Entre Purificaciones y Pobreza

*La Lógica Diría: Rescatar a los Pobres sin Acabar con los Ricos

*La “Austeridad Franciscana”, una Medina sin Principios Ideales

*Todos Tendrán que Vivirla por ser Empleados del Gobierno

*La “Purificación de la Vida Pública”, con los Bueyes del Compadre

ALBERTO ALMAZÁN

En teoría, un gobernante consciente y capaz, tendría la obligación de reducir la pobreza entre sus gobernados y llevarlos a un estado de bienestar que se equipare con los que más tienen. Hacer lo contrario, es decir, empobrecer a los que trabajaron o heredaron y cuentan con condiciones de vida superiores, es una medida miope.

Sin demeritar los apoyos que reciben 10 millones de pobres -no todos en pobreza extrema- y olvidarse de clases sociales que pretenden disfrutar de una condición en la que no requieran el dinero público, que no es del Gobierno en ningún país del orbe, sino de los contribuyentes que pagan, obligadamente (no por voluntad), impuestos por diversas actividades. Si tienen salario, está el ISR; si cuentan con un negocio propio, trabajan como recaudadores de la Hacienda pública sin recibir pago alguno y sí amenazan por no declarar los centavos correspondientes.

La semana pasada fue de malas noticias para los asalariados gubernamentales. No para todos. Los empleados federales cuyos emolumentos no rebasen el salario presidencial, pueden estar tranquilos. No les darán lo que le quitarán a los altos mandos, llamados servidores públicos.

Con dos palabras, el presidente de la República, resume su política de austeridad: pobreza franciscana. Implica, necesariamente, que trabajar en y para el gobierno federal será un verdadero sacrificio del estatus social.

Presuntamente, porque no se sabe en dónde están, durante los 3 años de la actual administración que se “han ahorrado 2 billones de pesos” gracias a la aplicación de la “austeridad republicana”. Lo dice el ciudadano que cobra 2 millones de pesos anuales y recibe otros 3.5 por concepto de regalías por la venta de sus “obras literarias”. Un personaje que percibe 450 mil pesos mensuales. La nada despreciable cifra de 15 mil pesos diarios. Un hombrecito que se conforma con sus 134 mil pesos de salario de los que no gasta un céntimo para sobrevivir. No paga renta, gasolina, energía eléctrica, gas, letra del o los vehículos a su disposición; las comidas se cargan al erario público. Su personal doméstico está en la nómina de la ayudantía y los viáticos, boletos de avión, pago de hospedaje, equipos de sonido para que su voz se escuche “clara y fuerte”, transporte terrestre para movilizarse en el sitio en donde se encuentre etcétera, se cubren con cargo al presupuesto presidencial.

Con el argumento de estar purificando la vida pública, decide quién y cuánto debe ganar el subordinado de alta responsabilidad.

La purificación, sin embargo, no es para todos. Exhibe los salarios de los que ganan más que él, pero no incluye a los secretarios de Defensa y Marina y al comandante de la Guardia Nacional. Tampoco al subsecretario de Salud, el multichambas de Hugo López-Gatell. Excluye a los directores de la CFE y Pemex y aunque oficialmente no tiene cargo, también a su hijo Andy.

Sí, la carreta de la “purificación de la vida pública”, la jalan los bueyes de su compadre.

LA TEORÍA DE LA MAL

ENTENDIDA RIQUEZA

En su concepción muy personal y no sustentada en ninguna tesis económica, neoliberal o del pasado, de Tenochtitlán, en donde los emperadores y reyes lucían joyas, penachos de finas plumas, comían pescado recién traído de Veracruz, atesoraban riquezas y vestían de sedas, el presidente de México trae a colación una “economía social” que data del siglo XVIII y que consiste en el reparto de riqueza en base al trabajo realizado.

Una economía “social” no es repartir lo que otros tienen. Quizá lo haya pedido Jesucristo, porque eso dicen los evangelios, más no hay prueba al respecto. La gente no es pobre por decisión propia. Llega a esa condición por razones diversas, pero destacan: falta de educación, mala salud, alimentación deficiente y el desacierto de sus gobernantes que los acostumbraron a estirar la mano para recibir la dádiva. No es de ahora. Es desde que el mundo es mundo. Los gobernantes suponen que “apoyando” al que menos tiene se consigue la paz social y ya nadie reclama. En teoría, sería una forma de emparejar a la sociedad. No obstante, en los casi tres años y nueve meses de la presente administración, los pobres no se han vuelto ricos y los clasemedieros sí han ingresado al decil de la pobreza.

Todavía no se llega a la “pobreza franciscana”, pero al ritmo que va el país y bajo las órdenes de quien solamente escucha a su diablo personal, no tarda mucho en que todos tengan su perro pastor alemán, un bastón modelado de una rama de árbol caído, la vestimenta de una sola pieza y como cinturón un lazo.

Los perros y las túnicas junto con los lazos, serán parte de la “ayuda” que brindará el gobierno de la transformación.

¿Cómo se puede estar con la conciencia tranquila cuando la pobreza aumenta de manera exponencial?

Los ahorros de 2 billones de pesos por la “austeridad republicana”, solamente los ha visto el presidente de la República. No se advierte que haya mejorado el sector salud y que existan los medicamentos necesarios para atender a quienes pagan cuotas al IMSS y al ISSSTE, no se diga a los que recurren a los hospitales de salud pública. Las carreteras a cargo de la federación están hechas un desastre por falta de mantenimiento; las escuelas, en el mejor de los casos, tienen cristales.

¿Dónde están o en qué se han invertido los 2 billones de pesos?

Los gobernados tenemos derechos a saber qué se hace con los ahorros. Porque los fideicomisos “expropiados” ya no tienen recursos, del Fondo de Estabilización, desaparecieron 330 mil millones. No se han creado nuevas plazas para maestros no para burócratas federales.

Y como colofón, por la política de que “se entrega directo el beneficio y sin intermediarios”, se esfuman los programas dedicados a la producción de alimentos y entramos a la etapa de “sin maíz, no hay país”.

Lo cierto es que sin un gobierno que aplique las políticas reales, no las ideales -si es que existen-, ninguna nación sobrevive y todas terminan formando parte de la “austeridad franciscana”.

 

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