crusius, el asesino de El Paso, disparaba su Ak47, primero contra los mexicanos que se localizaban en el estacionamiento, luego en el interior del centro comercial.

Crusius asesinó, hasta este momento, a 22 mexicanos, 7 de Ciudad Juárez y Chihuahua. Dejó heridos a 26 personas más y se cree que algunos de ellos podrían morir en cualquier momento por las heridas graves que recibieron.

Por eso la visita de Donald Trump fue una ofensa a los habitantes de la ciudad más segura de los Estados Unidos; fue una afronta a los mexicanos que hemos sido sobajados por el mandatario de los Estados Unidos a través de sus discursos de odio contra los mexicanos.

El presidente de Estados Unidos fue recibido con protestas ciudadanas. Las calles fueron cerradas, bajo un extremoso sistema de seguridad.

Los puentes internacionales que unen a México y Estados Unidos estaban, otra vez, listos para ser cerrados, pero se abrieron para recibir a los muertos del tiroteo que empiezan a ser velados y en horas enterrados en panteones mexicanos.

Los partidarios de Trump, que siguen siendo muchos, se enfrentaron con los ciudadanos inconformes con las políticas xenofóbicas del presidente de los Estados Unidos. Hubo gritos y empujones, maldiciones y amenazas.

Mientras tanto, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard y el gobernador del Estado, el panista Javier Corral, se reunieron en un restaurante de lujo del centro de El Paso, Texas para analizar lo ocurrido. Lo hicieron unas horas antes de la visita de Trump.

El canciller mexicano, tibio y alejado de la realidad, comió un trozo de carne con verduras. Su actitud y la del gobernador no era de luto, sino de fiesta.

Porque así son todas las tragedias: enlutan, dañan, indignan; los políticos, son astutos como las serpientes, esperan a su aliado, el olvido, para lavarse las manos e ignorar que algo ocurrió.

En unos días el pueblo habrá olvidado que la tragedia nos visitó, como día a día se olvida que en Ciudad Juárez estamos a punto de llegar a 900 muertos en lo que va del año, sin que a nadie le preocupe.

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